Espiritualidad | Miguel Ángel Munárriz/FA
Los Pastores
Lc
2, 16-21
«Los
pastores fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en
el pesebre».
Para
los ricos, los poderosos, los sagrados, los sabios y los santos, aquella noche fue
una noche más; no se enteraron de nada de lo que había ocurrido en Belén. Solo
los pastores analfabetos y marginados recibieron la buena noticia. «Aquí tenéis
la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
No
es casual la permanente alusión a los humildes como destinatarios de la
Palabra, lo que nos lleva a recordar aquella invocación de Jesús que nunca
jamás tomamos en serio porque es una malísima noticia para nosotros: «Te doy
gracias Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se
las has revelado a la gente sencilla» …
Y
es que nosotros somos muy sabios. Sabemos mucho más del evangelio que lo que
nadie ha sabido en ninguna otra época de la historia. Somos capaces de conocer
de manera fidedigna la fe de las primeras comunidades y, a través de los
Testigos, el mensaje genuino de Jesús. Pero eso no es todo, sino que además
sabemos filosofía clásica y filosofía oriental, y nos encanta elaborar teorías
metafísicas respecto a la esencia de Dios y del ser humano y darles el rango de
verdades incuestionables.
Somos
tan sabios, que corremos el riesgo de creernos más listos que los cristianos de
las primeras comunidades en cuyo seno surgieron los evangelios, y elaborar una
fe a nuestra medida; mucho más erudita, mucho más propia de gente iniciada, y
mucho menos interpelante; una fe a la medida de los sabios y prudentes e
inasequible a la gente sencilla. Corremos el riesgo de supeditar la Palabra a
la gnosis; de aceptarla solo en la medida en que nos parezca razonable y acorde
a los principios metafísicos que mejor cuadren a nuestra condición ilustrada.
Corremos
el riesgo de olvidar que el cristiano no es el que escucha la Palabra, sino el
que la escucha y responde a ella; que lo que puede dar sentido a nuestra vida
no es el mero conocimiento, sino la respuesta; y que, sin respuesta, acabaremos
siendo muy sabios, pero nos estaremos perdiendo la buena Noticia… Que, para un
cristiano, responder es aceptar la misión de crear humanidad; es decir, la
misión de colaborar en el proyecto de Dios: «Id por el mundo y proclamad el
evangelio a todas las gentes».
Corremos
el riesgo de no sentirnos concernidos; de sustituir la compasión por la
elucubración estéril y el servicio por la crítica (a los demás, claro).
Corremos el riesgo de no acercarnos al evangelio desde la fe, sino desde la
razón y la prepotencia; en definitiva, de quedarnos mirando al dedo que nos
señala la luna, y perdernos el espectáculo fascinante de la luna brillando en
la noche rodeada de un cortejo de miles de estrellas.
«Los
pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y
oído».
Publicado
por Feadulta.com
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