Nuestra Fe | Luis Miguel Modino, corresponsal en Latinoamérica
Rafael Luciani:
“Todos y todas en igual dignidad bautismal, tenemos el derecho y también el
deber de exigir cambios a la Iglesia”
El teólogo
venezolano participa en la Síntesis de la Etapa Continental del Celam
La Sinodalidad
es “un desafío porque es un modelo que implica crear toda una
institucionalidad”, afirma Rafael Luciani. Estamos ante “un desafío que
implicará un cambio en las mentalidades” y junto con ello “la construcción de
un modelo institucional nuevo”, teniendo como fundamento la eclesiología del
pueblo de Dios en la Lumen Gentium, de la que “la Sinodalidad supone una
maduración”.
Para alguien
que vive la Teología como una vocación, Luciani destaca la necesidad de una
Teología que “no puede ser considerada fuera de las comunidades reales y
concretas”, reclamando mayor inversión para que “los laicos y las laicas puedan
estudiar Teología”. Analizando la Etapa Continental y el trabajo llevado a cabo
por la Comisión de Síntesis, de la que forma parte, el teólogo venezolano ve
como desafío que “esa Iglesia que escucha, tiene que ser la Iglesia que
aprende de ahora en adelante”, algo sólo posible teniendo “parresia y no
miedo”, llevando a que “un nuevo modelo institucional tiene que partir de una
nueva relación entre quienes elaboran decisiones y quienes toman decisiones”,
sabiendo que “todos y todas en igual dignidad bautismal, tenemos el
derecho y también el deber de exigir cambios a la Iglesia”.
Se habla mucho
de Sinodalidad, pero ¿la Sinodalidad es todavía una utopía en la Iglesia?
Es un desafío
porque es un modelo que implica crear toda una institucionalidad y a la vez
adaptar lo que existe en la medida en que es posible, y por otra parte dejar
estructuras que hoy en día ya no son sinodales. Es un desafío que implicará un
cambio en las mentalidades de aquellos que han sido formados en una visión de
Iglesia distinta y que supondrá una conversión desde el punto de vista de las
mentalidades.
Por otra parte,
para la Iglesia como institución, implica la construcción de un modelo
institucional nuevo. Sin un modelo institucional nuevo, la sinodalidad pasa a
ser un espíritu de pensamiento, de acción, de un modo de ser, pero que no
tendrá una concreción real en la vida cotidiana y práctica de la Iglesia.
Para llevar a
cabo esa Sinodalidad también tiene que cambiar la mentalidad y asumir
finalmente la Teología del Pueblo de Dios, que el Vaticano II tiene como
fundamento. ¿Cómo pasar de esa teología digamos deductiva, a una teología que
brota del pueblo de Dios?
El primer
cambio es reconocer la eclesiología del pueblo de Dios en la Lumen Gentium como
el eje fundamental de toda la vida eclesial. Cuando se pensó y se escribió la
Lumen Gentium, el capítulo II sobre el pueblo de Dios, pasó a ser normativo. Es
decir, desde ahí se ha de pensar la totalidad de la Iglesia.
Hoy en día, lo
que llamamos la Sinodalidad supone una maduración de esa eclesiología, y eso
debe traducirse en una revisión de la Teología del Ministerio Ordenado, así
como una manera en la cual la Iglesia tiene que dar espacio a que la
integración del laicado y de la Vida Religiosa sea parte fundamental de todos
los procesos de elaboración y decisiones en la Iglesia. Si se recupera esta
eclesiología como lo central, se podrá dar el segundo paso, que es la
renovación de la Teología y la Pastoral. Pero sin esta conciencia de la
Eclesiología del Pueblo de Dios como lo central y como el estado actual de la
recepción del Concilio, será siempre un trabajo más difícil y con un mayor
tiempo para hacerlo.
¿Cómo puede
ayudar en esa reflexión teológica alguien que es laico, que es pueblo de Dios,
para entender que la Teología no es algo sólo propio de ministros ordenados y
sí una reflexión a la que son llamados todos los bautizados?
Yo vivo la
Teología como una vocación, no como una profesión, y eso en mi vida ha sido una
experiencia no sólo de crecimiento personal, sino de descubrir que sólo puedo
vivir la Iglesia desde las comunidades y con personas haciendo entre todos esa
vida. Para nosotros en América Latina no hay Teología sin pastoral, no hay
Teología que no aterrice en una comunidad y parta de ahí. Hay ahí toda una
conversión para la Teología, donde la Teología no puede ser considerada fuera
de las comunidades reales y concretas, y tienen que ser estas comunidades la
fuente de nuestro pensamiento y nuestro quehacer teológico. Por eso que la
Teología es una vocación y no simplemente una profesión.
¿Sientes que,
siendo laico, tu voz, tu reflexión, es respetada al mismo nivel que la
reflexión de los teólogos que son ministros ordenados?
He vivido un
proceso en el que cuando empecé a estudiar Teología como laico, tuve el apoyo
de la institución donde trabajaba. En esa época era muy distinta la relación
del laicado, laicas y laicos, con obispos o con presbíteros. Hoy en día sí ha
ido cambiando y lo he vivido así. En el caso de América Latina se vive una
relación más horizontal en el diálogo entre teólogos, teólogas, y obispos o
presbíteros que también son teólogos. En otros continentes esa relación es más
difícil y ahí, un teólogo o una teóloga laico encuentra mucho más difícil la
relación de diálogo, de discernimiento en conjunto o de integración.
Un límite en
América Latina sigue siendo que la Iglesia invierte poco en un laicado que se
forme en Teología, y no hay espacios de trabajo suficientes para que los laicos
y las laicas puedan estudiar Teología y luego desarrollarse en instituciones
que les permita vivir, porque es el gran problema, cómo vivir en una vida que
gira en torno a la Teología como servicio.
Para alguien
que forma parta del Equipo de Síntesis de la Etapa Continental del Sínodo en
América Latina y el Caribe, ¿está resultando difícil consensuar lo reflexionado
en las cuatro asambleas regionales?
En el caso de
América Latina es un proceso totalmente novedoso que no se ha hecho en los
otros continentes, porque no partimos de una sola asamblea donde se hacía todo,
la celebración, la consulta, el discernimiento, y luego la redacción del
Documento, sino que en América Latina se parte de las consultas a las cuatro
regiones. Desde ahí se van construyendo síntesis en cada una de estas regiones,
que llegan a lo que estamos haciendo en este momento que es la reunión, podemos
hablar de una quinta asamblea dedicada ya a la redacción de la síntesis.
Lo que
llamamos la Sinodalidad supone una maduración de esa eclesiología, y eso debe traducirse
en una revisión de la Teología del Ministerio Ordenado, así como una manera en
la cual la Iglesia tiene que dar espacio a que la integración del laicado y de
la Vida Religiosa sea parte fundamental de todos los procesos de elaboración y
decisiones en la Iglesia. Lo que hemos vivido acá es lo que se ha dicho en la
fase primera diocesana, que ahora se vuelve a encontrar acá en esta fase
continental. Y las peticiones de las personas son muy concretas, y creo que hay
un reconocimiento real de que la Iglesia tiene que cambiar. El desafío será
ahora que esa Iglesia que escucha, tiene que ser la Iglesia que aprende de
ahora en adelante. Si no se hace caso, la escucha queda en un mero sentir y de
un deseo de un cambio que no vendrá. Pero si la Iglesia pasa de una Iglesia que
escucha a una Iglesia que aprende, comenzaremos a ver cambios poco a poco.
¿Cómo
conseguir esa conversión en una Iglesia acostumbrada a enseñar y que ahora
tiene que aprender?
Tener parresia
y no miedo cuando se habla, cuando se hacen propuestas, pero también saber que
como fieles, todos y todas en igual dignidad bautismal, tenemos el derecho y
también el deber de exigir cambios a la Iglesia, porque la Iglesia no es algo
fuera de nuestra vida como fieles en la Iglesia. Si esa conciencia se va
generando entonces vamos haciendo un camino de transformación, pero si yo
siento que sólo el obispo debe hacer los cambios, o sólo el presbítero en la
parroquia es el que tiene que hacer los cambios, y no tengo esa capacidad de
ser también una persona que mueva la institución, con profecía, con parresia,
entonces ciertamente los cambios no se van a dar.
¿Y cómo
concretar eso en un nuevo modelo institucional eclesial?
Un nuevo modelo
institucional tiene que partir de una nueva relación entre quienes elaboran
decisiones y quienes toman decisiones. Una propuesta, que la hemos vivido de
alguna manera en este proceso de síntesis, es que quienes toman las decisiones
hacen el proceso con quienes elaboran, pero como un fiel más. Es decir, el
obispo es un fiel más en el pueblo de Dios. Si el pueblo de Dios, que somos
todos y todas, trabajamos en conjunto en la misma mesa, mirándonos cara a cara,
la elaboración de decisiones irá luego a las personas que toman las decisiones,
pero habiendo participado del proceso. Ese es el gran desafío como modelo
institucional.
Lo otro sería
como traducir esto en las comunidades, una propuesta que se ha dado ya en
algunas diócesis. En la Diócesis de La Guaira, en Venezuela, encontramos una
red de consejos pastorales que parten de una descentralización de la parroquia,
donde se van dando liderazgos en zonas pastorales, con consejos pastorales que
van elaborando decisiones y que se conectan con el consejo de la parroquia.
Y el consejo
de parroquia se convierte en un ente organizador de esa escucha y de ese
discernimiento de las pequeñas comunidades. Y eso a su vez está conectado con
el consejo pastoral diocesano, y toda esta cadena de consejos y comunidades va haciendo
con que la elaboración de decisiones sea hecha con los presbíteros, el obispo,
con los laicos, las laicas, con las religiosas y los religiosos. Si eso se
logra hacer en cualquier ámbito eclesial, veremos frutos, pero si seguimos
tomando decisiones no considerando pueblo de Dios, como uno más, entonces
ciertamente será más difícil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...