Reflexión | Melania Emeterio R.
Semana Santa, y el valor de la Solidaridad
Cuatro meses
han pasado de la celebración de las fiestas navideñas cuyo centro y razón de ser es el nacimiento del
Niño Jesús, la buena nueva gestada en un milagro: la Encarnación en el vientre
de la Virgen María. La reflexión en estas fiestas se alienta en el espíritu de
humildad, pobreza, sencillez, alegría y ternura, todo lo cual acompaña,
normalmente, la llegada de una creatura nacida, como en el caso del niño Jesús,
sin el abolengo que valora la sociedad, y sin celebraciones fastuosas, pero si
acompañada del asombro y la terneza.
Hoy la Semana
Santa nos trae, en la recreación histórica, a ese mismo niño Jesús, pero
dimensionado por sus hechos, la pasión, crucifixión, muerte y Resurrección.
Estos tránsitos están llenos de significaciones y de signos. Aquí están los
valores introducidos por Jesucristo en su breve caminar por la tierra.
antes de llegar al sacrificio. En cada uno de sus pasos, junto a los
apóstoles, como testigos, estableció el Maestro su gran enseñanza. Dejó muy
claro el valor de la fe, la humildad, la confianza, el no temer, el perdón, la
esperanza, el conocimiento de la verdad, la compasión, la misericordia y la
solidaridad, valores que engrandecen la condición humana de quienes los conocen
y practican.
La pretensión,
no es analizar ahora la esencia de cada uno de estos valores, pero si, por
razones atendibles, hacer hincapiés en el valor de la solidaridad, pues ella
está muy cercana a la compasión, la caridad, y la misericordia. La solidaridad
abraza lo humano, lo existencial de Norte a Sur, aunque no necesariamente se
conozcan los rostros humanos, ni los sentimientos de quienes se beneficien de
la acción solidaria. En su ejercicio pedagógico de solidaridad y compasión
recordemos a Jesús saciando con pan y pescado el hambre de la multitud.
Valórese la aflicción de Jesús, y lo que hizo al ver el llanto de una madre a
la que, además de ser viuda, se le muere lo único que tenía, un hijo.
Recuérdese aquella mujer a punto de ser apedreada por varios hombres que la
acusaban. Ellos querían la opinión de Jesús, pero este solo dijo: quien esté
libre de pecado que tire la primera piedra. Ellos se fueron.
Para perdonar
a alguien se necesita haberlo conocido, haber recibido un perjuicio de su
acción, pero la solidaridad es más espontánea, basta abrir el corazón y los
sentidos ante una necesidad evidente. Al paso, y al modo en que van estos
tiempos, la solidaridad hay que cultivarla y expandirla más, y evitar a toda
costa que lleguemos a extrañarla. Es por eso que echo de menos, y más bien
sugiero, un fuerte movimiento solidario que comprometa a todas las iglesias por
cuyas venas espirituales corren y braman las enseñanzas de Jesús, pues Monseñor
Rolando Álvarez, obispo de Nicaragua, está preso y sentenciado a 26 años
de cárcel, por no ser afecto al gobierno, y negarse a salir deportado de su país.
El tipo de
solidaridad que demanda este caso no puede ser un asunto de pronunciarse una
vez, como un cumplido. Las Iglesias Católicas y Evangélicas dominicanas, así como
la llamada sociedad civil, en términos solidarios, pueden hacer más. Esto le
hace bien a la feligresía, al sensibilizarse con el sufrimiento de este obispo.
Estas iglesias en otras luchas han demostrado su poder de convocatoria y de
resistencia. ¿Por qué este silencio o discrecionalidad con el caso del obispo
de Nicaragua? Hace falta abrazarnos mucho más con la pedagogía de la
solidaridad y la misericordia predicada y ejercitada por Jesús. En Nicaragua,
en estos momentos, está preso Jesús, y su Iglesia.
En otro orden,
en la República Dominicana se perciben muchas carencias de solidaridad. Esta
realidad puede ser obra del individualismo, la evasión, o de la indiferencia
que se ha instalado en muchas mentalidades. Es el caso de las mujeres
dominicanas que asisten a las maternidades, y no encuentran turnos porque estos
han sido entregados, porque si, a las parturientas haitianas. Las dominicanas,
en su propio país, se quedan indefensas, y no tienen ante quién quejarse, ni
siquiera los médicos, pues la confabulación y la complicidad envuelve a más de
uno. Aquí hace falta solidaridad con las victimas dominicanas.
La solidaridad
pudiera definirse como el no pactar con ningún tipo de abuso de cualquier
naturaleza o procedencia. A los obreros dominicanos de la construcción,
violando la ley laboral, se les ha quitado el derecho a trabajar en las
construcciones, sean estas del sector privado, o del sector oficial. Han
preferido la mano de obra haitiana. Los obreros nuestros son huérfanos de
solidaridad, y víctimas de abuso y violencia de Estado en complicidad con el
empresariado. Frente a esta indefensión las iglesias, porque Dios es justicia,
deberían pronunciarse a favor de los que sufren, y sería un gran apoyo moral.
Las parturientas dominicanas y los obreros de la construcción forman parte de
la iglesia de Dios.
Si el prójimo
es el que está cerca, los obreros de la construcción y las parturientas locales
merecen solidaridad y compasión efectiva. Una mirada hacia el origen de estos
sufrimientos nos puede llevar a la formación de una conciencia cuestionadora,
que dé seguimiento, y asuma compromiso. Que esta Semana Santa, y la pedagogía
del ejercicio solidario de Jesús, nos den la luz y el vino que nos hace falta
para ser lo verdaderamente solidarios/as. Así seremos mejores seres humanos, y
buenos discípulos de Jesús.
Abril 2023
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