Evangelización | Martín Gelabert
El Espíritu Santo se reconoce por sus efectos
Muchos creyentes, cuando buscan una imagen
representativa del Espíritu Santo, piensan en una paloma. Una paloma no mueve a
la oración. Sin duda, la imagen es bíblica. Pero no es la única, ni
probablemente la mejor. Hay otras menos sensibles que se adecúan más a la
realidad del Espíritu: viento, luz, fuego, agua.
El Padre y el Hijo son más identificables. Pero el
Espíritu Santo, no. En apoyo de esta afirmación voy a acudir al mundo del arte,
y recordar unos pocos cuadros famosos, como “La venida del Espíritu Santo” del
Greco, en donde no está representado como una paloma, sino por las clásicas
lenguas de fuego. Fra Angélico, en “La anunciación” del Prado lo representa
como una paloma, aunque pasa más desapercibido, a pesar de su importancia en
aquel acontecimiento, que la golondrina que aparece muy cerca de Él. Y
Masaccio, en su crucifixión, también llamada “La Trinidad”, disimula la paloma,
hasta hacerla casi irreconocible, en el cuello del vestido del Padre.
El Espíritu Santo es, sobre todo, reconocible por
sus efectos. El Credo de la fe cristiana se compone de tres artículos,
dedicados a confesar nuestra fe en las tres adorables personas divinas. Del
Padre se dice que es creador; del Hijo que es salvador. Y después de nombrar al
Espíritu Santo se nombran sus principales obras, de forma que sería mejor poner
un “que” delante de cada una de estas obras para dejar bien claro que no se
trata de afirmaciones independientes, sino de afirmaciones que sólo tienen
sentido como obra del Espíritu: creo en el Espíritu santo que santifica la
Iglesia, que crea la comunión de los santos, que perdona los pecados, que
resucita a los muertos y que nos da la vida eterna.
La primera obra del Espíritu es santificar a la
Iglesia. La Iglesia, formada por personas pecadoras, pero muy amadas por Dios,
necesita ser purificada constantemente por el Espíritu, que perdona los
pecados. Otra gran obra del Espíritu es resucitar a los muertos, en línea con
lo que dice este texto de la carta a los romanos (8,11): el Espíritu que ha
resucitado a Cristo de entre los muertos, dará también vida a nuestros cuerpos
mortales.
Una obra importante del Espíritu, que no aparece
tan explícitamente en el Credo, es inspirar a la Iglesia y a los creyentes para
que actualicen la obra de Cristo. El Espíritu, teniendo en cuenta los nuevos
tiempos y las necesidades que van surgiendo, pone en boca de los predicadores
las palabras oportunas para que el Evangelio sea mejor comprendido y aceptado;
suscita profetas que disciernen la presencia de Dios en los acontecimientos y
denuncian aquellas realidades que se oponen a la presencia del Reino; mueve a
mujeres y varones en la creación de instituciones adecuadas para hacer operante
el Evangelio; despierta nuevos carismas para el servicio de la Iglesia y de la
humanidad. Así es como el Espíritu “recuerda” todas las cosas que dijo Cristo
(Jn 14,26): actualizándole en la vida de la Iglesia y de los creyentes.
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