Reflexión | Miguel Ángel Munárriz/FA
El soplo de Dios
Jn
20, 19-23
«Recibid
el Espíritu Santo»
Sabemos
que la escala ontológica es como la ladera de una montaña, donde una piedra
puede caer, pero nunca remontarse hacia arriba. Y lo sabemos porque existe la
evidencia histórica de que nunca nadie ha sido capaz de construir una realidad
ontológica superior partiendo de otra inferior, es decir, de que nadie ha sido
capaz de dar vida a un objeto inanimado, o dotar de conciencia o inteligencia a
un ser irracional. En lo más alto de esa escala están el amor, la libertad, la
tolerancia, la compasión, la capacidad de Dios, la belleza… y sabemos que no
pueden proceder de una realidad inferior, y cuyo “principio de la existencia”
no hemos sido capaces de encontrar dentro del mundo.
Al
parecer, a Stanley Kubrick (quien manifiesta no creer en Dios) le ocurría lo
mismo que a nosotros: que le era imposible imaginar un mecanismo evolutivo
capaz de convertir un animal irracional esclavo de sus instintos, en un ser
humano libre y consciente. En su película “2001, odisea en el espacio”, Kubrick
narra la historia de la evolución humana a lo largo de varios millones de años,
y lo curioso es que imagina esa evolución dirigida por algún tipo de
inteligencia o fuerza indeterminada representada por un monolito negro. El
monolito aparece en los momentos clave, cuando el cambio es sustancial, y en
cierto modo expresa su desconcierto ante la radicalidad de esa etapa evolutiva.
En
cambio, hace tres mil años, el cronista bíblico lo tenía claro: «Modeló Yahvé
al hombre de la arcilla y sopló en su rostro aliento de vida». Desde la cultura
cientifista que nos empapa, desdeñamos su interpretación porque nos consta que
no tenía ni idea de cosmología, ni selección natural, ni genética, ni biología…
pero quizá nos convendría hacer un pequeño esfuerzo por comprenderle.
Nuestro
cuerpo y nuestro cerebro proceden del barro, pero es evidente que somos más que
barro. El cronista expresa este plus que hay en nosotros con una imagen
preciosa: “el soplo de Dios; el espíritu de Dios”. Y desde esta imagen se puede
entender por qué amamos, por qué nos compadecemos, por qué sabemos distinguir
entre el bien y el mal, por qué nos estremecemos con la música… y es porque
venían con el soplo de Dios. Dios nos ha trasmitido su espíritu, y su espíritu
es amor, inteligencia, libertad, belleza...
El
cronista se ocupa de lo fundamental, aunque ignore los detalles. Ignora que
Dios tardó miles de millones de años en hacer el muñeco de barro, y que durante
ese tiempo hemos recorrido toda la escala evolutiva. Ignora también que por esa
razón nuestro código genético se parece tanto al de los animales y tenemos sus
mismos instintos. Pero el cronista va mucho más allá, y dice a continuación que
también estamos constituidos por soplo de Dios. Y a partir de esa información,
podemos intuir que los genes nos arrastran hacia abajo, hacia el barro del que
proceden, y que el soplo de Dios nos arrastra hacia arriba, hacia el amor,
hacia la compasión…
Publicado por Feadulta.com
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