Fe y Vida | Miguel Ángel Munárriz/FA
Las Creencias y los Frutos
Jn
6, 51-58
«Si
no coméis de mi carne y bebéis de mi sangre no tendréis vida en vosotros»
En
la fiesta del Corpus Christie se celebra la presencia real de Jesús en las
especies sacramentales del pan y del vino, y esto se manifiesta sacando la
custodia a la calle e invitando a los fieles a adorarla. Desde nuestra óptica
ilustrada, este tipo de devoción nos parece trasnochado y nuestro primer
impulso suele ser criticarlo o descalificarlo, pero quizá convenga plantearnos
una breve reflexión antes de hacerlo.
Son
de admirar esas personas capaces de encerrar un pensamiento complejo en una
frase sencilla, y un buen ejemplo lo encontramos en Ignacio de Loyola. Y es que
San Ignacio fue capaz de condensar la esencia evangélica en una simple
exhortación: «En todo amar y servir». Amar, porque mi Padre, Abbá, me quiere y
yo respondo a su amor amando a sus hijos. Servir, porque es el paradigma que
empapa todo el evangelio: «Yo soy el maestro y el Señor, y os he lavado los
pies…»
Es
cristiano quien responde a la Palabra, es decir, el que ama y sirve a los
demás: «En esto conocerán que sois mis discípulos; en que os améis los unos a
los otros» … Y ya está… y no hay más… y, desde esta perspectiva, todas esas elucubraciones
doctas que tanto nos entusiasman no pasan de ser —en el mejor de los casos— una
simple nota a pie de página que no afecta a nuestras vidas. Incluso el propio
concepto de “ecumenismo” pierde una buena parte de su sentido.
El
modo concreto en que yo crea resulta irrelevante, porque lo importante son los
frutos. Para cada uno, sus creencias serán verdaderas cuando den buenos frutos,
y no lo serán cuando no los den. Es indiferente que yo crea que la misa es un
“Santo Sacrificio” que recrea la inmolación que aceptó el hijo de Dios para
redimirnos de los pecados… o que la considere Eucaristía, acción de gracias,
heredera de las “Cenas del Señor”. Si mi creencia —sea la una o la otra— me
lleva a perdonar, a compadecer y a servir, mi creencia, sin lugar a dudas, será
para mí verdadera. Si no, será falsa.
Y
lo mismo ocurre si creo que las palabras del oficiante en la consagración
producen la transustanciación del pan y del vino… o si considero la
consagración como un recuerdo entrañable de las palabras de Jesús justo antes
de morir. O si creo que al comulgar me estoy comiendo a Jesús… o si pienso que
estoy comulgando con él; con sus criterios, con su proyecto y su misión… Y
tantas cosas más.
Es
muy característico de nuestra religiosidad quedarnos contentos y satisfechos
con “saber”; creer que somos algo por estar bien informados; pero si nos
quedamos solo en eso, lo único que estamos haciendo es «cansar la tierra»; como
la higuera. En la parábola del buen samaritano, el sacerdote que pasa de largo
sin socorrer al herido tenía un profundo conocimiento de la ley, pero se
quedaba en el conocimiento. El samaritano, un hereje inculto y despreciado, es
puesto de ejemplo por Jesús porque lleva la Ley en el corazón, aunque no la
conozca, o la conozca mal.
Termino.
Creo que la fe de César Arnulfo Romero o de la madre Teresa era una fe
verdadera con independencia de lo que pensasen de la transustanciación. En
cambio, tengo serias dudas de que mi fe lo sea, a pesar de que no creo en ella.
Publicado
por Feadulta.com
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