Cultura y Vida | Maica Rivera
Murakami y el salto a otras literaturas
No yerra el
jurado al conceder el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023 a Haruki
Murakami porque son incontestables la singularidad y el
carácter universal de su literatura. Eso resulta evidente; no lo es tanto —y
darÃa para debate— cuáles son los elementos que el autor japonés integra de la
tradición sobre aquellos a los que da la espalda, es decir, cuál es el peso
especÃfico de la japoneidad escurridiza de Murakami —con frecuencia en
entredicho, defendida por expertos como el profesor y traductor Carlos Rubio—,
que se impone de fondo en sus escritos allà donde no llega el pop ni tampoco la
música de jazz que tanto gusta.
Este
territorio borroso forma parte del encantamiento murakamiano y, sobre él,
Haruki Murakami hace suya la intensidad de nuestro Occidente contemporáneo sin
dejar de apuntar a lo profundo.
Alguna pega
puede ponerse al alcance intergeneracional de sus libros, sin ser menoscabo de
su potencial. No impacta con el mismo Ãmpetu a todas las generaciones. Es tan
jovial como melancólico, conoce el alma de los jóvenes, sabe de sus matices en
esos temas de soledad, incertidumbre existencial y deshumanización en las
grandes ciudades. Siempre hice el chiste de que Murakami hacÃa literatura para
treintañeros en crisis, cuando yo lo era. Aún hoy sigo pensando que no andaba
desencaminada, y bajarÃa la franja de edad, incluso, porque Murakami nació,
sobre todo, como un autor de jóvenes y fueron ellos quienes lo encumbraron.
Negar esto serÃa negarnos el valioso acicate para el fomento de la lectura que
significa su producción por ostentar el mérito de acoger en ella algunos de los
contados best sellers capaces de propiciar un salto a otras
literaturas. Lo que queremos decir es que resulta factible que un lector dé el
salto a la literatura japonesa de vuelos mayores como Mishima y Kawabata desde
Haruki Murakami, un doble mortal que, por cierto, no parece que pueda
realizarse desde el manga. También podrÃa ser el puente hacia clásicos como
Chandler y Francis Scott-Fitzgerald, con quienes, le pese a quien le pese, está
hermanado. Es verdad que su producción es algo irregular, pero lo último que
llegó a nuestras manos en bolsillo, Baila, baila, baila,
a pesar de hallarse a distancia de sus novelas más perfectas, guarda semioculto
el magnetismo de su magisterio.
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