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Cómo evitar que tus hijos sean “huérfanos digitales”
Esto
es lo que deben aprender los hijos sobre el mundo digital para no caer en
generalismos y eso afecte su salud mental.
Los
colegios e institutos programan sesiones informativas para que los estudiantes
conozcan los riesgos de las redes sociales. Replican las charlas con los padres
para que estén alerta frente a los numerosos riesgos que les acechan en
internet. Y poco a poco, niños y mayores se van familiarizando con términos en
inglés como cyberbullyng, sexting, grooming o phishing, y aprenden todo lo que
se debe saber sobre delitos informáticos. Sin embargo, no es este el mayor
problema al que se enfrentan.
Hay
muchos otros problemas cotidianos que, sin constituir un delito, van a
modificar la conducta de los más jóvenes, que necesitan la ayuda de los
adultos. Repasamos seis lecciones que deben aprender los hijos.
1.
El tiempo perdido no se recupera
En
el entorno digital se produce frecuentemente un fenómeno que se conoce como
“infoxicación”, que consiste en que el exceso de contenidos provoca que sea muy
difícil jerarquizar a qué se le debe prestar más atención.
Los
adultos, educados todavía en entornos analógicos, tienen unos criterios de
jerarquía de contenidos extraídos de los sistemas previos de organización de la
información.
Los
niños y adolescentes sólo conocen la información en el formato plano de los
muros de sus redes sociales, donde ningún contenido tiene supremacía sobre
otro. Así pues, a todos los contenidos les dedican el mismo tiempo. Y son
tantos que el tiempo se va agotando.
A
este fenómeno de la infoxicación por exceso de información se le une la
paradoja del llamado scroll infinito, el sistema por el que nunca se llega al
final de una web o una red social, que seguirá ofreciendo más contenido cada
vez que se avanza o nuevo contenido cada vez que se sube para actualizar.
Es
el comportamiento habitual de niños y adolescentes en busca de una nueva
gratificación que no llega. La atención se desliza de un contenido al siguiente
en un consumo de tiempo no premeditado que acaba distrayendo la atención del
usuario de opciones más enriquecedoras.
2.
No hay diferencia entre el bien y el mal
Los
medios de comunicación han servido tradicionalmente como colaboradores del
proceso de socialización de niños y adolescentes, junto con la familia y la
escuela. Ese proceso de socialización es el camino que recorren desde la
infancia a la madurez para irse integrando en la vida adulta, desarrollar su
pensamiento crítico y comprender cómo comportarse en diferentes situaciones.
Tradicionalmente,
la socialización mediática se producía en familia, ante el único televisor del
hogar, pero la escena ha cambiado con el entorno multi pantalla porque, si
aparece un contenido inadecuado en una película o una serie, o si se habla de
una noticia que relata hechos nefastos, no habrá ningún adulto cerca que
explique a los niños y adolescentes por qué eso está mal. Estarán solos ante su
propia pantalla y no siempre sabrán decodificar adecuadamente lo que están
viendo porque carecen del pensamiento crítico necesario para hacerlo.
3.
No todo lo que les llega es importante
Los
adolescentes reciben tal cantidad de contenido que creen estar bien informados.
Se trata de un sesgo del conocimiento. porque la realidad es que, con la
irrupción de las redes sociales, ha cambiado el paradigma tradicional de los
temas susceptibles de ser noticiosos, el proceso de establecimiento de la
agenda, puesto que ya no hay profesionales que establezcan los temas que son
noticia, sino que cualquier usuario puede convertir en aparente noticia un
contenido, sea verdadero o falso, relevante o anecdótico.
4.
No todo el mundo piensa como uno piensa
Los
sesgos cognitivos siempre han existido. Uno de ellos es la preferencia en la
elección de contenidos por aquellos que son más afines a las ideas del usuario.
El receptor se siente más cómodo con aquellos puntos de vista que corroboran
sus planteamientos vitales.
Sin
embargo, con la irrupción de las redes manejadas a través de algoritmos que
tratan de maximizar el consumo de contenidos, el llamado “sesgo de
confirmación”, se ha multiplicado en extremo puesto que el propio mecanismo que
oferta los contenidos ya contiene un potente sesgo previo.
Un
adulto que recibe información por canales diferentes de las redes sociales
puede poner en entredicho el contenido que llega sesgado porque tiene versiones
diferentes con las que contrastarlo. Para los niños y los adolescentes
prácticamente no existe esta posibilidad porque sólo se nutren de contenidos a
través de las redes sociales, canales que nunca les ofrecerán visiones de la
realidad que no concuerden con sus gustos y preferencias, puesto que su
objetivo es conseguir más clics.
5.
Hay más opiniones que las del grupo
Muy
relacionado con el anterior sesgo está el sesgo de conformidad, según el cual
el individuo prefiere no destacar respecto al grupo y asume como válidos los
postulados que otras personas más influyentes de su entorno dan por ciertos.
Esto se producía tradicionalmente por el llamado “flujo en dos pasos” que
muestra cómo la influencia de los líderes de opinión es decisiva en las
campañas políticas.
En
los niños y adolescentes ese peso se ha trasladado a los influencers, que
ejercen un enorme poder para conformar los pensamientos de un grupo en
concreto.
Como
el algoritmo se va a ocupar de llenar el timeline de estos niños y adolescentes
con contenido similar al que ya consumen y va a evitar ofrecer contenido
diferente, puesto que no hay garantía de que lo van a consumir, ese efecto
gregario de copia del grupo de iguales se multiplica porque no van a saber que
existen más opiniones que las propias del grupo.
Si
algún miembro del grupo, de forma individual, pone en duda sus propias
opiniones entrará a funcionar la espiral del silencio y ese momento de
pensamiento crítico quedará reducido al interior de una conciencia.
6.
Que sea viral no significa que sea cierto
Los
niños y adolescentes sin herramientas suficientes para discernir qué es
verdadero y qué es falso, se basan en un criterio que hemos denominado “la
dictadura del like”, donde la supuesta “democracia” del número de
visualizaciones o reiteraciones es el aval de los contenidos como presunta
garantía de su veracidad, de modo que el democrático like se convierte en una
dictadura.
El
problema radica en que, en el entorno digital, se produce lo que se conoce como
el “efecto Mateo”, por la cita evangélica que dice que al que más tiene, más se
le dará. Una falsedad muchas veces repetida se extiende más y adquiere visos de
verosimilitud. Al final, promovido por el método de actuación del algoritmo, el
usuario recibe una cascada de mensajes que le lleva a no poner en duda ese
contenido.
Podemos
concluir que, analizados estos problemas de los más jóvenes en las redes
sociales que generan graves sesgos cognitivos y provocan cámaras de resonancia
de las que es muy difícil salir, puesto que no llegan más mensajes que aquellos
que agradan a los usuarios, los niños y adolescentes están en grave riesgo de
sufrir un proceso de desinformación que los deje sin las herramientas de
pensamiento crítico necesarias para desenvolverse en el mundo de los adultos y
no caer en la trampa de los abusos de poder.
Si
los adultos inmigrantes digitales no reflexionan y se forman sobre estos
problemas, dejarán a los niños y adolescentes nativos digitales como huérfanos
digitales en un mundo cada vez más complicado.
Publicado
por LaFamilia.info (original de El Economista)
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