Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Ni en Israel he encontrado tanta fe
Lunes de la 24ª semana de tiempo ordinario / Mateo
18, 21-35
Evangelio:
Lucas 7, 1-10
En aquel
tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró
en Cafarnaún.
Un
centurión tenÃa enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho.
Al oÃr hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judÃos,
rogándole que viniese a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le
rogaban encarecidamente:
«Merece que
se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la
sinagoga».
Jesús se
puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le
envió unos amigos a decirle:
«Señor, no
te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me
creà digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano.
Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis
órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; y a mi criado:
“Haz esto”, y lo hace». Al oÃr esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la
gente que lo seguÃa, dijo:
«Os digo
que ni en Israel he encontrado tanta fe».
Y al volver
a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
Comentario
La figura
de los amigos aparece con frecuencia en el evangelio. Suelen ser mediadores
entre un personaje y Jesús. En este pasaje aparecen tres ejemplos.
Los
primeros, son «unos ancianos de los judÃos». No dice que sean amigos, pero
queda patente que se habÃa ganado su amistad: «Merece que se lo concedas,
porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga». HabÃa
llegado a amar al pueblo judÃo, y habÃa buscado su bien —que era su relación
con Dios— al construirles una sinagoga. Él no podÃa entrar ni participar, pero
habrÃa reconocido el bien que ahà sucedÃa. Y ese reconocimiento, le habÃa
abierto al encuentro con Jesús; pues, estaba atento a lo que sucedÃa en este
pueblo y, por eso, pudo «oÃr hablar de» Él. Su amistad con los judÃos le habÃa
acercado al encuentro con Él; pues le traen a Jesús, que «se puso en camino con
ellos».
El segundo
grupo, dice Lucas directamente que son «unos amigos». Salen al encuentro de
Jesús cuando «no estaba lejos de la casa». Si andaba cerca, ¿por qué no sale el
mismo centurión? No se ve preparado de encontrarse directamente con Él: «no soy
digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creà digno de venir a ti
personalmente». Por eso, sus amigos interceden, median: estando ellos cerca,
traen a su amigo hacia Él: a Jesús le traen las palabras del centurión, sus
deseos, su necesidad, y su conversación con Jesús le reporta al centurión el
mismo beneficio que si hubiera estado allà presente: la amistad verdadera nos
sitúa siempre junto a Jesús.
Por último,
no puede pasar desapercibida la amistad del mismo centurión con su criado
enfermo. No sabemos si de dónde era el criado, ni su fe. Pero gracias al afecto
personal que le tiene el centurión recibe la salud de Cristo: el amor su amo,
el centurión, coincidió con la gracia de Cristo.
Con ello se
nos revela la forma propia de la amistad cristiana. Aristóteles pone el más
alto grado de amistad en amar el bien del otro. Lo que nunca hubiera podido
imaginar es que el bien del otro es Cristo. El verdadero amigo es el que te
acerca al bien, que es Cristo.
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