Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Gabriel anuncia el nacimiento de Juan
Bautista
Martes de la 3a
semana de Adviento / Lucas 1, 5-25
Evangelio: Lucas 1, 5-25
En los dÃas de
Herodes, rey de Judea, habÃa un sacerdote de nombre ZacarÃas, del turno de
AbÃas, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. Los dos
eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del
Señor. No tenÃan hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad
avanzada.
Una vez que
ZacarÃas oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre
de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a
ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la
ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha
del altar del incienso. Al verlo, ZacarÃas se sobresaltó y quedó sobrecogido de
temor.
Pero el ángel
le dijo:
«No temas,
ZacarÃas, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y
le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegrÃa y gozo, y muchos se
alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá
vino ni licor; estará lleno del EspÃritu Santo ya en el vientre materno, y
convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con
el espÃritu y poder de ElÃas, “para convertir los corazones de los padres hacÃa
los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar
al Señor un pueblo bien dispuesto». ZacarÃas replicó al ángel:
«¿Cómo estaré
seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».
Respondiendo el ángel le dijo:
«Yo soy
Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y
comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta
el dÃa en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se
cumplirán en su momento oportuno». El pueblo, que estaba aguardando a ZacarÃas,
se sorprendÃa de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podÃa
hablarles, y ellos comprendieron que habÃa tenido una visión en el santuario.
Él les hablaba por señas, porque seguÃa mudo.
Al cumplirse
los dÃas de su servicio en el templo volvió a casa. DÃas después concibió
Isabel, su mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que
ha hecho por mà el Señor cuando se ha fijado en mi para quitar mi oprobio ante
la gente».
Comentario
PodrÃamos
pensar que el ángel castiga iracundo a ZacarÃas por su pregunta respecto del
nacimiento de Juan Bautista: «te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el dÃa
en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en
su momento oportuno». Ciertamente ZacarÃas enmudece por no haber dado crédito a
las palabras del ángel. Pero los castigos en la historia de salvación nunca son
meras puniciones. Siempre son una ocasión para la salvación: como en el edén el
sudor del trabajo y la muerte llegarÃan a ser salvÃficos, asà también el
silencio impuesto a ZacarÃas. Además, con ZacarÃas se silenció a todo Israel:
toda la sabidurÃa del pueblo, acumulada durante siglos de relación con Dios,
debÃa enmudecer porque era insuficiente para provocar un solo momento de fe. La
fe no viene provocada por nuestra capacidad de creer en la posibilidad de que
algo ocurra; la fe viene de la palabra misma que nos promete el acontecimiento
que está por venir: «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido
enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia». La verdad de lo que
sucede exige que le abramos espacio en nuestra vida, que demos prioridad a lo
que está por suceder, por encima de lo que somos capaces de imaginar. El
encuentro con Él pide de nosotros toda nuestra disponibilidad, y el silencio de
todas nuestras ideas. El silencio es precisamente lo que abre espacio al
acontecimiento completamente inesperado e inmerecido del encuentro con
Él.
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