Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Dejáis a un lado el mandamiento de
Dios para aferraros a la tradición de los hombres
Martes de la 5ª semana del tiempo ordinario / Marcos
7, 1-13
Evangelio: Marcos 7, 1-13
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los
fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron que algunos
discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los
fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos,
restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la
plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de
lavar vasos, jarras y ollas). Y los fariseos y los escribas le preguntaron:
«¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones
de los mayores y comen el pan con manos impuras?».
Él les contestó:
«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como
está escrito:
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que
enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para
aferraros a la tradición de los hombres».
Y añadió:
«Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra
tradición. Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre” y “el que maldiga a su
padre o a su madre es reo de muerte”. Pero vosotros decís: “Si uno le dice a su
padre o a su madre: los bienes con que podría ayudarte son ‘corbán’, es decir,
ofrenda sagrada”, ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre;
invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís; y hacéis
otras muchas cosas semejantes».
Comentario
La descripción de Marcos es cuanto menos curiosa. «Los
fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos,
restregando bien». Por la explicación parece que la manera de frotarse las
manos de los judíos fuese casi obsesiva. Como si tuvieran que liberarse de algo
más que de la suciedad física. De hecho, aquello era una manera de unirse al
pasado ideal de la alianza; pues se frotaban las manos despojándose de la
vacuidad del presente, «aferrándose a la tradición de sus mayores». Su momento
presente era un sindiós absurdo, en el que ya ni siquiera comer tenía sentido.
Lavarse las manos era una manera de amarrarse a un pasado, y obedecer a un Dios
al que ya no oían. Si «se aferran a otras muchas tradiciones» es precisamente
porque ya no les queda otra que convertir la vida en puro formalismo para
evitar que se deshaga en la inconsistencia. Cuando el creyente ha perdido la
voz de Dios, pone toda su esperanza en las formas y en la coherencia. Sustituye
la voz viva y estridente de Dios por ritos muertos que salven la fugacidad
desnortada de la propia vida.
Por eso, Jesús hace resonar la voz de Dios: «Bien
profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan
está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un
lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Si
nuestros rituales y nuestra moral no sirven para escuchar a Dios, no sirven de
nada.
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