Reflexión | Luis Guillermo Gómez Batista
La
cruz, puerta a la vida eterna
La exaltación de la cruz es una fiesta que se celebra
en dos fechas dependiendo del calendario litúrgico organizado por las
conferencias episcopales de cada paÃs. Algunos lo celebran el 14 de septiembre
y otros el 3 de mayo. En este tiempo pascual es importante hablar de la cruz y
el texto apropiado para meditar es: “nadie
ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, asà tiene que ser levantado el Hijo
del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna”. (Jn. 3,
13-15)
La cruz es un tema que provoca miedo porque cuando hablamos
de cruz tendemos a pensar en lo pesada que es. Conocemos nuestra cruz y no la
aceptamos tal cual, es como la responsabilidad familiar, o el trabajo, el mundo
de los vicios, o estar en la cárcel. Son ejemplos de cruces que observamos dÃa
a dÃa en nuestro entorno. PodrÃa preguntar entonces: ¿Tiene la cruz el poder de
Dios para sanarme?, ¿es la cruz la puerta para la vida eterna?
Dios envió a su unigénito, Jesús, para ser elevado en
la cruz como la serpiente y permanece a modo de estandarte. Es sanado de sus
heridas quien observa a Jesús en la cruz. Para el evangelista Juan, Jesús es el
médico divino que cuelga herido en la cruz. Por eso, el poder de Dios en la
persona de Jesús puede sanar y hacer que la cruz no sea pesada, sino que la
carga sea llevadera y el yugo ligero.
La cruz es una purificación que nos libera de todo lo
que no está en Jesús. Cargar verdaderamente la cruz sirve para agradar cada vez
más a Jesucristo. Cuando hacemos experiencia de cruz, sentimos lo que realmente
vivió Cristo como dice san Pablo en su carta a los Filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no
retuvo codiciosamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sà mismo
tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en
su porte como hombre; y se humilló a sà mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte en la cruz” (Flp. 2, 6-8).
Nuestra imaginación piensa en la cruz como
sufrimientos, dificultades, aflicciones, tribulaciones, adversidades, sin
embargo, la cruz es una oportunidad para seguir a Jesús y asà ganar fuerza en
la lucha contra el mal y el pecado. Tomar nuestras cruces es aceptar no caer a
nuestros sentimientos de vergüenza y culpabilidad. El dominico P. Bernard Bro
nos ayuda a definir la cruz como “el
desarme de nosotros mismos, a través del cual nos entregamos a Dios”.
El teólogo alemán Anselm Grün en su libro “Jesús, puerta hacia la vida” comenta
que en la cruz se hace visible la herida más profunda que nos oprime, la herida
de muerte. Cuando miramos a Jesús somos salvados de ella y también de todas las
demás heridas que nos infringe la vida, de las amarguras y los sentimientos venenosos que surgen en
nuestro interior cuando somos rechazados o dañados.
Y es que el evangelista Juan nos enseña que, la
redención reside en la sanación de nuestras heridas y en la transformación de
la muerte. Nos aporta Grün que la clave de la verdadera vida consiste en ver la
verdad ante nosotros. “El reconocimiento
de la verdad, a pesar de que sea trágica, tiene siempre un poder liberador.
Friedrich Nietzsche hace hincapié en que la capacidad de vivir con la tragedia
no es un signo de debilidad, sino de fortaleza” (Kenneth Leong).
La cruz como signo del cristiano es una oportunidad
para enseñar el poder de Dios a quienes lo consideran como necedad. Testimoniar
nuestra experiencia del Cristo resucitado nos recuerda el camino que hay que
seguir para asumir la vida eterna que él nos ha prometido. La cruz es la puerta
para la vida eterna porque Jesús nos lo ha posibilitado por su encarnación. “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a
su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna” (Jn. 3, 16).
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