Fe y Vida | Infomadrid
3 de septiembre: san Gregorio I Magno,
papa y doctor de la Iglesia
Sus biógrafos dicen que era menudo de estatura y débil
de salud. El calificativo de Magno o Grande no le viene de lo que pudiera
sugerir su presencia, sino más bien del puesto que le tocó desempeñar y de la
manera que lo hizo.
Las noticias más antiguas se tienen del Liber
Pontificalis escrito poco después de que muriera; hay, además, una biografÃa de
autor anónimo del siglo VIII y otras dos, escritas por Pablo el Diácono y por
el diácono Juan por mandato del papa Juan VIII, que son del siglo IX. También
Isidoro de Sevilla e Ildefonso de Toledo, Gregorio de Tours y Beda el Venerable
proporcionan abundantes datos sobre su vida; pero, de todos modos, la principal
fuente y más directa son sus propios escritos.
Nació en torno al año 540 de una familia noble romana.
Su padre era el senador Gordiano y su madre, Silvia, también está metida en el
santoral. Estudió derecho como parece que le venÃa de familia. Ocupó el cargo
de Prefecto de Roma entre los años 572-574. En estos años convierte su casa
solariega del monte Celio en monasterio; con el tiempo llegará a levantar en
sus posesiones de Sicilia otros seis monasterios más. Incluso parece que él
mismo se sometió a la regla de san Benito en el monasterio de san Andrés, pero
de esto no parece haber dato cierto.
En torno al año 580 es diácono en Roma y colaborador
Ãntimo del papa Pelagio II que lo nombra apocrisario –legado o embajador– suyo
en Constantinopla. Esta permanencia en Oriente, que duró seis años, le sirvió
para conocer mejor el monacato oriental que siempre le cautivó y a medir los
intereses de la polÃtica del Imperio de modo directo. Allà trabó amistad –ya
para siempre– con el arzobispo Leandro de Sevilla que escapaba por aquel
entonces de la ira del rey visigodo Leovigildo. Fue este un tiempo fecundo para
la piedad y el comienzo de su faceta de escritor por ánimo y ruego de Leandro,
que vio en su conocimiento de la Sagrada Escritura y en su piedad personal un
tesoro para la Iglesia que no era lÃcito desperdiciar.
Vuelto a Roma, el papa Pelagio lo retiene como su
consejero hasta que murió. En el año 390 fue elegido papa por el pueblo, por el
clero y por el senado.
Hubo una total unanimidad en ello como conscientes eran todos de los difÃciles
tiempos que corrÃan para Roma. Gracias a su carácter nada apocado y magnánimo
pone audaz remedio inmediato a las situaciones que no permiten dilación.
Occidente estaba polÃticamente olvidado por los exarcas que miran más los
intereses orientales; desde fuera, las invasiones lombardas exigÃan defensas
que nadie querÃa proporcionar; en el interior de la Iglesia, las herejÃas
adopcionistas y monofisitas abundan en extensos focos; los patriarcados
orientales miran cada vez menos a Roma; queda el vergonzoso asunto pendiente de
la evangelización de los pueblos anglosajones a los que aún no se ha podido
llegar; las donaciones que los fieles han ido dando desde que Constantino
permitió que la Iglesia pudiera recibir herencias para el mantenimiento del
culto necesitan una administración cabal, y ve con la misma claridad meridiana
la necesidad de unificar la liturgia.
Se podrÃa decir que se contempla el desmoronamiento
completo del Imperio Occidental y que en la Iglesia abundan dificultades y
ruinas.
Se apresta a la defensa frente a los pueblos bárbaros
asentados en Occidente, organizando los Estados Pontificios. Manda 40 monjes a
misionar los pueblos anglosajones con la conciencia clara de las dificultades.
Pone las bases jurÃdicas adecuadas y elige las personas adecuadas para la
administración de los bienes eclesiásticos recibidos en limosnas de los fieles
y repartidos por todo Occidente. Sigue paso a paso la evolución de la Iglesia
visigótica en España, animando a poner los requeridos elementos que faciliten
la general vuelta a la verdad de la fe. Potencia
la organización de las iglesias africanas.
Mientras va atendiendo a tantos frentes, arrastrando
su débil y maltrecha salud, no descansa en la defensa y difusión de la fe con
sus abundantÃsimos escritos y cartas con los que mantiene viva la esperanza de
la Cristiandad. Entre ellos merecen especial mención la Regla Pastoral escrita
en el primer año de pontificado, Diálogos, HomilÃas sobre Ezequiel, Comentarios
al libro de Job, innumerables escritos de exégesis y comentarios bÃblicos,
Cartas a las iglesias y a particulares en las que da respuesta adecuada a las
necesidades que lleva consigo el gobierno de la Iglesia, HomilÃas, PanegÃricos,
y, para animar a la reforma litúrgica que intenta, el Sacramentario y el
Antifonario.
Muere el 12 de marzo del año 604. El 20 de septiembre
del 1295 lo declaró doctor de la Iglesia el papa Bonifacio VIII.
En medio de todas las dificultades, supo tener un
talante positivo cristiano que no le impidió descubrir y detectar los sÃntomas
patológicos del ambiente, sino que le llevó a ponerles el remedio conveniente
sin escatimar esfuerzos. Eso que se llama audacia.
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