Fe y Vida | Ester Medina
San Gerardo María Mayela es el protector de las
embarazadas y parturientas. Foto: Congregación Santísimo Redentor.
16 de octubre: san Gerardo María
Mayela, se escapó de casa para ser religioso y santo
Rechazado por las órdenes por su mala salud, logró
consagrarse gracias a una insistencia que muestra «la pasión por seguir la
propia vocación». Protector de embarazadas y partos, hay hospitales que le
dedican su área de maternidad
Miles de lazos rosas y azules cuelgan del techo y las
paredes de una de las salas del santuario de San Gerardo Mayela, situado en la
aldea de Materdomini, al sur de Italia. Un lugar de peregrinaje donde estos
fragmentos de tela simbolizan los miles de bebés que, gracias a la intercesión
de este santo, han nacido sin complicaciones o se han curado.
En este santuario se venera a san Gerardo
María Mayela, universalmente reconocido e invocado como protector
de las parturientas y de los embarazos. De hecho, una de las figuras más
importantes en su vida fue su madre, Benedetta Galell, que siendo una mujer
pobre y campesina fue esencial en su formación espiritual, cultivando en él una
sensibilidad especial. «Desde pequeño, Gerardo recibió de ella un ejemplo de fe
y dedicación que moldeó su carácter y su futura vocación religiosa» explica
Maurizio Iannuario, sacerdote redentorista, en conversación con Alfa y Omega. «De alguna manera, esta influencia
materna fue decisiva en el desarrollo de su vida espiritual y en su compromiso
al servicio de los demás».
Bio
·
1726: Nace en
Muro, al sur de Italia
·
1749: Conoce a los misioneros
redentoristas
·
1752: Hace su primera profesión
· 1755: Muere a
causa de una hemorragia en la comunidad de Materdomini
· 1893: El Papa
León XIII lo beatifica
·
1904: Es
proclamado santo por el Papa Pío X
Gerardo nació en 1726 en Muro, una pequeña ciudad al
sur de Italia. Cuando tenía 12 años su padre murió y él tuvo que ayudar a su
madre en el cuidado de la familia. Tras cuatro años de aprendizaje con un
sastre y cuando estaba a punto de abrir su propia sastrería, Gerardo entró a
trabajar al servicio del obispo de Lacedonia, Claudio Domenico Albini, conocido
por su áspero y duro carácter. Los que habían trabajado con él no llegaban a
estar a su lado más de una semana. Sin embargo, «y a diferencia de los otros,
Gerardo no veía en el obispo solo un carácter complicado, sino una oportunidad
para servir y aprender», señala Iannuario. Esta combinación de humildad, fe y
amor hizo que viera en los continuos reproches y humillaciones del obispo una
ocasión para fortalecer su madurez, llegando a ser el único que lloró la muerte
de Albini tres años después de estar a su cargo.
El deseo de Gerardo de seguir a Jesús le llevó a pedir
la admisión en los capuchinos, pero le fue denegada debido a su débil salud.
Cuando los misioneros redentoristas llegaron a su ciudad en 1749, él se enamoró
de este estilo de vida y pidió su ingreso en la comunidad. Al volver a ser
rechazado y ante la insistencia de Gerardo, el padre superior ordenó que lo
encerrasen en su habitación de la casa materna. Pero él no se quedó de brazos
cruzados y, la noche en que los misioneros se marchaban de la ciudad, Gerardo
anudó las sábanas de la cama y se descolgó por la ventana dejando en la mesa un
mensaje: «Mamá, perdóname, ¡voy a hacerme santo!». Tras recorrer 18 kilómetros,
consiguió alcanzar al grupo de misioneros redentoristas y les suplicó:
«Llevadme con vosotros, dadme una oportunidad y echadme a la calle si no
valgo». Para Iannuario, esta insistencia «es un testimonio del poder de la
perseverancia y la pasión por seguir la propia vocación, a pesar de las
dificultades. Es un ejemplo de cómo la fe puede motivar a una persona a superar
obstáculos, buscar su verdadero propósito en la vida y permanecer fiel a pesar
de todo y de todos».
Milagros en vida
Con pocas esperanzas de que fuera útil para el
trabajo, el padre superior envió a Gerardo a la comunidad de Deliceto, donde
hizo su profesión en 1752 y, para sorpresa de muchos, desempeñó diversos
trabajos como jardinero, sacristán, sastre, portero, cocinero, carpintero o
albañil. Cuando tenía tan solo 29 años, enfermó gravemente de una hemorragia
acompañada de una disentería —un trastorno inflamatorio del intestino—, lo que
le provocó la muerte al amanecer del 16 de octubre de 1755 en la comunidad
redentorista italiana de Materdomini.
Antes de su fallecimiento, se le atribuyen milagros
como devolver la vida a un joven que se había caído desde lo alto de unas rocas
o multiplicar el pan que repartía entre los más pobres. Luego, además, «hay
personas que, tras invocar su nombre, han experimentado cambios profundos en
sus vidas, incluyendo conversiones y reconciliaciones», indica Iannuario. Sin
embargo, los milagros más notorios son relacionados con partos seguros y
saludables y brindando consuelo a las madres durante el periodo de la gestación.
Incluso hoy muchos hospitales de Italia le dedican su área de maternidad a san
Gerardo y distribuyen entre sus pacientes medallas e imágenes de él.
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