Vida Consagrada | Simona Brambilla, mc *
Sor Brambilla: La vida
consagrada laboratorio del "nosotros”
En
L'Osservatore Romano una reflexión de la prefecta del Dicasterio para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica sobre la
contribución de los religiosos al crecimiento de la sinodalidad en la Iglesia.
El Documento Final del Sínodo sobre
la Sinodalidad afirma que: «La vida consagrada está llamada a interpelar a la
Iglesia y a la sociedad con su voz profética. En su experiencia secular, las
familias religiosas han madurado prácticas probadas de vida sinodal y
discernimiento comunitario, aprendiendo a armonizar los dones individuales y la
misión común. Las Órdenes y Congregaciones, las Sociedades de Vida Apostólica,
los Institutos Seculares, así como las Asociaciones, Movimientos y Nuevas
Comunidades tienen una contribución especial que hacer al crecimiento de la
sinodalidad en la Iglesia. Muchas comunidades de vida consagrada son hoy un
laboratorio de interculturalidad que constituye una profecía para la Iglesia y
para el mundo» (DF, 65).
El Papa Francisco ha hablado
repetidamente de la llamada a pasar del yo al nosotros, de la necesidad de
«encontrarnos en un nosotros más fuerte que la suma de pequeñas
individualidades» (Fratelli tutti, 78), del «desafío de descubrir y transmitir
la mística de vivir juntos» (Evangelii gaudium, 87), de la «experiencia
liberadora y responsable de vivir como Iglesia la mística del nosotros»
(Veritatis gaudium sobre las universidades y facultades eclesiásticas, 4). El
proceso sinodal ha retomado, entre otras, la imagen paulina del único cuerpo
(DF, 16, 21, 26, 27, 36, 57, 88) y «nos ha hecho experimentar el “sabor
espiritual" (EG 268) de ser Pueblo de Dios, reunido de todas las tribus,
lenguas, pueblos y naciones, viviendo en contextos y culturas diferentes. Nunca
es la mera suma de los bautizados, sino el sujeto comunitario e histórico de la
sinodalidad y de la misión» (DF, 17.).
«Todo está relacionado», «todo está
conectado»: este es el estribillo que recorre la Laudato si' del Papa
Francisco. La imagen del cuerpo expresa de manera plástica y clara la conexión
que existe entre nosotros: nosotros criaturas, nosotros humanos, nosotros
cristianos, nosotros miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, nosotros
pertenecientes a un Instituto de Vida Consagrada, a una Sociedad de Vida
Apostólica, a una Familia espiritual animada por un carisma único y original.
Como en un cuerpo físico, cada parte, cada órgano, cada célula de un «cuerpo
carismático» influye en el resto. Lo que sucede en una parte del cuerpo afecta
al conjunto. Y lo que sucede en todo el cuerpo como tal repercute de alguna
manera en cada una de sus partes.
En el «cuerpo carismático» circula
lo que los miembros ponen. Cada uno de nuestros actos y palabras, cada uno de
nuestros pensamientos y sentimientos es energía que viaja por la densa red de
nuestras relaciones, y llega a afectar a todos, porque todos estamos unidos en
un solo cuerpo, bañado en la misma sangre carismática viva. Ninguna palabra,
ningún gesto, ningún pensamiento o sentimiento es neutro: toda expresión vital
tiene consecuencias, para bien o para mal. Misteriosamente, en virtud del hecho
de que todos estamos conectados -a un nivel muy profundo, de espíritu, de
carisma-, lo que siento, pienso, digo, hago, deseo, se pone en circulación en
el cuerpo y acarrea sus consecuencias, benéficas o maléficas. Acompañar a un
«cuerpo carismático», a un organismo vivo, para que exprese su generatividad,
su fecundidad, la finalidad para la que vino al mundo, significa ante todo
acompañarlo para que conecte y reconecte continuamente con lo que lo anima, con
el carisma. Y significa cuidar lo que circula dentro de las conexiones vitales.
El Carisma no es propiedad de un
Instituto, de una Sociedad, de una Familia Carismática. Es un don de Dios al
mundo, es Espíritu, es Vida. El Instituto (o Sociedad, o Familia) y cada
hermana y hermano que es miembro de él, lo recibe como un don gratuito, una
fuerza vital a la que hay que dejar fluir creativamente, libremente, no para
ser «momificada» o embalsamada como una pieza de museo. En palabras del Papa
Francisco: «Todo carisma es creativo, no es una estatua de museo, no, es
creativo. Se trata de permanecer fieles a la fuente original esforzándose por
repensarla y expresarla en diálogo con las nuevas situaciones sociales y
culturales. Tiene raíces firmes, pero el árbol crece en diálogo con la
realidad. Este trabajo de actualización es tanto más fecundo cuanto más se
realiza armonizando creatividad, sabiduría, sensibilidad hacia todos y
fidelidad a la Iglesia» (Al Movimiento de los Focolares, 6 de febrero de 2021).
La energía del carisma recorre cada
célula del cuerpo: cada hermana/hermano es su portadora y su expresión. Y no
sólo eso. El «cuerpo carismático», como organismo vivo, tiene sus propios
«sentidos», y entre ellos el «sentido del carisma», un «olfato», por citar de
nuevo al Papa Francisco, que le permite distinguir el olor del carisma, oír su
melodía, percibir su luz, gustar su sabor, reconocer su tacto. Y vibrar en
contacto con él, dejarse atraer por él y seguirlo. Como un cuerpo, como un
organismo. Qué importante es entonces que el líder de una Familia carismática,
como buen pastor, camine con el rebaño «a veces delante, a veces en medio, y a
veces detrás: delante, para guiar a la comunidad; en medio, para animarla y
sostenerla; detrás, para mantenerla unida y que nadie se quede demasiado,
demasiado atrás, y también por otra razón: ¡porque la gente tiene “olfato”!»
(Asís, 4 de octubre de 2013).
La vibración y el movimiento de un
organismo en respuesta a lo que perciben su «nariz» y todos sus sentidos no es
simplemente la suma de las vibraciones y los movimientos de cada una de sus
partes; es mucho más. Un poco como una sinfonía interpretada por una orquesta:
no es simplemente la suma de los diversos sonidos de los instrumentos; es mucho
más. Hablando a los nuevos cardenales durante el Consistorio del 30 de
septiembre de 2023, el Santo Padre propuso precisamente esta imagen,
vinculándola a la sinodalidad: «el Colegio cardenalicio está llamado a
asemejarse a una orquesta sinfónica, representando la sinfonicidad y la
sinodalidad de la Iglesia. Digo también “sinodalidad”, no sólo porque estamos
en vísperas de la primera Asamblea del Sínodo que tiene precisamente este tema,
sino porque me parece que la metáfora de la orquesta puede iluminar bien el
carácter sinodal de la Iglesia. Una sinfonía vive de la hábil composición de
los timbres de los diferentes instrumentos: cada uno da su contribución, a veces
solo, a veces unido a otro, a veces con todo el conjunto. La diversidad es
necesaria, es indispensable. Pero cada sonido debe contribuir al diseño común.
Y para ello, la escucha mutua es fundamental: cada músico debe escuchar a los
demás. Si uno se escuchara sólo a sí mismo, por sublime que fuera su sonido, no
beneficiaría a la sinfonía; y lo mismo ocurriría si una sección de la orquesta
no escuchara a las demás, sino que tocara como si estuviera sola, como si fuera
el todo. Y el director de la orquesta está al servicio de esta especie de
milagro que es cada vez la interpretación de una sinfonía. Tiene que escuchar
más que nadie, y al mismo tiempo su tarea es ayudar a cada uno y a toda la
orquesta a desarrollar al máximo la fidelidad creativa, fidelidad a la obra que
se interpreta, pero creativa, capaz de dar un alma a esa partitura, de hacerla
resonar en el aquí y ahora de una manera única».
Un organismo vivo está
necesariamente siempre en movimiento, adaptación y renovación. Cuando el
movimiento, la adaptación y la renovación cesan, sobreviene la muerte. En
palabras del Papa Francisco: "los que están quietos acaban corrompiéndose.
Como el agua: cuando el agua está quieta, vienen los mosquitos, ponen huevos, y
todo se corrompe. Todo" (Homilía, Capilla de la Casa de Santa Marta, 2 de
octubre de 2018).
La/el responsable de una Familia de
consagrados está llamado a facilitar un continuo retorno y re-inmersión en el
carisma, en la energía vital que anima el «cuerpo carismático», en la música
que lo sostiene, en los orígenes vivos y palpitantes desde los que es posible
recomenzar, ser relanzados en el mundo de hoy por la fecundidad inagotable de
la inspiración de la que se ha nacido. Entonces, la música puede expresarse hoy
en la orquesta, dando vida y alma a la partitura en el aquí y ahora. Entonces,
liberada de estructuras, geometrías y geografías que tal vez la lastraban, el
flujo vital del carisma puede liberarse en una danza que conmueve, enciende,
vivifica todo el cuerpo, la Iglesia, el mundo.
*Prefecta del
Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica.
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