Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
El llanto de Jesús
(Jueves
20 noviembre 2025, lecturas: 1 Mac 2,15-29; Sal 49; Lc 19,41-44)
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
el Evangelio nos presenta una de las escenas más conmovedoras de toda la
Escritura: Jesús llorando sobre Jerusalén. San Lucas nos dice que, al acercarse
a la ciudad, Jesús la contempló y lloró por ella. No es un llanto cualquiera.
Es el llanto de Dios hecho hombre ante el destino de su pueblo amado.
«¡Si
también tú comprendieras hoy el camino de la paz! Pero ahora está oculto a
tus ojos… porque no reconociste el momento de tu visita».
Estas
palabras son un grito del corazón de Jesús. No es reproche frío, es
dolor de amor. Jesús no llora porque Jerusalén vaya a ser destruida físicamente
(eso ocurrirá años después, en el año 70). Llora porque su pueblo ha rechazado
la paz que Él trae, ha cerrado los ojos al tiempo de la gracia, ha despreciado
la visita de Dios.
Y
este llanto de Jesús resuena hoy con fuerza en nuestras lecturas.
1.-Matatías
y la fidelidad que cuesta
En
la primera lectura vemos a Matatías, un hombre mayor, padre
de familia, que se niega a traicionar la fe de sus padres, aunque le cueste la
vida. Cuando los enviados del rey llegan para obligar a los judíos a apostatar,
muchos ceden por miedo. Pero Matatías grita: «Aunque todos los súbditos del
rey obedezcan… mi familia y yo obedeceremos la alianza de nuestros padres».
Y
se va al desierto con sus hijos, renunciando a todo: casa, bienes, seguridad.
Matatías
prefigura a Jesús: prefiere la fidelidad a Dios antes que la paz
aparente que ofrece el mundo a costa de la verdad.
Jerusalén
rechazó esa misma fidelidad. Prefirió la paz con Roma antes que la paz con
Dios. Y por eso llora Jesús.
2.-El
Salmo 49: la verdadera riqueza
El
salmo de hoy nos recuerda que ni el rico más poderoso puede comprar su vida:
«Ningún
hombre puede redimirse ni pagar a Dios su rescate… Los sabios mueren, lo mismo
que los necios e ignorantes, y legan sus riquezas a extraños».
Jerusalén
confió en sus murallas, en sus alianzas políticas, en su templo magnífico.
Pensó que eso la salvaría. Pero todo eso era polvo ante los ojos de Dios.
Jesús
llora porque su pueblo buscó la seguridad donde no estaba: en el poder
humano, no en la conversión del corazón.
3.-El
llanto de Jesús hoy
Hermanos, ¿no llora Jesús también hoy sobre nuestras ciudades, sobre nuestras familias, sobre nuestra propia vida?
- Llora cuando preferimos la paz aparente del “no te metas” antes que defender la verdad, aunque duela.
- Llora cuando callamos ante el aborto, la corrupción, la injusticia, el desprecio a la vida del anciano o del migrante, por no “tener problemas”.
- Llora cuando en nuestras parroquias y comunidades hay división, chisme, orgullo, y no nos arrepentimos.
-
Llora cuando recibimos la Eucaristía de manera rutinaria, sin reconocer que es
el momento de nuestra visita, el tiempo de gracia que Él nos da.
Jesús
sigue acercándose a nuestra “Jerusalén” personal y comunitaria. Y sigue
llorando cuando no lo reconocemos.
Pero
este llanto no es de desesperanza. Es llanto de amor que suplica: ¡Conviértete!
¡Abre los ojos! ¡Todavía estoy aquí!
Termino
con una pregunta que nos lleva a la acción:
Si
Jesús se acercara hoy a nuestra ciudad, a nuestra familia, a nuestro corazón… ¿lloraría
o se alegraría?
Que
la Virgen María, que guardaba todas las cosas en su corazón y nunca cerró la
puerta a la visita de Dios, nos enseñe a acoger al Señor que viene.
Que
no tenga que llorar más por nosotros.
Amén.


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