La Iglesia Hoy | Alexandra Sirgant, enviada a Belém (Brasil)
Jeanne-Marie Abanda,
secretaria ejecutiva de la Comisión Episcopal para los Recursos Naturales de la
CENCO, y miembro de la delegación enviada a Belém.
La Iglesia de la RDC en la
COP30: no a los “minerales de sangre”
La COP30 se
inauguró oficialmente este lunes 10 de noviembre en Belém, Brasil. La Iglesia
de la República Democrática del Congo ha enviado una delegación de cuatro
personas decididas a sacudir a la comunidad internacional frente a la situación
en el este del país, herido por la extracción ilegal de sus recursos mineros.
Conversamos con Jeanne-Marie Abanda, secretaria ejecutiva de la Comisión
Episcopal para los Recursos Naturales de la CENCO.
Las voces de las Iglesias de Asia,
África y América Latina resonarán esta semana en Belém, representadas por los
presidentes de sus conferencias episcopales regionales: el cardenal Jaime
Spengler, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM);
el cardenal Filipe Neri Ferrão, presidente de la Federación de Conferencias
Episcopales de Asia (FABC); y el cardenal Fridolin Ambongo Besungu, presidente
del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SCEAM).
Portavoz de todo el continente
africano, el arzobispo de Kinshasa encabezará también la delegación episcopal
de la República Democrática del Congo, formada por cuatro representantes
decididos a hacer oír ante la comunidad internacional su clamor de paz para el
este del país.
La lucha por los recursos mineros
abundantes en la región está en el centro de la guerra que enfrenta al ejército
congoleño con los grupos rebeldes del M23. Sus minerales —especialmente cobre y
cobalto— son materias primas esenciales para fabricar baterías eléctricas, y
por ello muy codiciadas en todo el mundo. Pero su extracción ilegal provoca
violaciones graves de los derechos humanos y daños ambientales devastadores.
«Son minerales de sangre», denuncia Jeanne-Marie Abanda, secretaria ejecutiva
de la Comisión Episcopal para los Recursos Naturales de la CENCO e integrante
de la delegación de la Iglesia congoleña en Belém.
En declaraciones a Radio Vaticana –
Vatican News, retoma el mensaje que el Papa León XIV envió a los participantes
de la COP30, leído por el cardenal Parolin en la cumbre de líderes el pasado 7
de noviembre: «Si quieres construir la paz, protege la Creación».
Durante la cumbre de líderes, el presidente Félix Tshisekedi denunció en su
discurso la «guerra ecológica» que vive su país, y la indiferencia de la
comunidad internacional. ¿La crisis en el este del país ha caído en el
olvido?
Hoy, la RDC es víctima de sus
propias riquezas, y el mundo entero quiere explotarlas a costa del pueblo
congoleño. Ese es nuestro grito: “Dejen de saquear nuestros recursos ignorando
a los habitantes de este país”. Sufrimos una guerra injusta, una guerra que
llamamos la guerra de los minerales. Se han convertido en minerales de sangre,
porque se arma a los países vecinos para atacarnos y luego llevarse nuestros
minerales. Todos los teléfonos que sostenemos en la mano contienen la sangre de
los congoleños, porque es el coltan del Congo el que permite fabricarlos.
Necesitamos avanzar hacia una
transición ecológica con energías renovables. Tenemos minerales esenciales para
desarrollar estas tecnologías, pero nos los arrebatan y nos imponen la guerra.
Por eso, en espacios como la COP, queremos que la opinión internacional
comprenda que los congoleños necesitan paz. Podemos vender nuestros minerales
por vías legales. No tienen por qué matarnos para llevárselos.
La cuenca del
Congo está llena de recursos naturales, pero los métodos actuales de
explotación y los volúmenes extraídos ponen en riesgo el futuro de la región.
¿Cómo lograr
una gestión sostenible de estos recursos?
Es necesario establecer mecanismos
que permitan a los propios pueblos proteger sus recursos. Las comunidades
locales y los pueblos indígenas siempre los han preservado bien. Somos los
hombres del siglo XXI, con nuestras tecnologías avanzadas, quienes hemos
vaciado los suelos con la extracción industrial.
Hay que involucrar a las
comunidades locales en la gestión de los recursos naturales y garantizar
métodos de explotación transparentes. Debe existir un mercado justo: “yo te
proporciono mi producto; tú aportas inversión financiera y hacemos un
intercambio”, y no “vienes a mi tierra, te instalas con tus leyes, te llevas
mis bienes y te vas”. También el gobierno debe imponer negociaciones justas:
nada de acuerdos sin igualdad de condiciones.
Cuidar nuestros recursos, bosques,
ríos y minerales —y no agotarlos— es una obligación. Es una misión que hemos
recibido de Dios: Él creó estos recursos y los puso al servicio del ser humano.
El hombre no debe destruirlos, sino preservarlos con responsabilidad y pensando
en las generaciones futuras.
¿Cómo llevar a
cabo estas prioridades medioambientales cuando hay guerra en el este del país?
No podremos hacer mucho mientras sigamos siendo un país dividido. La RDC necesita paz para reconstruirse, proteger el planeta y devolver esperanza a su población y más allá. Estamos en el corazón de África, pero también del mundo, gracias a la cuenca del Congo, la segunda selva tropical más grande del planeta.
Necesitamos buscar la paz y obtener
apoyo financiero y técnico de socios que trabajen a nuestro lado, algo que hoy
nos falta.
La Iglesia católica del Congo, en
mi opinión, es un actor imprescindible: vivimos con el pueblo y tenemos
capacidad de acción capilar gracias a nuestras 48 diócesis repartidas por todo
el territorio -2 345 410 km²-.
Tenemos proyectos que pueden
generar cambios rápidos, pero carecemos de medios financieros. Avanzamos a
cuentagotas, aunque tenemos programas de gran alcance y acciones destinadas
tanto a incentivar al gobierno a asumir sus responsabilidades como a ayudar a
las comunidades a tomar las riendas. Esto permitiría establecer un buen marco
de colaboración con las multinacionales, que deberían trabajar con nosotros;
pero en la situación actual, los actores extranjeros seguirán diciendo que la
RDC es incapaz de gestionar sus recursos, y continuarán saqueándolos.
¿Cuáles son
sus expectativas y prioridades para esta COP30?
La COP30 es una oportunidad para
hacer oír el grito del pueblo congoleño, de las comunidades locales y de los
pueblos indígenas que ya no tienen espacio en su propia tierra.
Si debatimos sin tener en cuenta a
estas comunidades, sin justicia ecológica, sin agricultura sostenible, sin
actividades alternativas, el pueblo se convierte en víctima.
Para nosotros, esta COP es el
espacio para decir: “Queremos preservar nuestros recursos. Pero
ayúdennos a acceder al desarrollo y al bienestar”.


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