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    jueves, 1 de octubre de 2009

    Fuerza de la Vejez

    La fuerza de la vejez.

    Algunas consideraciones sobre el Salmo 71

    El Salmo 71 se abre con una frase sabia: Dios, yo me abrigo en ti (v.1).
    Ella es dicha por un ser humano que siente en su piel y en sus huesos el acumulo de años. Sus sentimientos se confunden entre súplica y esperanza, entre confianza y temor. El momento que vive no es fácil y abre su vida a Dios, como quien se desahoga con un amigo. Aquí está lo que vive el salmista:
    Nuestro viejito siente temor de ser avergonzado, humillado (v.1), miedo de no ser escuchado en su angustia (v.2), pánico de ser rechazado por la vejez y abandonado por carecer de vigor (v.9), no confía en aquellos que le circundan, recuerda a algunos que hablan contra él y le desean mal (v.10), también le preocupa llegar a ser objeto de burla (v.11). Él vive un conflicto en su edad avanzada, y el problema empeora por estar solo, enfermo y sin fuerza. Sin embargo, en medio de su pobreza, posee un profundo sentido de la vida, que no le viene de si mismo, sino de Aquel que le sustenta.
    La debilidad de este anciano descansa en Dios, que sale a su rescate, y a quien llama: roca de refugio y hospitalidad (v.3). Aunque el mundo se quiebre a sus pies, Dios es su último objeto de confianza, y le habla con franqueza: ahora que llega la vejez y las canas, ¡oh, Dios, no me abandones! (v.18). El viejito, que tiene memoria teológica, o sea, que recuerda su experiencia de Dios desde antiguo, queda pensando como quien, en silencio, saca cuentas para el Señor diciéndole: si desde mi juventud fuiste mi confianza (v.5) y desde el seno materno, mi apoyo; y todavía más… si desde las entrañas maternas estabas conmigo (v.6), no me abandones ahora, en el tiempo de cabellos blancos (v.18). Justamente aquí nace la súplica, de la confianza, porque entre cómplices también se clarifican las cosas.
    Dios parece silenciar ante la desesperación. Pero el viejo, sabio, espera. Mirando para el pasado encuentra a Dios en su presente, y hace un reajuste en sus ideas. Dios nunca le había defraudado (v.5). Y sus palabras recuperan las fuerzas necesarias para decir: Y vendré a las proezas de Dios, recordaré tu justicia (v.16). Aquí se expresa el sentido de su vida, de sus rodillas temblorosas, de su visión nublada, de sus oídos sordos, de sus dientes gastados: él quiere vivir y contar, hasta que el aliento le permita, las maravillas de Dios a todas las generaciones, teniendo por límite las nubes (v.18).
    Lo que nuestro querido viejo ha aprendido de Dios a lo largo de su pasado, se convierte en la misión de su presente. La suma de sus años no habla de abandono, sino del mimo persistente de Dios manifestado en el don de la existencia. Y para no aburrirse, decide transmitir el mensaje al son del arpa y de la cítara, porque las cosas buenas se festejan públicamente (v.22). Quiero terminar con dos cosas: recordar una cita de Proverbios: El vigor es la belleza de los jóvenes, las canas el ornato de los viejos (20,29); e invitar a los/as jóvenes de las comunidades a escuchar de las personas mayores lo que ellas tienen para contar.

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