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    sábado, 29 de enero de 2011

    Filosofía Política del tiempo

    Comienza el año 2011; aprovechemos este espacio para reflexionar sobre el tiempo desde la filosofía política, en diálogo con la realidad dominicana.  
    Quizá más de uno preguntará, ¿se puede pensar el tiempo desde la filosofía política? Probablemente los más entendidos en filosofía clásica dirán que el título de esta reflexión está equivocado, pues en la filosofía antigua, medieval y de comienzos de la modernidad, el tiempo es tratado como tema de la cosmología. El tiempo es, en esta perspectiva, medida del movimiento, un ritmo establecido por las cosas del cosmos. Pero en la realidad humana no es así. Reducir el tiempo humano a una magnitud meramente física es desconocer su rico mundo de significados. La filosofía contemporánea se ha encargado de mostrar este mundo. Pensadores de nuestros días tienen enjundiosas reflexiones al respecto. Ricoeur nos ha enseñado a pensar que el tiempo humano se narra en historias mitológicas, entrecruzando el tiempo físico, el tiempo cosmológico, con el tiempo “vivido”, el tiempo existencial. Ningún calendario de los que conocemos es mero registro del cambio de las estaciones. El tiempo humano se representa también como la búsqueda del establecimiento, reparación o celebración de justicias e injusticias asociadas a la vida en común. Esta operación de cruce entre tiempo cosmológico y tiempo vivido se da de manera privilegiada en las narraciones históricas o historias contadas en las que se entremezclan lo real y lo ficticio que viven las sociedades y las personas. En el entrecruce de cosas reales (lo que pasó y en qué fecha pasó) y ficticias (cómo el deseo interpreta lo que pasa) se tejen también los sueños de los grupos que conforman la sociedad. Así, las narraciones históricas que se nos enseñan normalmente en las escuelas no son mero inventario del pasado, sino los procesos por los cuales determinados grupos lograron el poder sobre otros y nos lo muestran como “el futuro de la nación”.
    En la actual coyuntura política dominicana, estamos sometidos al tiempo entendido como “progreso”. Esta ideología histórica nació en el siglo XVIII, en Francia, aunque se dice que sus raíces son bíblicas. Su principal representante es el Marqués de Condorcet. Tiene tres componentes fundamentales:
    1) la historia tiene un destino único, recorriendo una ruta necesaria hacia un punto de estabilidad en que se detiene; se llega a una era de plenitud de la que ya no hace falta salir
    2) el motor de este recorrido es la tecno-ciencia
    3) los que se oponen a este proceso son “atrasados” o “enemigos del progreso”. Estos se pueden han clasificado como: salvajes (SS. XVIII-XVIII), bárbaros o no-civilizados (s. XIX) “subdesarrollados” (S. XX), o “anti-globalización” (S. XXI).
    En los países latinoamericanos, también en el nuestro, ha habido tres modelos fundamentales de ideología del progreso. Primero, el positivismo del siglo XIX, que quiso “blanquear” definitivamente a la población, promoviendo la inmigración de “blancos” europeos. Consideró que las poblaciones no blancas y rurales eran “bárbaras” y debían ser eliminadas, y los destinos políticos guiados por un “líder fuerte”, un “césar”. Esta ideología sustentó todavía la Era de Trujillo, y permaneció viva en el pensamiento balaguerista. Segundo, el marxismo del siglo XX, que decía interpretar los verdaderos deseos de la clase trabajadora a través de una “vanguardia del pueblo” que ha de controlar los medios de producción para redistribuir colectivamente la producción de riquezas. En tercer lugar, el “desarrollismo” de corte capitalista, que cree que un crecimiento de la economía, a través de la industrialización y el libre mercado, es capaz de lograr bienestar y paz para toda la población. Tomó forma en América Latina a través de la “Alianza por el progreso”, una acción del gobierno norteamericano para controlar el avance del comunismo en América Latina.
    La actual ideología del progreso que nos gobierna en República Dominicana es una mezcla posmoderna y abigarrada de esta gran tradición de exclusión social. Se disfraza ahora de “ideología global”, pero es sumamente autoritaria. Así, las prácticas sociales que contestan esta ideología quedan negadas por “atrasadas”, “locales” y “lentas”. Sus únicos interlocutores válidos tienen que venir de Harvard o de alguna universidad europea; pero si dicen lo que no quieren oír, tampoco los escuchan. Esta ideología es la que se negó en diciembre pasado a aprobar el 4% para la educación dominicana, porque percibía al movimiento social que la animó como “enemiga del progreso”, como “absurda”, como “local” y desconocedora del “destino” que merecemos los dominicanos.
    Tenemos que instaurar otra concepción del tiempo en nuestra cultura, que no sea la del progreso. Un tiempo menos acelerado, más sosegado, que engendre la virtud de la paciencia, necesaria para auscultar el corazón del 91% de la población dominicana que dijo estar de acuerdo con que se cumpla la Ley de Educación de 1997.
    Según una costumbre popular dominicana, el primer día del año uno se viste de amarillo para tener buena suerte. El primer día del nuevo año de una sociedad más justa dominicana en el siglo XXI, que se apoye en una ciudadanía comprometida, se celebró el lunes 6 de diciembre de 2010, cuando todos los rincones del país se vistieron de amarillo para poder creer que todavía es posible mejorar las cosas entre nosotros, y no vivir presos del destino que nos ignora como actores responsables de su propia historia.
    No es lo mismo ni es igual / Pablo Mella / Bonó: Espacio de Acción y Reflexión

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