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    sábado, 29 de enero de 2011

    No podemos callar

    Todos hemos visto y admirado el hermoso monumento a Montesinos a la entrada del puerto de la Capital. Montesinos (fray Antonio) fue el fraile dominico que predicó el sermón de adviento denunciando los abusos de los españoles contra los indios taínos el cuarto domingo de adviento de 1511; es decir, hace 500 años. Sin embargo, a pesar de haber pasado tantos años, la voz de Montesinos aún sigue resonando. Es el primer grito de denuncia de los abusos contra los indefensos y un reclamo de justicia.
    Los primeros dominicos habían llegado a esta Isla un año antes, en 1510. Traían la misión de “predicar la Palabra de Dios a los nativos de estas tierras”. Pero, al entrar en contacto con la realidad, se dieron cuenta que era un contrasentido predicar la buena nueva del evangelio a los indios que estaban siendo explotados y sometidos a tratos inhumanos precisamente por los que se declaraban cristianos. Tuvieron que escoger entre ser capellanes de los opresores o defensores de los derechos de los indios.
    No dudaron un momento. “Por honor del nombre de Dios, para no hacer inútil la pasión de Cristo y por la profesión de frailes predicadores” deciden denunciar públicamente los abusos contra los indígenas. Sabían que la denuncia iba a crearles muchos problemas y dificultades. Pero no pueden callar, porque se trata de la “la verdad evangélica, necesaria para la salvación de todos: los españoles y los indios”.
    “Los religiosos, asombrados de ver y oír obras tan contrarias a la humanidad y a las costumbres cristianas, tomaron mayor ánimo y, encendidos del celo por la honra divina, doliéndose de las injurias que se les hacían a los indios y compadeciéndose de la miseria padecida por tan gran número de personas, suplicando, se encomendaron a Dios en oraciones y vigilias para que les iluminase a fin de no errar en cosa que tanto iba” (Las Casas)
    Teniendo en cuenta la repercusión que iba a tener la denuncia de los abusos cometidos, preparan a fondo y con todo cuidado lo que van a decir. El sermón lo predicó Montesinos, pero era el parecer de todos los frailes de la comunidad. Estaba escrito y firmado por todos.
    Escogieron el cuarto domingo de adviento para predicar la denuncia, aprovechando la frase del profeta Isaías -“Voz que clama en el desierto”- que recoge el evangelio que se leía en la misa de aquel domingo.

    “Llegado el domingo y la hora de predicar, subió en el púlpito fray Antón de Montesinos y tomó como tema y fundamento de su sermón, que llevaba escrito y firmado por los demás, voz que clama en el desierto”.

    “Esta voz dice que todos ustedes están en pecado mortal y en él viven y mueren por la crueldad y tiranía que usan con estas inocentes gentes. Digan, ¿con qué derecho y con qué justicia tienen en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad han hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, ustedes han masacrado? ¿Cómo los mantienen tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, en que incurren por los excesivos trabajos que ustedes les ponen y se les mueren, y por mejor decir, los matan ustedes, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tienen de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No están ustedes obligados a amarlos como se aman a ustedes mismos? ¿No entienden esto? ¿Es que no tienen sentimientos? ¿Cómo están dormidos en un sueño tan letárgico? Tengan por cierto que en el estado en que están no se pueden salvar".

    No es de extrañar que las autoridades y todos los españoles que asistieron a la misa hayan salido escandalizados de la predicación. Las Casas hace este comentario: el sermón “los dejó atónitos, a muchos como fuera de sentido, a otros más empedernidos y a algunos algo compungidos, pero a ninguno convertido”.
    “En cosa que tanto iba”. El sermón de Montesinos va en contra de la opinión entonces generalizada y tenida como irrefutable sabre temas muy delicados.
    • Dignidad de la persona y derechos de los indios. Los colonizadores consideraban a los nativos seres inferiores por estar menos desarrollados y también por no estar bautizados. Pero la doctrina del sermón de Montesinos no califica a las personas con notas altas o bajas. Es falsa también la opinión de que los no bautizados o los herejes han perdido sus derechos como seres humanos. Para los frailes todo ser humano obtiene la máxima nota: es persona humana y tiene derechos inviolables. Fe ahí la pregunta clave: ¿estos no son hombres? ¿no tienen almas racionales? Por otra parte, el bautismo no da privilegios frente a los no bautizados; al contrario impone deberes: ¿no están obligados a amarlos, a enseñarles a conocer a Dios…?
    • Autoridad terrenal del Papa. Entonces se creía que el Papa, por ser el vicario de Cristo, era el dueño de toda la tierra y podía donar las tierras de paganos a quien quisiera. El sermón de Montesinos no alude directamente a la donación del Papa –sería abrir otro frente en la controversia -, pero afirma que estas gentes “estaban mansas y pacíficas en sus tierras”. Los taínos eran los dueños de la tierra, de los bienes que producía y del oro que sacaban de las minas.
    • Soberanía de los Reyes Católicos sobre estas tierras “descubiertas”. En virtud de la donación del Papa los Reyes Católicos y sus sucesores tenían derecho a ocupar las tierras “descubiertas” y a someter a sus habitantes. Montesinos les pregunta: Díganme, ¿con qué derecho, con qué autoridad, con qué justicia han declarado la guerra a estas gentes?”
    • El comportamiento de los “cristianos” es contrario a la fe cristiana. En consecuencia, la voz que clama en el desierto afirma:“todos ustedes están en pecado mortal y en ese estado no se pueden salvar”.
    En el monumento a Montesinos la figura del predicador tiene la mano formando pantalla para que el contenido de su sermón, predicado hace 500 años, siga resonando hoy con la misma fuerza. Seguiremos.
    FE y VIDA / Juan Manuel Pérez

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