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    jueves, 24 de marzo de 2011

    Apasionados por Cristo

    “Para mi la vida es Cristo” (Fil 1,21).
      Cuando hablamos de la fe cristiana de inmediato y de un modo espontáneo surgen las palabras creer y confiar, que son dos verbos que parecen sinónimo, porque el uno conlleva al otro, porque son dos términos correlativos, es decir, son dos caras de la misma moneda; ya que cuando decimos que creemos en alguien es porque confiamos en ella y si confiamos es porque creemos en esa persona.
    Además cuando hablamos de la fe lo asociamos de inmediato a Abrahán que es el padre de la fe “Abrahán creyó” porque confió en Dios y así se constituyó en un prototipo o anticipador de Cristo quien será el que traerá la fe definitiva.
    Cuando definimos la fe cristiana decimos que “es un confiar, un creer, un seguir a Jesús”; y nadie puede seguir a otro si no cree; confía y lo conoce; de ahí la toma de conciencia de la Iglesia primitiva, de hacer pasar a las personas por el catecumenado antes de bautizarse, para que una vez que conocieran al Señor se apasionaran por El.
    El mismo San Pablo una vez que tuvo su encuentro con Jesús y Ananías le pasa las manos por la vista para que pueda ver, lo primero que se le pide es pasar tres años conociendo y haciendo una experiencia del Señor, hasta que llegó el Momento Supremo donde él pudo decir con confianza y conocimiento “para mi la vida es Cristo, y las demás cosas son basuras si no sirven para darlo a conocer” (Fil 1, 21); y su apasionamiento por Cristo fue tan grande que continuamente solía decir “Vivo yo pero no soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). De esa su experiencia es que él va a recomendar a los demás, que debemos conocer profundamente a Cristo para “configurarnos con El y llegar a tener los mismos sentimientos que El” (Fil 2,5).
    Esa es la misma experiencia que han tenido los Santos y los hombres y mujeres que se han apasionado por Cristo. Pero atención, que cuando se habla de apasionamiento por Cristo, nada tiene que ver con fanatismo y sentimentalismo, sino que es la respuesta y el compromiso del cristiano a favor de la justicia, del bien común, del desarrollo y de la paz.
    El mejor ejemplo lo encontramos en la anunciación del Ángel Gabriel a María, que una vez que le dice y le aclara que ella será la Madre del Mesías, y ella pronuncia su sí “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38); de inmediato comenzó un itinerario de servicio y de disponibilidad hacia los demás, que debe ser el mejor ejemplo y la mejor llamada para que nosotros hagamos lo mismo.
    Su vida será un avanzar siempre haciendo la voluntad de Dios; así tenemos que ella diciendo su sí al mensaje del Ángel y de inmediato se va a servir a su prima Isabel.
    En las Bodas de Caná de Galilea, está atenta para que no falte nada “no tienen vino”... “hagan lo que El les diga” (Juan 4, 15) dice a los sirvientes. En el calvario está de pie junto a su hijo Jesús desfigurado, para que se cumpliera la profecía del anciano Simeón “y a ti una espada atravesará tu alma para que se descubra el corazón de mucho” (Jn 19, 1ss); y en el Cenáculo está presente con los apóstoles, perseverando en la espera del Espíritu Santo.
    Ese apasionarnos por Cristo, es lo que hace que tengamos nuevos criterios para ver las cosas diferentes, nuevas actitudes para convivir, amar y respetar a los demás; es el camino nuevo para vivir con mayor coherencia nuestra vida; porque se ha encontrado un nuevo sentido a las existencia, porque hemos conocido la grandeza de nuestra vocación y así nos comprometemos a luchar, trabajar y hasta sacrificarnos por el bien no solo nuestro, sino de aquellos que nos rodean.
    Ese trabajo se da en lo profesional, en la vida familiar, el cuidado de los enfermos, en los momentos de dificultades y problemas y también de éxitos y de alegría. Es el camino de santificación de la vida diaria, porque estamos haciendo que el reino de Dios que es de justicia, solidaridad, respeto, de alegría y de paz se vaya haciendo visible.

    Ese vivir consciente y apasionado por Cristo y su reino, sólo es posible si mantenemos la unidad interior con Jesús, que es un don del Espíritu; ya que el Señor prometió y así derramó sobre los apóstoles y nosotros el Espíritu Santos, que es como un manantial de agua que brota desde el interior del hombre y que da vida a todo lo que le rodea.
    Ese mismo espíritu es el que nos inspira, anima, nos da fuerza y nos ilumina para vivir apasionado por el evangelio, de ahí que sea muy importante preguntarme y preguntarnos:
    ¿Dejo que el Espíritu Santo entre en mi vida?
    ¿Le pongo obstáculos para que no actúe en mí?
    ¿Colaboro con las obras del Señor?
    ¿Me esfuerzo para que su gracia fortalezca lo que hago?
    ¿Cumplo con mis obligaciones en el trabajo?
    ¿Soy puntual y trato bien a los que dependen de mí?
    ¿Vivo las virtudes cristianas del amor, el respeto, el servicio y la responsabilidad para con mi familia?
    ¿Soy amable y cariñoso con ellos?
    ¿Pido perdón cuando ofendo a alguien?
    ¿Soy capaz de ver y alabar las cosas buenas de los demás?
    ¿Saco algún tiempo para la oración para fortalecer mi vida espiritual?
    ¿Hago un esfuerzo como la Virgen María, para ayudar y pensar en los demás, para vivir de un modo sencillo, para el trabajo y el servicio?

    La respuesta sincera a estas preguntas me pueden iluminar para yo darme cuenta si en verdad tengo o no un apasionamiento por Cristo, y a la vez me pueden servir para alcanzar ese grado de madurez espiritual que tanto bien, alegría y paz nos puede proporcionar.
    Que el Señor con la luz del Espíritu Santo nos ayuden a vivir esa experiencia maravillosa del encuentro con El.
    Valores / P. Fausto R. Mejía V.

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