
Una pregunta de la Iglesia sobre sà misma. Hace cosa de un año estuve de nuevo unas semanas en República Dominicana. Vi cómo parroquias y distintos estamentos polÃticos iban por dÃas y en festiva procesión a la catedral para celebrar el quinto centenario de la iglesia primada en América Latina. Sin duda la celebración era necesaria y procedió con toda solemnidad. Pero es evidente que hoy la sociedad de República Dominicana tiene muy poco que ver con aquella sociedad donde se levantó en el siglo XVI el templo colonial, solemne y austero al mismo tiempo, que aún admiran los turistas. La evangelización era entonces como primer anuncio del Evangelio a indÃgenas que, ante la fuerza del poder que de algún modo amparaba las prédicas de los misioneros, apenas tenÃan posibilidad de elección.
Hoy la situación ha cambiado. Aunque la sociedad de República Dominicana no se opone abiertamente al anuncio del Evangelio ni a la Iglesia, se ve que van entrado ya los aires de la modernidad, la indiferencia religiosa sobre todo en el ámbito universitario, y en las generaciones más jóvenes va dejando su huella. No se puede seguir anunciando el Evangelio desconociendo la tierra en que nos movemos.
SÃ, es verdad. Las manifestaciones visibles de la religión católica pueden ser expresiones de una verdadera fe y también invitación a quienes viven alejados de la misma. Sin duda urge buscar estrategias comunicativas eficaces; en una de mis largas estadÃas en Santo Domingo admiré los empeños y logros de una Radio- creo que se llamaba Católica- en el ámbito de la comunicación. Por otro lado, es natural que pensando en el futuro, prestemos atención especial a los jóvenes que hoy caminan sin orientación en una sociedad muy zarandeada por el vertiginoso cambio cultural; alguna tarde me reunà con jóvenes estudiantes universitarios y algunos ya profesionales que, si bien querÃan ser cristianos honrados, nadaban en una gran confusión sobre sus mismas creencias religiosas.
Pero, además de la formación, el interrogante de fondo es la calidad espiritual de la comunidad católica que aún sigue con prácticas religiosas. Cómo es en su ser y en su vivir. Si es capaz de configurarse como signo y memoria creÃble de Jesucristo. Si vive y es percibida como fraternidad que tiene siempre las puertas abiertas a todos porque, según el Evangelio, a todos Dios nos mira con el corazón y, según Juan de la Cruz, el mirar e Dios es amar.
Cuando somos bautizados, el sacerdote invita: “entra en la Iglesia” que es signo de la comunión universal de todos los seres humanos con Dios que tiene ya lugar en todos los tiempos y en todos los rincones del mundo. Por eso la vocación bautismal es católica, universal. Todo lo contrario a sectarismo, falsa solidaridad grupal o evasionismo espiritual insensible al sufrimiento de los otros que no piensen ni vivan como nosotros. Hoy la misión exige que la comunidad de bautizados sea cristiana. Trate de re-crear la conducta de Jesucristo. Sin descartar métodos y estrategias nuevas, sólo este crecimiento puede garantizar la evangelización que constituye la tarea más apasionante de la Iglesia. Evangelización / Jesús Espeja
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