Siria: el cambio de régimen más difícil.
Libia, Panamá, Granada, Honduras, República Dominicana, Congo, Sudán, Chile, Irán, son algunos de los países en que Estados Unidos ha logrado operar con éxito desde el fin de la II Guerra Mundial lo que ellos llaman “cambio de régimen”, que no es más que derrocar los gobiernos existentes, legítimos o no, por medios diversos, desde patrocinar revueltas, desestabilización interna, caos, guerra económica, secesión, elecciones, fraudes y golpes de Estado, hasta el asesinato, prisión o exilio de líderes que no se plegaban a sus designios.
Los casos de éxito son numerosos pero, entre los intentos de “cambio de régimen” actualmente en curso, ninguno le ha resultado más difícil a la superpotencia que Siria.
Por el librito
El intento de cambiar el régimen sirio se ha guiado por un libreto tantas veces puesto en práctica con éxito en otras situaciones. Demonización, ofensiva mediática, fomento del caos interno, guerra económica, sabotaje, asesinatos, son algunas de las acciones aplicadas sin pausa durante los últimos meses en la estratégica nación del Medio Oriente. Solamente falta la intervención militar directa, que se sopesaba a finales de marzo.
La OTAN y los países árabes del Consejo de Cooperación del Golfo tienen preparado un ataque convencional contra Siria. Para ello, según los informes manejados en la prensa europea, llevaron a cabo durante 10 meses una guerra de baja intensidad, acompañada de una guerra económica y mediática. La ciudad de Homs ha sido presentada ante el mundo como modelo del enfrentamiento entre el gobierno y la oposición siria.
El último esfuerzo diplomático lo llevó a cabo el exjefe de la ONU Koffi Anan quien se reunió con el presidente Bashar Al-Assad en Damasco para entregarle una propuesta de solución, que al parecer Assad no acogió.
Finalmente, el opositor Consejo Nacional Sirio llamó el 12 de marzo abiertamente a una “urgente intervención militar” por parte de la llamada “comunidad internacional”, supuestamente para contener la violencia y proteger a los civiles. Todo de acuerdo al librito aplicado en Libia que terminó con el derrocamiento del régimen dictatorial y el asesinato del líder Muammar el Gadafi. Al parecer, sin embargo, Siria es un poco diferente.
Por qué Assad no cae
Washington ve el cambio de régimen en Siria como un camino crucial para golpear a Irán.
Mientras tanto, Bashar al Asad está consciente de la importancia estratégica de su país y juega sus cartas. La mayoría de la población siria todavía lo apoya, 55% según una encuesta de diciembre auspiciada por la Fundación Qatar. Cuenta con el ejército, del cual aun no ha desertado ningún alto rango; la elite empresarial y la clase media en las principales ciudades, Damasco y Aleppo; los suníes seculares, bien educados; y todas las minorías: cristianos, kurdos y drusos. Está apoyado por Irán; por el gobierno de Irak; por el Líbano; y sobre todo por Rusia, que no quiere perder su base naval en el Mediterráneo, y por su socio comercial, China.
Los cristianos temen que si los suníes toman el poder reprimirán a las minorías, no solo a ellos sino también a los drusos y alauíes. Ven a la mayoría de los suníes como fanáticos islámicos “ignorantes” y “atrasados”, que no saben de democracia ni derechos humanos.
Los suníes seculares, por su parte, critican a los cristianos, alegando que la mayoría son negociantes de ideas liberales y que no quieren un Estado islámico.
Rusia y China quieren mantener el estatus actual porque implica un equilibrio regional del poder que limita la hegemonía estadounidense. Para China, los suministros de petróleo y gas iraní son un asunto de extrema seguridad nacional.
Israel, por su parte, preferiría seguir con Assad, a quien conoce lo mismo que a su ya desaparecido padre Hafez Al-Assad, y que por décadas no han causado ningún problema en la zona de Golán ocupada desde la guerra de 1967. Actualidad mundial / Ramón Arturo Guerrero, adh 756
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