El trabajo tiene un sitial de preferencia en la fe cristiana y sus antecedentes judaicos.
La Pascua, animada esencialmente por la conversión de la situación de opresión al estado de libertad, siempre ha requerido y contado con personas libres y liberadoras.
Todo proceso liberador, para que el valor de la libertad sea perdurable, requiere que se instaure en una escuela creadora de una relación magisterio discipulado.
La Iglesia Católica ha sido la escuela creada por Jesucristo que, como Maestro, ha instruido a sus discÃpulos enseñándoles el valor del trabajo con sentido de eternidad. El cristiano que quiere vivir su fe en Jesucristo, ha de valorar el trabajo a partir de la Palabra de Dios. Esa palabra de Dios Cristocéntrica, contiene el Antiguo y el Nuevo Testamentos, el estilo de vida de Jesucristo, el Magisterio de la Iglesia y el comportamiento de los fieles discÃpulos cristianos de todos los tiempos.
Como fuentes enriquecedoras del valor del trabajo, en diversas épocas de la Historia de la humanidad, escojo algunos textos que entiendo que podrÃan ser medios de orientación para un cambio de mentalidad capaz de promover el desarrollo integral en lo personal y lo social caracterizado por la justicia, la equidad, el bien común y la paz.
El trabajo en la Biblia
DEL ANTIGUO TESTAMENTO. Deuteronomio: CapÃtulo 5, “Durante seis dÃas trabajas y has tus tareas; pero el séptimo es dÃa de descanso dedicado al Señor, tu Dios”. CapÃtulo 24: “No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente de su salario”.
DEL NUEVO TESTAMENTO. Hechos, CapÃtulo 4: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentÃan lo mismo; lo poseÃan todo en común y nadie consideraba suyo nada de lo tenÃa…. eran muy bien mirados porque entre ellos ninguno pasaba necesidad. CapÃtulo 20: “No he deseado dinero, oro ni ropa de nadie; saben por experiencia que estas manos han ganado lo necesario para mà y mis compañeros. En todo les he hecho ver que hay que trabajar asà para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir”.
El Magisterio de la Iglesia
En cuanto al Magisterio de la Iglesia, fundamentada en la dimensión social del Evangelio, la enseñanza de la Buena Noticia, posee una rica y abundantÃsima literatura, constantemente renovada por las encÃclicas sociales, el Concilio Vaticano II, las exhortaciones, mensajes de los “Tiempos Fuerte” y la Jornada Mundial de la Paz. Todas estas fuentes enseñan la primacÃa de la persona sobre las cosas, y, consecuentemente, del trabajo en relación con el capital.
Las primeras tres encÃclicas sociales fueron publicas en la misma fecha, 15 de Mayo: Papa León XIII, Rerum novarum, 1891; Papa PÃo XI, Quadragesimo anno, 1931; Papa Juan XXIII, Mater et magistra, 1961.
La primera encÃclica del Papa Juan Pablo II honra el valor del trabajo con el tÃtulo Laborem exercens. Fue publicada el 14 de Septiembre de l981. Esta encÃclica en honor al trabajo, presenta, a nuestro juicio, cuatro lÃneas esenciales: objetividad, que induce al trabajador a formarse integralmente para ser retribuido en proporción a su capacidad; subjetividad, que reclama de los empleadores un reconocimiento del trabajador por respeto a su dignidad de persona humana; espiritualidad, que llama al empleado a la laboriosidad como un medio para alcanzar la vida eterna; empresariado indirecto, que responsabiliza a los conductores de la sociedad, especialmente al Estado, por la práctica de la justicia conmutativa buscando la equidad entre los derechos y los deberes de los trabajadores.
Posteriormente, el Papa Juan Pablo II, vuelve a honrar el trabajo con la encÃclica Centesimus annus, publicada, precisamente, el DÃa de san José Obrero, que es también el DÃa Internacional del Trabajo, el 1º de Mayo de 1991, como una conmemoración del centenario de la primera encÃclica social.
En esta encÃclica el Papa Juan Pablo II, expresa en el capÃtulo IV:“…la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta del hombre al don de Dios, es decir, sin el trabajo. Es mediante el trabajo como el hombre, usando su inteligencia y su libertad, logra dominarla y hacer de ella su digna morada… Se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espÃritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo”.
El texto Santo Domingo, que resume la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, reunida en nuestro paÃs, en 1992, enriquece el magisterio sobre el trabajo, especialmente en el número 183 con este criterio:
“El mundo del trabajo reclama el crecimiento de la economÃa y el aumento de la productividad, de tal modo que hagan posible mediante una justa y equitativa distribución el mayor bienestar del hombre y su familia”.
Estamos firmemente convencidos de que la crisis económica que padece el mundo, y particularmente nuestro paÃs, con su secuela de injusticia, inequidad, violencia, finca sus raÃces más profundas en el antivalor de dar primacÃa a lo material sobre lo espiritual, a las cosas sobre los seres humanos, al capital sobre el trabajo, al dinero fácil sobre el esfuerzo creador, justificando todo medio por alcanzar el fin ilÃcito, aún sacrificando lo más sagrado que es la dignidad humana.
Las informaciones históricas y noticiosas, revelan que de esta situación procede, en gran medida, el narcotráfico, el juego de azar, la prostitución, especulación, robos, compra de artÃculos robados, venta de productos vencidos, alteración de medicina, homicidio, suicidio, en definitiva, la cultura de la muerte.
EN RESUMEN, estas precisiones de fe y trabajo, no solo se fundamentan en el humanismo cristiano, del que procede la identidad dominicana, sino que son factibles y convenientes para alcanzar el desarrollo integral del paÃs, en función del bien común y la paz social.
Para hacer realidad estos objetivos, solo hace falta una cosa: que todos los agentes económicos razonen y entiendan que la superación de la crisis que padecemos tiene su solución única en el modelo de la economÃa solidaria basada en el trabajo laborioso y el uso racional de los bienes producidos, utilizados con equidad para satisfacer las necesidades reales, que elevan la calidad de vida de todos los miembros de la sociedad; y, renunciando a la satisfacción de carencias ficticias, generadoras de perturbaciones personales y sociales.
Somos reiterativos en la afirmación de que la economÃa solidaria, al fundamentarse en el bien común, con el esfuerzo personal y la cooperación comunitaria, enriquece a todos y no empobrece a nadie.
La familia de Jesucristo, encabezada por José, era una comunidad de trabajadores por cuenta propia. Su estilo de vida ejemplar nos enseña un modelo empresarial de economÃa solidaria, con la que se dignifican el trabajo.
De todo lo anterior se deduce que todo cristiano, para ser fiel discÃpulo de Jesucristo, ha de vivir de su trabajo encarnando la equidad integral que significa proximidad entre lo que aporta a la sociedad y lo que recibe de ella.
Este criterio vale para los trabajadores públicos y privados, para empleados y empleadores, para suplidores y consumidores. ADH 768
| Liturgia
XVII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
San Juan MarÃa Vianney, Cura de Ars
Semana Mundial de la Lactancia Materna
Valor del Mes: Honestidad
“Es mejor tener poco con honradez, que mucho con injusticia”. (Prov 16, 8).
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