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    miércoles, 29 de octubre de 2014

    El Misal (III)

    Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc. 

    El Misal (III)
     
    “…El nuevo Misal que en adelante empleará la Iglesia de Rito romano para la celebración de la Misa, constituye una nueva demostración de este interés de la Iglesia, de su fe y de su amor inalterable al sublime misterio eucarístico…” (OGMR 1).

    Con el mes de octubre, llegamos a la tercera entrega del Misal Romano. Después de un breve recorrido histórico, hasta las puertas del Concilio Vaticano II, les propongo que dirijamos nuestra mirada al Misal reformado, llamado Misal de Pablo VI, el cual lo ofrece para toda la Iglesia como un “instrumento de unidad aun dentro de la diversidad de lenguas”.

    Como documento litúrgico oficial para toda la Iglesia, el Misal ofrece en su contenido una amplia gama de posibilidades para mejorar la celebración de la Eucaristía. «Puesto que la liturgia de los sacramentos y sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los acontecimien¬tos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual, y puesto que la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos, el Misal proporciona modelos de Misas y oraciones que pueden emplearse en las diversas ocasiones de la vida cristiana, por las necesidades de todo el mundo o de la Iglesia, universal o local» (OGMR 368).

    En el año 2002 fue publicada la última edición típica del Misal Romano. Ya habían pasado un poco más de treinta años desde la primera edición fruto de la reforma motivada por el Concilio. Todo ese caminar postconciliar daba elementos suficientes para introducir algunas novedades significativas en el Misal. El proceso de preparación fue creando expectativas, que, finalmente, no fueron llenadas totalmente en la nueva edición, sobre todo porque hay sectores de nuestra Iglesia que cada vez van siendo más resistentes a la reforma conciliar.

    Introdujo algunos cambios con finalidad pastoral y diversos: de orden teológico, espiritual, para favorecer una mayor participación, etc. pero, en definitiva, tanto las nuevas normas, como las que continúan vigentes de la edición anterior, tienen como finalidad favorecer la mejor participación de la comunidad en la celebración profunda del Misterio.

    Estos principios pastorales se pueden resumir en los siguientes cuatro elementos:
    Que la celebración eucarística se haga de tal manera que ayude a una participación más respetuosa y profunda. Hay mayor explicación del “por qué”, el sentido simbólico de los diferentes momentos de la celebración: genuflexión (n.274), la inclinación de cabeza o de cuerpo (n.275), la incensación (nn.75.276), la presencia de la cruz y de las imágenes sagradas (n.318), la inmixtión en el cáliz de un fragmento del Pan consagrado (n.83), por qué debe haber un único altar en la iglesia (298.303).

    Corregir algunas desviaciones o costumbres menos convenientes que han aparecido en estos años postconciliares y que corren el peligro de desvirtuar la intención más profunda de la Eucaristía, como es el cambio del Salmo o de las lecturas por otros textos no bíblicos (n.57).

    Aclarar las dudas que habían surgido en la interpretación de algunas normas anteriores, por ejemplo la indicación que en la proclamación del Evangelio se santiguan también los fieles (n.134); que las oraciones (la colecta, la de las ofrendas y la poscomunión) deben ser únicas en cada misa (nn.54.77.89); o que no se confunda el acto penitencial del inicio de la misa con la eficacia propia del sacramento del Perdón (n.51); o que el crucifijo tenga la imagen del crucificado, y no sólo la cruz misma (nn.117.122.308).

    Clarificar la distinción y la motivación de los ministerios ordenados y los otorgados a los laicos, sobre todo en torno al ministerio de la comunión.
    En definitiva, el Misal nos invita a tomar conciencia de que el “modo de celebrar”, no es indiferente. La manera exterior nos puede ayudar o estorbar en nuestra sintonía con el misterio que celebramos. Por eso, la Iglesia nos ofrece, además de una serie de normas, auténticos “directorios” teológico-pastorales. Nos ayuda a comprender no sólo “cómo” celebrar, sino también “que” y “por qué” y “para qué” celebramos. Es decir, además de la teología, nos ofrece la comprensión de la finalidad espiritual de nuestra celebración. ADH 783.

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