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    miércoles, 10 de agosto de 2016

    Nuestra enramada

    Apuntes Misioneros / Pedro RUQUOY, cicm  

    Nuestra enramada    
    Desde hace varios años, cuando hablan de nuestro centro, los campesinos y campesinas de los alrededores  siempre dicen que se trata del pueblito del Padre. Y por supuesto me consideran como el síndico de ese nuevo municipio. De hecho, nuestro centro ha crecido mucho: está constituido de más de 30 casitas: 15 dormitorios para los muchachos y las muchachas, 4 chozas para los educadores,  3 habitaciones para las visitas, 2 cocinas, un comedor, una biblioteca, un colmadito, una capilla, 3 salas para el estudio…y varios otros edificios. No cabe duda de que el conjunto se parece más a un pueblito que a un orfanato. Se podría pensar que el lugar más importante de nuestro pueblito es el comedor. De hecho, allí los 100 habitantes del centro se reúnen tres veces al día para comer juntos. Pero la enramada es más importante que cualquier otro edificio.
    Hace 9 años, cuando llegué a Mulungushi Agro, lo primero que hice fue construir la enramada. Con horcones y hierba seca, ella no costó casi nada y, en menos de una semana, estaba lista: majestuosa y humilde a imagen de este pueblo de África Pero ¿por qué es la enramada tan importante para la vida de nuestra gran familia? Porque ella es el lugar de todos los encuentros. Allí, cada día, celebramos  la misa, allí tenemos las reuniones con los muchachos y muchachas, allí recibimos los visitantes, allí tomamos fresco y allí resolvemos las tensiones que surgen entre los habitantes de la casa. O sea nuestra enramada es el espacio donde se cultivan las relaciones entre nosotros mismos y con los habitantes de Mulungushi Agro. Veamos algunos ejemplos:

    Relaciones armoniosas
    Por la mañana, la enramada se transforma  en palacio para los más pequeños. Allí, Elvis, Chabota y Mapalo juegan con los carritos que han fabricado con viejas latas y pedazos de madera.  mientras Lastón, nuestro bebe, gatea  y pronuncia sonidos que sólo él entiende bajo la mirada atenta de Mama Alice. : Hace unos días, Ruben, uno de nuestros adolescentes, al regresar de la escuela poco antes del mediodía, se sentó en la enramada, tomó Lastón en sus brazos y empezó a hablarle muy seriamente: "Lastón, mi hermano, ¿sabes que sin nosotros, nunca hubieras visto este año 2016? Cuando llegaste acá, te estabas muriendo. Y ahora, te ves en buena salud. ¡Vas a tener que darnos las gracias! ¿sabes?" Obviamente el bebe no respondió pero sonrío mostrando sus dos únicos pequeños dientes:
    La enramada es también el lugar preferido del abuelo Beny. Allá. el se queda sentado observando todos los movimientos de la casa. Ayer, a las 8 de la mañana, él nos hizo reír mucho. El ya estaba en la enramada y lo pasé a saludar con Lastón en mis brazos. El anciano me llamó "papa". Era la primera vez que él me llamaba así. Antes siempre me decía "cuñado". Así yo tengo un hijo mayor de 87 años y un hijo menor de 11 meses: ¡algo único!
    En la enramada, tomamos las decisiones más importantes para la buena marcha de nuestro centro. Hace unas semanas, a las 7 y media de la mañana, uno de los muchachos llegó totalmente borracho a la escuela. Significa que, durante la noche, él se había escapado del orfanato para ir a beber "chibuku" (un tipo de cerveza casera a base de maíz) en unas de las numerosas tabernas diseminadas en la sabana. Considero  este hecho como muy grave y, por lo tanto, convoqué al grupo de ancianos que suelo invitar cuando un problema serio se presenta. Cinco líderes de la comunidad llegaron y se instalaron en la enramada. Antes de abordar el problema, pasaron más de una hora conversando sobre todo y nada. El objetivo de esa larga conversación era tejer relaciones de confianza antes de discutir un problema serio. Después de más de tres horas de intercambio fraterno, llegaron a la decisión de que el muchacho borrachón tenía que salir del centro y regresar a la casa de su tío por dos meses con el fin de reflexionar seriamente sobre su vida.

    En la enramada, al atardecer, suelo sentarme para orar. Pues, al lado de la enramada, hemos construido una pequeña gruta donde hemos instalado la estatua de María, nuestra madre. En mi oración, presento a la madre de los pobres a los 100 habitantes de nuestra casa y le pido protegerles y ayudarles a seguir los pasos de su Hijo Jesús. A veces tengo la impresión que ella me sonríe.
    Cada tardecita, nuestra enramada se transforma en capilla: Una pequeña mesa sirve de altar, una docena de bancos están puestos alrededor de la enramada, los muchachos y las muchachas se ponen a cantar al ritmo de los tambores. Y la misa se desarrolla sencillamente como si fuera un encuentro de hermanos y hermanas. Nuestra enramada se transforma en signo de la nueva sociedad donde, en la simplicidad absoluta, Dios comparte la vida de los más pobres, baila con ellos y les da su fuerza para que nunca pierdan la esperanza.

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