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    miércoles, 10 de agosto de 2016

    Trabajo y Doctrina Social

    Pablo Mella | Instituto Superior Bonó



    El Trabajo y la Doctrina Social de la Iglesia


    palabra trabajo tiene una etimología bien curiosa. Hasta ahora se piensa que procede del latín tripalium (tres palos), que era una especie de cepo o yunta que se ponía a los esclavos para azotarlos y obligarlos a servir sin protestar. A pesar de que hoy sea cuestionada, en esta etimología se esconde la concepción antigua del trabajo. En efecto, la actividad trabajadora se consideraba propia de personas de baja condición social, aquellas que no gozaban de la libertad. Una persona verdaderamente libre no trabajaba, se dedicaba al ocio: a la lectura, a la oración y a la fiesta.


    La Biblia refleja parcialmente esta mentalidad negativa sobre el trabajo. En el Génesis el trabajo queda asociado a la condición caída del hombre, formando parte del castigo divino dictado contra la desobediencia del pecado: “Porque le hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol prohibido, maldito sea el suelo por tu culpa. Comerás de él con fatiga mientras vivas… Con sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3, 17.19). No es de extrañar que la mentalidad del trabajo como castigo haya formado parte de la misma vida cotidiana de la Iglesia de Cristo, aunque no necesariamente de su doctrina oficial.

    Esta idea negativa del trabajo quedó profundamente revisada desde los orígenes de la doctrina social de la Iglesia (1891), llegando a su culmen con la publicación de la Encíclica Laborem excercens de Juan Pablo II (1981). En realidad, todas las encíclicas sociales han abordado el tema del trabajo desde los más diversos aspectos. Han reflexionado sobre el sentido del trabajo, sobre la necesidad de humanizarlo, sobre la justa remuneración y sobre las condiciones ambientales en que debe de ser realizado.

    Juan Pablo II planteó que “el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre” (Laborem exercens, n. 3). Hasta ese momento, la doctrina social ponía en el centro de su reflexión el tema de la propiedad. Entusiasta de un concepto de la economía propia del mundo colonial/moderno, Laborem exercens sugiere que la sociedad en la que vivimos es fruto del trabajo y de la técnica. Todavía más, da a entender que cualquier cosa que la humanidad necesite para el futuro solo se logrará a través de la actividad trabajadora (n. 5). Por esta vía, hacía contrapeso a la visión tradicional de trabajo como castigo.

    Hoy día estamos llamados a equilibrar una visión unilateralmente negativa del trabajo, como la de la Antigüedad; pero también una visión excesivamente idealizada, como la del marxismo o del capitalismo basado en la industria o en la tecnología, expresiones de la colonial/modernidad. No es verdad que todas las cosas que necesitamos como personas se alcanzan con el trabajo. Para alcanzar tal visión equilibrada de lo laboral, se pueden considerar los aspectos abordados por la doctrina social de la Iglesia en su conjunto a través de los años. Esto nos permitirá comprender adecuadamente las reflexiones de Juan Pablo II en Laborem exercens.

    Mirar las condiciones del trabajador en miseria
    La centralidad que le adjudicó Juan Pablo II al trabajo ha de interpretarse en el marco de la historia de la doctrina social de la Iglesia. La primera encíclica social, la Rerum novarum de León XIII salía en defensa de los trabajadores industriales que padecían una situación radical de explotación. No olvidemos la frase citada más arriba de Laborem exersens: el trabajo es la clave de la doctrina social. La doctrina social forma parte de la teología moral y, como discurso teológico, pretende lanzar una mirada razonable sobre el mundo desde el lenguaje de la fe. Puede visualizarse como un intento razonable de vivir el amor al prójimo desde su propio ámbito, el del análisis social. Por eso, el magisterio social inaugurado por el papa León XIII fijó la mirada en las condiciones concretas de miseria que vivía el trabajador, no tanto en las discusiones técnicas sobre teorías laborales (n. 1). Las amplias discusiones sobre la propiedad quieren ser respuesta a esta “situación miserable y calamitosa”.

    De esta primera consideración sale una primera regla para la reflexión: hay que esforzarse por mirar y considerar las condiciones reales en las que se desempeña el trabajo humano. Para eso, se sobreentiende que más que de creación de puestos de trabajo, la reflexión debe de partir de las condiciones socio-históricas en que reproducen su vida las personas trabajadoras más carenciadas.

    El salario justo
    El tema que más ha preocupado en la doctrina social en su reflexión sobre las condiciones del trabajador es el del salario justo. Para la doctrina social queda claro, de acuerdo a su punto de partida, que el salario justo no nace del mercado, entendido como libre juego de la oferta y la demanda, enmarcado en un proceso de negociación desigual entre patronos y obreros (Rerum novarum, n. 32). El salario justo es aquel que cubre las necesidades de la familia del trabajador (Quadragesimo anno, n. 71). Naturalmente, la doctrina social es consciente de que el proceso de instauración del salario justo ha de tomar en cuenta las condiciones económicas de la empresa y la situación de la economía nacional e internacional.

    La encíclica Mater et magistra (n. 79) afinó los criterios para establecer un salario justo. De entre estos, cabe señalar cinco que no se suelen tomar en consideración actualmente en República Dominicana, sumida en la ideología de la competitividad global: que se garanticen la mayor cantidad de puestos de trabajo; que los salarios sean tan desiguales que constituyan categorías sociales privilegiadas contra categoría sociales minusvaloradas; que se supriman o limiten las desigualdades entre los distintos sectores de la economía;  que se garanticen otras vías de distribución de bienes culturales y sociales; y que se mejoren las condiciones presentes de la esfera laboral de tal manera que no se comprometa el bienestar de las generaciones futuras.

    En este sentido, bajo el prisma de la doctrina social de la Iglesia, conviene considerar lo siguiente: el salario justo no puede reducirse a lo que buenamente podemos hacer ahora, dada la cruel realidad de las fuerzas impersonales de la economía. El salario justo no es una categoría contable; es una auténtica categoría ética que invita a usar la creatividad personal y colectiva para humanizar más y más la actividad económica. Con otras palabras, el tópico del salario justo es una invitación a la inventiva moral y se presenta como una resistencia a la resignación tecnocrática.

     Las condiciones físicas del trabajo
    Otro tema que interesa grandemente a la doctrina social de la Iglesia, sobre todo en sus inicios, es el de las condiciones físicas en que se desarrolla el trabajo. En su actividad laboral, el trabajador no puede poner en peligro su vida ni su salud.

    De este principio se deriva la importancia del equilibrio de los horarios, de la seguridad en el ambiente de trabajo, de la salubridad del entorno en que se labora y del respeto de los tiempos de descanso.

    En una economía globalizada que procura producir más y más al menor costo posible, son justamente estas condiciones físicas las que más sufren. Es sabido de que en zonas francas los operarios se quejan de que los supervisores les miden hasta los segundos en que van a hacer sus necesidades. No hablemos de la manera maquinal en que fabrican o ensamblan la pieza del producto final que le corresponde.


    La participación del trabajador en la empresa
    Pero de todos los temas que han preocupado a la doctrina social de la Iglesia, el más olvidado ha sido el de la participación del trabajador en la empresa. De hecho, la tendencia monopólica y oligopólica que ha readquirido las grandes empresas evita que este asunto se plantee de manera significativa.
    Entre otras cosas, el tema de la participación demanda que se preste atención a la personalidad del trabajador, a su individualidad. El horizonte es que la persona trabajadora no quede reducida a mero “recurso humano”. Buena cosa harían las empresas si cambiaran el nombre de sus departamentos o unidades de “recursos humanos” y los denominaran, por ejemplo, “departamento de participación laboral”. El cambio de nombre señalaría un cambio de perspectiva, apuntando a un horizonte ideal: el del aprovechamiento de todas las potencialidades de la persona trabajadora para la actividad empresarial. Para el empresariado, el lado menos atractivo de este asunto se refiere a la participación en los beneficios de la empresa.

    El desafío dominicano actual: ir más allá del “costo laboral”
    Desde fines de 2014, el gobierno dominicano relanzó la discusión sobre la necesaria reforma del código laboral. Lamentablemente, la discusión se ha empantanado porque el actor empresarial dominicano hace girar la discusión en torno a la noción económica de “costo laboral”. El tema que más diferencias ha generado es el de la cesantía, es decir, el de cómo deben de compensarse los trabajadores en el momento de ser despedidos. El empresariado dominicano entiende que los montos de la cesantía son excesivos; que este exceso encarece la producción y que este encarecimiento limita las contrataciones, contrayendo la capacidad de las empresas formales de crear empleos. De acuerdo a este punto de vista, la cesantía explica en buena medida el crecimiento del empleo informal en el país.

    Ante la postura empresarial, emerge el grito de los sectores sindicales, que han consagrado igual energía al tema. Para los sindicalistas, la cesantía es el único respiro con el que cuenta el trabajador dominicano en medio de una sociedad poco institucionalizada y mal ordenada. El resultado ha sido un cierto estancamiento de la discusión sobre el mundo laboral dominicano, un estancamiento que se ve reforzado por la falta de liderazgo del actual gobierno como coordinador del diálogo.

    La discusión sobre la cesantía ha de solucionarse con cálculos económicos equitativos lo más pronto posible, porque los desafíos del trabajo dominicano no radican en este punto. Más vitales para el trabajador dominicano son estos problemas: el mejoramiento de los tribunales laborales para procesar demandas de manera eficiente; la institucionalización del ajuste periódico de los salarios, no solo por inflación; las garantías legales del trabajo doméstico; la discriminación laboral por raza, nacionalidad, género, discapacidad o preferencia sexual y el mejoramiento de las condiciones laborales en las pequeñas empresas. Y más relevantes para los empresarios resultan estos aspectos asociados al tema de la competitividad: mejora del nivel educativo de la población; regularización y abaratamiento del servicio eléctrico; información oportuna y confiable sobre la economía; seguridad ciudadana; tasas de crédito favorables; eliminación del anticipo fiscal  e inserción nacional en nichos estratégicos del mercado global.

    Una frase de la encíclica Laudato Si del papa Francisco nos invita a pensar creativamente el tema del trabajo en el contexto de la conciencia ecológica emergente. En esto se implica una lectura más poética del texto bíblico del Génesis: “En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Recordemos que, según el relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar)”. Así, cuidar y labrar (o “laborar”) aparecen como dos caras indisociables de una existencia ecológica en el mundo. No se podrá diseñar un código de trabajo equitativo en Dominicana, si se olvida de manera sistemática que estamos llamados a cuidarnos mutuamente como especie humana que habita un mundo común. En el caso dominicano, el problema principal del sistema laboral no es la reducción del monto de la cesantía, ni luchar por que esta sea lo más jugosa posible, sino abordar el problema en toda su complejidad, paso a paso, sin detenerse con el proceso de negociación del nuevo código laboral. ADH 800.

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