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    miércoles, 10 de agosto de 2016

    La Familia en tiempos violentos

    En Familia | Lic. Jaime Arenales  

    La familia en tiempos violentos  


    La educación es tema de conversación permanente en la sociedad dominicana. Esta preocupación se traduce en grandes conquistas si conseguimos pasar de los propósitos a la práctica, como el reto que supuso lograr que se destinara el 4% del presupuesto nacional para ese renglón decisivo, primera piedra de otras aspiraciones que debemos alcanzar…

    Estamos de acuerdo que no es simple “percepción” la violencia social y familiar que nos agita y crea tanta inseguridad. Esta violencia, por desgracia, se traslada a los colegios y escuelas en sus variantes conocidas: acoso escolar o intimidación, bajo rendimiento escolar, educadores incapaces de acompañar, comportamientos antisociales, entre otros.

    La violencia, sentimos, nos acecha por todas partes. Respiramos agresividad y la inseguridad nos está impidiendo en muchos casos hasta mantener los vínculos familiares y las relaciones sociales a las que estamos acostumbrados en nuestra cultura dominicana.

    Como es natural, tendemos a convivir con esas situaciones mientras tratamos de vivir y realizar tareas, habituados a la rutina del malestar hasta que, de repente, nos toca a nosotros mismos o personas muy cercanas de nuestro entorno. Cuando eso ocurre, se dispara la alarma y despertamos a la realidad dura. No falta el discurso trágico o moralista ante los hechos y el reconocimiento de que hay valores humanos y espirituales que no entran en nuestras relaciones. Los más justicieros pedirán las cabezas de los culpables.

    Sin embargo, cuando buscamos responsables no siempre vamos a las causas profundas de los hechos. Y se nos olvida que la violencia se viste en muchos casos con el traje de la impunidad que da el poder, que vamos levantando una sociedad estructuralmente violenta por las desigualdades sociales y el irrespeto a la vida que la definen.

    Ya las estadísticas de los niños y niñas y adolescentes que han sufrido o han sido testigos de violencia en su hogar o en la escuela son alarmantes. Con el riesgo de reducir el abuso a dos o tres casos conocidos y olvidarnos de las condiciones violentas que están ahí, en el día a día.

    El problema es multisectorial, por lo cual no es suficiente señalar una persona, una situación, un caso sin ocuparnos de la diversidad de áreas involucradas: pobreza, mercado laboral, salud, educación, justicia…

    Somos conscientes de las huellas negativas que arrastra una persona cuando desde su niñez ha sido sometida a la violencia verbal o física. Muchos problemas que criticamos o denunciamos en jóvenes o adolescentes, no son más que el reflejo de esa historia de agresiones que cargan en sus espaldas.

    Si le añadimos los condicionamientos sociales que permiten el machismo, la intolerancia, la desigualdad, la corrupción, y nuestra mala costumbre de castigar y controlar, en vez de prevenir y crear bienestar, podemos visualizar la magnitud y el costo del problema social que arrastramos.

    Los últimos casos de violencia en el ambiente político y en las aulas, son conmovedores y debían de indignarnos, al mismo tiempo que cuestionar nuestra implicación en esas realidades.
    La suspensión de autoridades docentes que fueron incluso promotores o testigos pasivos de peleas entre estudiantes, la acostumbrada violencia por repartición de cargos políticos y prebendas, la prepotencia de quienes se sitúan por encima del bien común, la confusión entre los derechos individuales y el respeto a las normas de convivencia colectiva, son reflejos de nuestra situación.

    Las estadísticas confirman que es posible alcanzar un estilo de vida que rompa el círculo de la violencia. Quien ha sido maltratado no necesariamente repetirá el círculo de maltrato y esto es muy esperanzador, pero sí es necesario aunar esfuerzos para enredarnos en esta propuesta de garantizar una mejor educación a las futuras generaciones, adecentar la política con una visión de Estado y movilizarnos positivamente por el bienestar de todos y todas. ADH 800.

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