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    sábado, 2 de julio de 2016

    Finalidad del silencio en la liturgia

      Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc


    La finalidad del silencio en la liturgia

    «El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un momento en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas… » (OGMR 45).

    Amables lectores, después de una breve pausa, septiembre nos pone en comunicación de nuevo. Regresamos a nuestra reflexión. Les invito a continuar con el silencio, que iniciamos la entrega anterior, ahora centrados en su finalidad en la liturgia. Porque el silencio litúrgico tiene diferentes naturalezas. No tiene una única expresión y tampoco es uniforme.

    Desde esa perspectiva, podemos identificar cuatro naturalezas del silencio litúrgico:
    1)      Silencio que invita a la concentración y al recogimiento. Por su naturaleza, la celebración eucarística, tiene  unos momentos que, de por sí, nos invitan a la calma, a disponernos a vivir lo que Dios nos propone. Pueden ser: antes de empezar la celebración. ¡Cuánto ayuda un ambiente tranquilo, sin ruidos, nos va disponiendo a vivir el misterio! “Es laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la iglesia, en la sacristía y en los lugares más próximos, a fin de que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas” (OGMR 45). Otro espacio muy expresivo de este silencio es cuando se nos invita al acto penitencial y después de cada invitación: “oremos”. Para esos momentos el Misal dice: “El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un momento en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas” (OGMR 54).
    2)      Silencio que invita a la interiorización y apropiación. Son los momentos en que somos invitados a “entrar en sí mismos y meditar o alabar y rezar a Dios en su corazón” (DMN 37). El momento más expresivo de este silencio es, tanto antes, como después de comulgar con el Cuerpo y Sangre de Cristo. Frente al misterio, nuestra mejor postura es el silencio y un silencio agradecido, de alabanza. El Misal invita a orar en secreto antes de comulgar y también después “pueden orar un rato en secreto, en silencio” (OGMR 88, 164, 271).
    3)      Silencio que favorece un clima de meditación. Después de escuchar lo que Dios nos comunica por medio de su Palabra, después de cada lectura y de la homilía que ha ayudado a profundizarla. Este silencio aquí es acogida interior a la Palabra. La Liturgia de la Horas nos dice que este silencio busca: “lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia…” (OGLH 202).
    4)      Silencio que invita al descanso y la espera. Es el silencio del momento de la preparación de los dones. Se nos invita a que hagamos de ese momento  un ambiente de calma y respiro, porque vamos a adentrarnos en la solemnidad de la Plegaria eucarística, la cual “exige que todos la escuchen con silencio y reverencia” (OGMR 78).

    La finalidad del silencio en la liturgia, en definitiva, es que no llenemos de palabras y sonidos la celebración. No son necesarias todas esas moniciones y exhortaciones moralizantes con las que se bombardean nuestras asambleas frecuentemente. Hay que permitir que nuestras celebraciones puedan alcanzar un tono de contemplación y serenidad y tener más confianza en los textos y los ritos, que si son bien realizados, nos llevan a la sintonía interior. Y esto no significa que la celebración eucarística sea silenciosa, como fue en otra época, sino que sea vivida en las mejores condiciones por parte de la comunidad. ADH 804.

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