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    martes, 25 de julio de 2017

    Historia Critica de Santo Domingo

    No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella / Instituto Superior Bonó

    La preocupación compartida por todos los enfoques, a saber, la necesidad de aprender a ver el tejido urbano como resultado de la historia.

    Por una historia crítica de la ciudad de Santo Domingo
    Una obra reciente del arquitecto urbanista dominicano Cristóbal Valdez nos pone a pensar críticamente sobre la historia de la ciudad de Santo Domingo. Aunque la obra estaba lista en el año 2014 y fue puesta a circular hacia la mitad de 2015, solo ahora, en 2017, comienza a conocerse con cierta amplitud en la opinión pública dominicana gracias a un reportaje periodístico. Sus ideas e inquietudes no dejarán de tener actualidad por muchos años.
    Debe subrayarse la importancia del conocimiento histórico de las ciudades. La historia urbana no responde a un romanticismo ingenuo ni a la mera curiosidad académica. Este tipo de investigación social apunta a la comprensión de la realidad urbana actual. Concretamente, su propósito es comprender cómo la ciudad ha adquirido la fisonomía que hoy tiene.
    Semejante tarea historiográfica se hace desde diversas perspectivas teóricas. Pero cabe subrayar desde un inicio la preocupación compartida por todos los enfoques, a saber, la necesidad de aprender a ver el tejido urbano como resultado de la historia.
    Tres aspectos de la obra de Cristóbal Valdez concitan el interés de un pensamiento crítico. Primero, que los planes  de desarrollo de las ciudades modernas en general, y Santo Domingo particularmente, dependen de la voluntad arbitraria de quienes conquistan el poder. Segundo, que este secuestro del planeamiento urbano por las locuras del poder trae como consecuencia una profundización de la exclusión de la población, sobre todo de la más pobre. Tercero, que la falta de planificación racional de la ciudad acaba atentando contra la calidad de vida de todos sus habitantes.
    El libro de Valdez consta de tres grandes partes. En la primera estudia el Santo Domingo del siglo XVI y critica el mito fundacional de la ciudad de Nicolás de Ovando. La segunda parte se ocupa de la ciudad entre los siglos XVII y XIX. Esta parte describe cómo durante casi dos siglos la ciudad permaneció congelada en el tiempo y cómo esta inercia fue rota con el crecimiento económico que trajo el monocultivo de la caña de azúcar. En la tercera parte se concentra en el siglo XX y recorre la evolución de Santo Domingo desde los comienzos de su expansión con Ciudad Nueva hasta las transformaciones de vitrina del “Nueva York chiquito” de Leonel Fernández, pasando por la ciudad monumental de Joaquín Balaguer.
    Poder arbitrario y trazado urbano de Santo Domingo
    El arquitecto Valdez sostiene una tesis histórica de gran calado crítico. Explica por qué Joaquín Balaguer, en pleno siglo XX, admiraba tanto a Nicolás de Ovando, primer gobernador de la ciudad de Santo Domingo.  Se trata de una ideología propia de los gobiernos autoritarios, como la que promueve la historia que se enseña en nuestras escuelas. Esta ideología vincula la identidad nacional al pasado colonial y, concretamente, al hispano-catolicismo. La imposición de esta visión romántica y colonial de la ciudad legitima la exclusión de la mayoría de los actores dominicanos, que no corresponden a esa identidad hispánica considerada como “blanca”. La ciudad romántica de Balaguer es el jardín de las élites. Valdez va más lejos. Afirma que la ciudad monumental soñada por Balaguer creó el actual caos que estamos viviendo al trazar grandes avenidas rompiendo barrios tradicionales.
    Al igual que el denominado “urbanismo posmoderno”, Valdez reconstruye críticamente la historia de la ciudad como el proceso de destrucción del espacio público. En realidad, el trazado de la ciudad de Santo Domingo es resultado de intereses particulares, especialmente de los políticos de turno. A este dinamismo se han sumado últimamente los llamados promotores inmobiliarios, entre los cuales destacan los constructores de torres de lujo. Como señalan los estudios de historia urbana de otras latitudes, la construcción de burbujas habitacionales, al destruir los espacios de encuentro, produce lo contrario de lo que pretende: una ciudad menos habitable.
    Para Valdez, en el caso de Santo Domingo, la destrucción planificada del espacio público urbano se puede constatar en la denominación “área verde” que encontramos en todos los proyectos habitacionales.  Implícitamente, esta expresión sugiere que el ser humano no forma parte de ese espacio. El resultado es una tierra de nadie que tiende a convertirse en monte o en enorme depósito de basuras y escombros, cuando no es privatizada para fines comerciales. Los diseñadores de proyectos suelen dejar como áreas verdes las esquinas del terreno que menos sirven a sus propósitos pecuniarios.
    El autor reconoce que ha habido planes de la ciudad. Pero otra ha sido la historia del desarrollo de esos planes en la práctica. Los mejores planes han sido abortados por las decisiones arbitrarias del poder, como sucedió en tiempos de Trujillo. Entre los responsables se encuentran fuerzas internacionales, últimamente bancos de desarrollo, como el BID, que retiran su ayuda si no se cumple con las propuestas pensadas por sus técnicos. A estos intereses pueden sumarse el de los grandes capitales mundiales que demandan determinados usos de los espacios y funciones específicas que deben cumplir las grandes ciudades.



    Por un Santo Domingo integrador, diverso y solidario
    El desafío es pensar una ciudad que incluya a las personas tomando en cuenta la historia de exclusión y segregación espacial que remonta a los tiempos coloniales. Para expresar este propósito de la planificación urbana, muchos urbanistas hablan de “derecho a la ciudad” o de construcción de “ciudadanía urbana”. A espera de expresiones más comprehensivas, estas expresiones pueden orientar las discusiones en que diseñan nuestros proyectos urbanos.
    Para la construcción de una ciudad integradora que garantice el derecho de todos sus habitantes, deben de tomarse en cuenta ciertos principios fundamentales.  Proponemos para la reflexión tres principios fundamentales, aunque podrían formularse otros. Se verá que estos principios implican automáticamente aspectos sociales. La conexión entre ordenamiento del espacio urbano y problemáticas sociales nos lleva a concluir que no se puede planificar una ciudad inclusiva sin transformar las relaciones socioculturales dominantes que producen exclusión social.
    El primer principio es construir espacios con pocas barreras. Es comprensible que determinados espacios estén protegidos con verjas y zonas de amortiguamiento, dadas sus funciones. Pensemos, por ejemplo, en un aeropuerto o en un hospital de enfermedades muy contagiosas. Pero en general, una ciudad será más inclusiva si no se divide su espacio en zonas exclusivas y zonas para el populacho. Proyectos como el de Sans Souci que se construirá en Santo Domingo Este van contra este principio. Proyectos privatizadores del espacio como este, orientados a una élite blanca incluso transnacional, necesitan rodearse de “muros de vergüenza” que recuerdan todos los días a las personas pobres del entorno que son ciudadanos de segunda categoría.
    Como es fácil concluir, una ciudad sin barreras implica una ciudad con bajos niveles de delincuencia. Sin planes sociales y culturales que enfrenten los comportamientos delincuenciales, no se podrá construir una ciudad sin barreras. A partir de este principio se puede afirmar también que proyectos como la Nueva Barquita y el Nuevo Domingo Savio perpetúan simbólicamente las  barreras culturales e ideológicas que separan a los “barrios buenos” de los “barrios malos”. Las burbujas de edificios modernos para pobres son gestadas dentro de una ideología empresarial modernizante, la cual no cambia las relaciones de producción que crean pobreza ni toma en consideración la sabiduría popular de construcción que responde mejor al clima tropical. Por eso es sensato pensar que estos proyectos de viviendas para pobres no mejorarán la vida urbana de Santo Domingo si se siguen negando los derechos sociales a sus pobladores. No es de extrañar que la pobreza estructural haga que estos espacios (que dicho sea de paso demandan grandes inversiones del presupuesto nacional y altos costos de condominio) acaben deteriorándose al poco tiempo.
    El segundo principio es la pluralidad. Las ciudades de millones de habitantes, como Santo Domingo, deben contar con una gran variedad de servicios para una gran variedad de necesidades y gustos. Esas necesidades y esos gustos pueden ser inventariados para definir espacios adecuados en que determinados ciudadanos urbanos puedan realizar sus intereses particulares sin molestar a los demás. Un ejemplo claro de esto es el de la música a todo volumen que suelen disfrutar las personas que frecuentan las discotecas o los talleres de vehículos que ocupan las aceras. Habría que pensar que determinados espacios, como parques de recreo, deben de ser preservados de contaminación sonora y de deportes que impliquen alto riesgo para los transeúntes. Por poner un ejemplo bien gráfico, es imposible tener una pista de motocross en medio de un parque donde aprenden a montar bicicletas los niños.
    El tercer principio es la solidaridad. Para estos fines, el diseño de la ciudad debe cumplir con propósitos de educación ciudadana con vistas a la convivencia y la colaboración. Esto implica velar por los usos adecuados de los espacios. Para que se garanticen estos usos adecuados, no basta una policía municipal que cumpla con funciones represivas o de control; debería de haber sobre todo educadores municipales que recuerden amable y constantemente a todos los ciudadanos las maneras de usar el espacio que ayudan a la convivencia y al crecimiento de los demás. Incluso visitando las casas. Igualmente, puede pensarse en espacios simbólicos que ayuden en esta tarea educativa. Hasta el día de hoy, los grandes espacios simbólicos de Santo Domingo se utilizan exclusivamente para rememorar la historia patria, un discurso del siglo XIX que no permite acompañar los cambios culturales del siglo XXI. Pensemos, para fines de contraste, en los grandes paneles electrónicos de los centros comerciales o malls, que educan todo el tiempo en el consumo globalizador con atractivas publicidades. ¿Por qué no usar estos recursos también para crear sensibilidad ciudadana?
    Concluyamos esta reflexión con una invitación del papa Francisco tomada de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Este texto toca otro aspecto, quizá el más difícil, de una ciudad que promueva la solidaridad en estos tiempos de globalización capitalista. Se trata del delicado tema de la acogida de las personas migrantes. Por ejemplo, ante la actitud excluyente del presidente norteamericano Trump, muchas ciudades norteamericanas, como Nueva York, han decidido constituirse en “ciudades santuarios” donde se protegen los derechos y la integridad física de las personas migrantes. Habría  que pensar entre nosotros en “ciudades comprometidas con los derechos humanos”. Las palabras de Francisco invitan a ello con un lenguaje más vivo, situándose en el polo opuesto de una concepción romántica de la ciudad:
    Exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro! (Evangelii Gaudium, n. 210). ADH 813

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