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    martes, 27 de febrero de 2018

    Competitividad de unos, exclusión para otros

    No es lo mismo ni es igual / Pablo Mella | Instituto Superior Bonó 


    Competitividad de unos, exclusión para otros  

    Mediante el decreto 389-17 del 23 de octubre de 2017, el presidente Danilo Medina constituyó la representación del sector privado del Consejo Nacional de Competitividad. La lista está compuesta por hombres que se encuentran en la lista de los más ricos del país; uno de ellos se encuentra en el anillo de confianza del actual Presidente y lo ha financiado y apoyado con generosidad. Se nombraron al mismo tiempo los miembros  del Consejo Consultivo de Competitividad. En este apenas fueron nombradas dos mujeres, igualmente millonarias; también a un economista y a un monseñor católico que frecuentan esos ambientes. En este terreno, una vez más, los pequeños, los pobres, no cuentan. Para esos quedan las visitas sorpresa.
    En la lista no podían faltar, claro está, los socios de Odebrecht en el país. Hay más en este escenario del simulacro dominicano. Uno de esos empresarios apenas adquirió la nacionalidad dominicana recientemente, pero sus empresas no fueron despojadas de sus documentos. Otros tienen doble nacionalidad, porque pertenecen a las élites transnacionales de la globalización. Hacen sus vacaciones de navidad en exclusivas zonas de esquiar norteamericanas o en Europa y se jactan de ello; sus hijos estudian en colegios bilingües locales y cursan la universidad en el extranjero, porque denostan, como seres globalizados, los déficits de la educación nacional. No son considerados traidores a la Patria por eso. Otros hacen jugosos negocios con Haití y no son considerados fusionistas, a pesar de que sus medios de comunicación se hacen eco no pocas veces del antihaitianismo hipernacionalista. Para sus empresas libres de impuestos no debe de haber muros entre las naciones.
    Mientras se celebran las virtudes de la globalización económica, los que no pertenecen a las castas ricas transnacionales siguen aún sin escuelas de calidad y sin servicios de salud dignos; algunos, incluso sin documentos, porque son de ascendencia haitiana. Para mayor sorpresa, cuando estos exigen que se les restituya su documentación se ven atacados con mentiras por quienes pretenden formar parte de esas elites transnacionales. Lo que es competitividad mal comprendida por unos seguirá siendo exclusión para otros.
    Reflexionemos acerca del ambiguo discurso de la competitividad en suelo dominicano.

    1.     Qué es la competitividad
    La idea de competitividad es importante. Está pensada para orientar a la práctica empresarial con vistas a satisfacer las necesidades de consumo de la manera más eficiente posible. Esto se refleja en grados altos de satisfacción del consumidor, en precios justos y en la calidad del producto o bien servido. Ahora bien, como todos los conceptos, este adquiere un sentido peculiar dependiendo del marco de comprensión en el que se interprete.
    Hoy prevalece la ideología neoliberal. También entre nosotros. La tesis de los neoliberales es que el bienestar y el desarrollo económico dependen de un libre mercado que funciona con poca o casi nula intervención del Estado. Desde esta ideología, se asume que las empresas más competitivas podrán asumir mayores cuotas de mercado eliminando empresas menos competitivas. Para lograr este proceso de eliminación darwinista, tiene que haber un «mercado perfecto».
    A pesar de todo, lo ideológico de esta perspectiva no es tanto su contenido teórico, sino su carácter discursivo. Esto quiere decir que se usa la noción de competitividad para disimular otras prácticas que están operando sobre el terreno. Se habla de «libre mercado» para legitimar una práctica económica que no lo es ni pretende serlo. Por ejemplo, el nombramiento de estos señores y señoras tapa el hecho de que ellos se han hechos ricos gracias a prácticas oligopólicas y en algunos casos hasta monopólicas. Parecería que con estos nombramientos se les da a los prisioneros la llave de la cárcel para que salgan cuando quieran.
    Las grandes riquezas de este país, como en otros países de América Latina, se han amasado valiéndose de contactos políticos y hasta militares: no faltan entre nuestros ricos, familias que medraron a la sombra de Trujillo.  Muchas empresas oligopólicas dominicanas han acumulado riqueza con salarios muchas veces de miseria y con condiciones laborales muy cuestionables. Solo hay que ver lo que gana un periodista promedio en los medios del país para comprender por qué son proclives a vender sus servicios profesionales como relacionadores públicos de instituciones estatales.
    Para entender mejor lo que implica la competitividad, se puede abordar de manera negativa. Se trata de entender por qué se pierde competitividad. La respuesta es básicamente esta: se pierde competitividad cuando los costos de producir algo se elevan tanto que o bien los precios se hacen inasequibles, o bien el margen de ganancia es prácticamente nulo, o bien la calidad del producto se mantiene en niveles deficientes. Esto último es lo que sucede con los oligopolios de las empresas dominicanas que venden millones de dólares hacia Haití.
     La noción de competitividad gana más claridad aún cuando se analizan las prácticas de empresas concretas en mercados concretos. Una empresa que pierde competitividad sencillamente debe cerrarse. De no garantizarse la competitividad, se verá afectada la actividad productiva de un país.
    Es importante señalar que desde un punto de vista no neoliberal resulta inapropiado hablar de la competitividad de un país. Un país no se maneja como una empresa productiva. La actividad productiva debe estar al servicio del país y no viceversa. Países vecinos no tienen que competir; lo que tienen que hacer es promover solidariamente actividades complementarias que permitan a sus respectivos ciudadanos vivir dignamente.

    2.     Por qué en República Dominicana no se garantiza la competitividad




    3.      
    De acuerdo al Índice de Competitividad Mundial, la República Dominicana se encuentra entre los países que menos garantizan la competitividad. La tendencia en estos momentos es a la baja. De 140 países evaluados, quedó en la posición 104; el año pasado ocupaba la posición 98.
    El Programa para Estudios del Desarrollo Económico de la PUCMM compartió en diciembre de 2017 un informe especial en que resume y reflexiona sobre los datos aportados por el Índice de Competitividad Global. Explica de manera pedagógica y lógica por qué el país saca tan mala nota. Destaquemos cuatros de los indicadores en que el país sacó peor nota para visualizar la tarea que queda por delante.
    El primer factor a destacar es la falta de institucionalidad. Esto se refiere al modo poco claro en que se comportan los actores públicos y privados. A su vez, este comportamiento se explica por falta de reglas jurídicas claras. ¿Cómo hacer rentable una empresa si para sacar permisos hay que sobornar a más de uno? En este indicador, la República Dominicana ocupó la posición 108 (cuatro por debajo de su propio promedio).
    Otro indicador que destaca es el de ética y corrupción. En este indicador el país ocupa la posición 112 de 118 países; está entre los peores a nivel mundial. ¿Cómo competir en un país donde sus máximas autoridades han entrado en grandes esquemas de corrupción y continúan impunes en sus funciones públicas? Es coherente con lo explicado en el primer indicador sobre institucionalidad, pero llama la atención para el trabajo moral que se debe de hacer. 
    El tercer indicador a señalar recibe el nombre de influencia indebida. Incluye la autonomía de poder judicial y el favoritismo en las decisiones del gobierno. Aquí el país retrocedió a una posición muy preocupante: República Dominicana pasó de ocupar el lugar 95 a ocupar el lugar 112 de 114 países comparados. Punta Catalina no tiene vuelta atrás; y todo sigue igual, a pesar de la masiva movilización ciudadana.
    Por último, cabe señalar el indicador «ética corporativa». Se refiere al comportamiento moral de las empresas privadas y la manera en que cumplen con sus responsabilidades. Los empresarios del país ocuparon la posición 110 de 114. Por lo tanto se ven situados más o menos en el mismo nivel del gobierno. Según este Índice, nuestro mundo empresarial se encuentra éticamente dentro de los cinco peores del mundo. A ellos se les ha confiado de manera unilateral velar por la competitividad del país.

    4.     Más allá del discurso oficial de la competitividad: un compromiso ético político
    Los resultados alarmantes ofrecidos por el Índice de Competitividad Mundial nos señalan que el problema dominicano es fundamentalmente ético y de reglas claras de juego para la actividad económica. Ahora bien, debe señalarse que ambas cosas van de la mano.
    No se puede ser ético cuando nadie sabe claramente a qué atenerse legalmente. Una persona de práctica religiosa me dijo que su pequeña empresa no podría subsistir si no hacía circular  cerca del 80% de la mercancía que comerciaba por canales irregulares. Para esto tiene que recurrir al soborno de pequeños funcionarios públicos. Además, tiene que dejar perder en una absurda burocracia en torno al 20 % de su mercancía para cubrir ciertas apariencias de legalidad ante la DGII. Me dijo con dolor que no puede cumplir con todas las de la ley como se propuso originalmente, porque su negocio quebraría; no solo ella se quedaba sin nada para vivir: debía de dejar sin trabajo a su personal. Lo grande del caso es que otro hombre de prácticas religiosas, de esos de renombre social, le dijo que no se preocupara por lo moral en la esfera económica. Le dijo con el cinismo ya integrado: «tienes que ser realista; este es el país en el que vives».
    Ese es el problema. Nos volvemos cínicos en nuestro modo de operar en la esfera económica. Hemos hecho de de la oscuridad un modo habitual de comportamiento. He oído el mismo discurso de ese hombre religioso de renombre a más de un sacerdote católico. Los mismos sacerdotes que pregonan purezas en otros ámbitos del actuar moral.
    La pregunta que nos queda ahora para este año 2018: ¿cómo crear una marea que no solo exija fin de la impunidad y la corrupción, como lo ha hecho la Marcha Verde, sino también un firme compromiso ético en lo personal e institucional? El mal que más nos aqueja en estos momentos debe de ser atacado por ambas caras: el institucional y el ético. La tarea es de todo el mundo. Así todos colaboraremos a contrarrestar que la competitividad de unos no implique la exclusión de otros. ADH 819

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