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    domingo, 7 de octubre de 2018

    Valor del mes: Anuncio y Envío

    Valor del Mes | P. Juan Tomás García, MSC


    Envío y Anuncio  
    Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la Creación (Marcos 16,15)

    La Iglesia existe para evangelizar, anunciando el Evangelio y viviéndolo con alegría en medio de las realidades cambiantes de nuestro mundo. La evangelización brota, en los creyentes, cuando se experimenta una experiencia del Espíritu, cuando se vive un verdadero encuentro con Cristo. Para ser evangelizador hay que escuchar de manera personal y vigorosa la llamada a esa misión y creer en la espiritualidad apostólica de los creyentes. Jesús envía a sus apóstoles a anunciar su propia misión evangelizadora, al final de cada aparición del resucitado: «Como el Padre me envió, también yo los envío» (Jn 20, 21); «ustedes son testigos de estas cosas» (Lc 24, 48); «vayan y hagan discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19); «vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15).

    Cuando vivimos un encuentro personal o comunitario con cristo la experiencia es tal, que él mismo pone en nosotros las ganas de comunicarla a los demás seres humanos que comparten nuestra condición. Así nos convertimos en anunciadores, comunicamos la experiencia vivida en nuestro encuentro con Jesús. Anunciar, «Evangelizar» es actualizar o reproducir hoy esa experiencia salvadora, transformadora, esperanzadora, que comenzó con nuestro encuentro con y en Jesucristo. Dicho de otro modo, «evangelizar» es hacer presente hoy en la vida de las personas, en la historia de los pueblos, en el tejido de la convivencia social, en los conflictos, los gozos, las penas y trabajos del hombre actual, esa fuerza salvadora que se encierra en la persona y el acontecimiento de Jesucristo.

    Testigos misioneros
    La evangelización es siempre expansión, irradiación, comunicación de la experiencia de salvación que vive el creyente, la comunidad de creyentes. La Iglesia nace, vive, crece y evangeliza animada por el Espíritu. Al inicio de su misión, Jesús anuncia con los mismos términos que el profeta Isaías, cual será el contenido de dicha misión: “el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para dar la Buena Noticia a los pobres, la libertad a los oprimidos y a todos, el año de Gracia del Señor” (Lucas 4, 16-21). El Espíritu conduce al anuncio del amor de Dios. Los evangelistas describen con diferentes lenguajes la misión que Jesús confía a sus seguidores. Según Mateo, tienen que "hacer discípulos" que aprendan a vivir como él les ha enseñado. Según Lucas, tienen que ser "testigos" de lo que han vivido junto él. Marcos lo resume todo diciendo que tienen que "proclamar el Evangelio a toda la creación". Para esto que Jesús envía a sus discípulos y discípulas.

    En la Biblias encontramos diversos episodios donde Jesús está enviando a sus Apóstoles y a los discípulos a anunciar la Buena Noticia del Evangelio.  "El Evangelio es para la Iglesia, en todos los tiempos, el principio de toda su vida". Ha llegado el momento de entender y de configurar la comunidad cristiana como un lugar donde lo primero es acoger el Evangelio de Jesús, para luego, con su fuerza, anunciarlo a los demás en todos los rincones del mundo. El Evangelio no puede quedarse en el interior del pequeño grupo de los discípulos de Jesús. Él nos envía a desplazarnos para alcanzar al «mundo entero» y llevar la Buena Noticia a todas las gentes, a «toda la creación». Las palabras del envío de Jesús eran escuchadas con entusiasmo cuando los cristianos estaban en plena expansión y sus comunidades se multiplicaban por todo el Imperio. Jesús mismo llenaba de fuerza a quienes aceptaban el envío y se disponían a anunciar el evangelio de salvación. Hoy nos toca a nosotros, personalmente y en comunidad, asumir los compromisos del anuncio de la salvación de Dios.

    Confianza plena en Él
    Para compartir la misión de Jesús, lo primero es vivir desde la confianza absoluta en la acción de Dios. Así nos lo ha enseñado Jesús. Dios sigue trabajando con amor infinito el corazón y la conciencia de todos sus hijos e hijas, aunque nosotros los consideremos «ovejas perdidas». Dios no está bloqueado por ninguna crisis. Él sigue actuando en la Iglesia y fuera de la Iglesia. Nadie vive abandonado por Dios, aunque no haya oído nunca hablar del Evangelio de Jesús. Hemos de hacernos preguntas fundamentales y buscar las respuestas desde la fe. Dios nos está llamando y enviando para transformar nuestra forma tradicional de pensar, expresar, celebrar y encarnar la fe cristiana de manera que propiciemos la acción de Dios en el interior de nuestra cultura moderna.

    Los enviados irán descalzos, como los esclavos. No llevarán sandalias. Tampoco una túnica de repuesto, como llevaba Diógenes el cínico para protegerse del frío de la noche cuando dormía al raso. Todos podrán ver que los seguidores de Jesús viven identificados con las gentes más indigentes de Galilea. Las instrucciones de Jesús no eran tan extrañas. Él era el primero en vivir así: sin dinero ni provisiones, sin zurrón de mendigo, sin bastón, descalzo y sin túnica de repuesto. Los discípulos no harán sino seguirle. Este grupo, liberado de ataduras y posesiones, identificado con los más pobres de Galilea, confiando por entero en Dios y en la acogida fraterna, y buscando para toda la paz, llevará a toda la Creación la presencia de Jesús y su buena noticia de Dios.

    Misión compartida
    Jesús nos envía «de dos en dos». Así podremos apoyarnos mutuamente. Además, entre los judíos era más creíble una noticia cuando venía atestiguada por dos o más personas. Se acercarán a las casas deseando a sus moradores la paz. En cada pueblo han de hacer lo mismo: anunciarles el reino de Dios compartiendo con ellos la experiencia que están viviendo con Jesús y, al mismo tiempo, curar a los enfermos del pueblo. Todo lo han de hacer gratis sin cobrar ni pedir limosna, pero recibiendo a cambio un lugar en la mesa y en la casa de los vecinos. No es una simple estrategia para sustentar la misión. Es la manera de construir en los pueblos comunidades nuevas basadas sobre unos valores radicalmente diferentes de la honra o deshonra, de los patrones y clientes. Aquí todos comparten lo que tienen: unos, su experiencia del reino de Dios y su poder de curar; otros, su mesa y su casa. La tarea de los discípulos no consiste solo en «dar», sino también en «recibir» la hospitalidad que se les ofrece.   ADH 827

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