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    miércoles, 12 de junio de 2019

    El estrés docente: Un problema de todos

    Para vivir mejor | Miguelina Justo, M. C. 


    El estrés docente: Un problema de todos

    El estrés es consustancial a la vida y necesario para la supervivencia, así lo consideraba Seyle, pionero en el estudio de este fenómeno (1973). Sin embargo, cuando las demandas del ambiente superan por largo tiempo la capacidad de respuesta del individuo en cuestión, el organismo sufre. Partiendo de esta perspectiva teórica, se puede comprender que es natural que el docente se sienta exigido, presionado, estresado. La tarea del docente es ardua, su responsabilidad enorme. No obstante, si las exigencias del ambiente desbordan sus recursos, su persona y su labor se verán comprometidas y, por tanto, los resultados de la enseñanza y del aprendizaje no serán los esperados (Wong, Ruble, Yu y McGrew, 2017).

    Los docentes de hoy día enfrentan múltiples retos. Se espera que planifiquen, estudien, corrijan, atiendan, inspiren, cuiden, colaboren y todo ello mientras, quizás, un niño pequeño llora su ausencia en la casa o la comida aún no está preparada. Si el docente no logra sortear estas demandas, puede verse comprometido profundamente su sentido de autoeficacia, la calidad de sus relaciones interpersonales y su visión del futuro (a nivel personal y profesional). Más que la tecnología, los libros y las aulas, el maestro es el recurso más importante para la educación. Su bienestar emocional, físico e intelectual impacta de manera decisiva lo que se enseña y también lo que se aprende. El maestro es el canal. Por tanto es preciso acompañarle en su labor, apoyarle en la capacitación y formación, de manera que le permita desarrollar destrezas cognitivas, emocionales y prácticas para responder de manera exitosa a lo que se espera de él. La sociedad en general, las autoridades educativas, pueden contribuir a aligerar la carga, asumiendo con valentía la cuota de responsabilidad que les toca.

    El síndrome de Burnout

    El estrés crónico, de no ser atendido, puede contribuir a que los docentes experimenten el llamado síndrome de burnout, palabra del inglés que quiere decir “quemado por fuera”. Este fenómeno se observa en trabajadores, en otrora altamente entusiastas, quienes luego de estar expuestos a altos niveles de estrés por un largo tiempo, se muestran deprimidos, fatigados física y emocionalmente, exhibiendo rigidez, cinismo y dificultad para identificar sus emociones y juzgar objetivamente sus acciones (Freudenberger, 1977). En el caso específico de los docentes, el burnout puede explicar el ausentismo laboral, la irritabilidad, el distanciamiento emocional, la falta de implicación y el abandono eventual de la profesión, afectando así de manera importante el alcance y el corazón mismo de su labor. Varios factores parecen estar contribuyendo a la ocurrencia de este fenómeno entre los docentes, como la pérdida del prestigio social, la burocratización y la falta de logro profesional, fundamentalmente en cuenta al aprendizaje y a la conducta de los alumnos (Aguilar et al, 2016). El docente quemado por fuera, pierde la pasión y sin pasión no es posible educar, de forma tal que su misma identidad se ve comprometida.

    El rendimiento impuesto

    En una postura que pudiera parecer controversial, el filósofo surcoreano, Han (2010) plantea que el desgaste ocupacional que se observa hoy día no es producto del cúmulo de responsabilidades o el exceso de iniciativa, sino que es el resultado del imperativo de rendimiento impuesto. En la sociedad donde “todo es posible”, la persona, confrontada con sus propios límites, los asume desde una autorreferencialidad malsana, que conduce al no puedo poder más. La depresión y el cinismo le atrapan. Han insiste en una vuelta a la contemplación, a la escucha, para invitar al “no hacer” para “ser”, y que esta quietud lleve al encuentro del otro y de uno mismo, a la comunidad. Es necesario, por tanto, de acuerdo a estos planteamientos, que el docente evalúe de manera justa tanto lo que se espera de su labor, como lo que puede dar.  Actuará desde el conocimiento profundo de su entorno y de su realidad interna.  Actuará con integridad, asumiendo desde la libertad su labor, no desde el miedo. Será sujeto, no objeto;  responsable, no culpable, ni víctima.

     El docente que desea manejar adecuadamente el estrés, sabrá que le conviene revisar cada una de las ideas que les son exigidas constantemente y analizar con mayor detalle, aquellas que a la larga, puedan atentar contra su productividad y eficiencia. Habrá espacio, así, para la flexibilidad, la creatividad y la acogida. La pasión por educar debe avivar su corazón. Este fuego debe arder para iluminar a todos a su paso, especialmente a quienes caminan en la oscuridad de la ignorancia. Lamentablemente, muchos, sin saber qué hacer para evitar ser devorados por esta llama, acaban apagándola. Entonces, se hace invierno en el corazón y en el aula. Contemplar, escuchar, detenerse parecen apuntar a la pausa, sin embargo, son verbos de acción que atizarán el entusiasmo y la motivación, ambos necesarios para educar y no morir en el intento. ADH 834

    Referencias
    Aguilar, N.,  Blajeroff, N. , Anghileri, M., Dabas, D.,  Acosta, S. ,  Beitía, W.,… & Blajeroff, J. (2016).  El burnout docente: Aportes para su superación. En Durand, J., Corengia, J., Daura, F.  & Urrutia, S. (Ed), (pp. 342-369). Aprender a enseñar: el desafío de la formación docente inicial y continua.
    Han, B. (2012). La sociedad del cansancio. Herder: Barcelona, España. 
     Freudenberger HJ. Speaking from Experience. Training & Development Journal. 1977; 31(7):26. 
     Selye, H. (1973). The evolution of the stress concept. American Scientist, 61(6), 692-699.
    Wong, V. W., Ruble, L. A., Yu, Y., & McGrew, J. H. (2017). Too Stressed to Teach? Teaching Quality, Student Engagement, and IEP Outcomes.

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