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    martes, 16 de julio de 2019

    ¿Conoces el cuento de la rana?

    Casa de Luz | Lic.  Juan Rafael Pacheco (casadeluzjn812@gmail.com  )


    ¿Conoces el cuento de la rana?

    Esta era una vez una ranita que vivía en los países fríos. Cansada del invierno, decidió alejarse.  Unos gansos la invitaron a irse con ellos.  Había un sólo problemita: La ranita no sabía volar.
    Ni corta ni perezosa pero sí muy inteligente, pidió a dos gansos que la ayudaran a recoger una caña fuerte, que cada uno la sostuviera por un extremo, mientras ella se agarraba de la caña con la boca. Y comenzaron la travesía.

    Pasando por el primer poblado, la gente presenciaba el espectáculo: “¿Quién tuvo tan brillante idea? “– preguntaban.

    Llena de orgullo, sintiéndose sumamente importante, la rana exclamó: “¡A mí!”
    Su orgullo fue su ruina. Al abrir la boca, se soltó de la caña, cayó al vacío, y murió. 
    Son muchas las veces en nuestras vidas que la falta de humildad o el exceso de orgullo, echan abajo los mejores planes.

    Si antes de actuar tan sólo nos preguntáramos “qué haría Jesús en mi lugar, en un momento como éste”, cuán distinta fuera nuestra vida. Una de las más grandes enseñanzas de Jesús fue la humildad, tanto en su testimonio de vida como en sus palabras. Lamentablemente pocos recuerdan aquello de que “aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”.

    “Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo: Él es el ‘hombre perfecto’ que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo a imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones” (CIC 520). 

    San José María Escrivá nos dejó una pequeña guía de algunas señales de falta de humildad. Sería conveniente revisarla y confrontarla con nuestra propia vida:
    ·                    Pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás.
    ·                    Querer salirte siempre con la tuya.
    ·                    Disputar sin razón, o –cuando la tienes- insistir tercamente y de mala manera.
    ·                    Dar tu parece sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad.
    ·                    Despreciar el punto de vista de los demás.
    ·                    No mirar todos tus dones y cualidades como prestados.
    ·                    No reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees.
    ·                    Citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones.
    ·                    Hablar mal de ti mismo, para que se formen un buen juicio de ti o te contradigan.
    ·                    Excusarte cuando se te reprende.
    ·                    Oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti.
    ·                    Dolerte que otros sean más estimados que tú.
    ·                    Negarte a desempeñar oficios inferiores.
    ·                    Buscar o desear llamar la atención.
    ·                    Insinuar en la conversación palabras de alabanza propia, o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional.
    ·                    Avergonzarte porque careces de ciertos bienes.

    Dale gracias a Dios por tus éxitos, pero recuerda que todo lo que tienes te lo ha dado Él, quien nunca te olvida y siempre te espera. Sé humilde. Nunca te creas más que los demás.
    Ah, y sobre todo, no te sueltes de la Caña… Bendiciones y paz.
    Mis cuentos aparecen publicados en Catholic.net. Este cuento aparece publicado en la página 87 de mi libro “¡Descúbrete! Historias y cuentos para ser feliz”. Disponible en Librerías Paulinas, La Sirena y Librería Cuesta. ADH 833.

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