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    viernes, 24 de abril de 2020

    "Que la escuela vaya bien" El Cuidado de la Casa comun

    Educación | Pedro María Orbezua, fsc. 


    “¡QUE LA ESCUELA VAYA BIEN!”
    El cuidado de la Casa común

    Un nuevo aspecto para “que la Escuela vaya bien”: ¡EDUCAR EN ECOLOGÍA! (Estamos en pañales. ¡Y el informe Pisa no lo tiene en cuenta!).

    Carl Sagan, en su libro “Un punto de azul pálido” (1994),  escrito a partir de la fotografía de la Tierra tomada, en 1990, por la sonda espacial Voyager 1 desde una distancia de 6000 millones de kilómetros, escribe un bellísimo texto. Insisto una vez más: Lee, subraya, medita, ora.

    “Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. Ahí ha vivido todo aquel de quien hayas oído hablar alguna vez, todos los seres humanos que han existido… La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica…  Nuestro planeta es un solitario grano de polvo en la gran penumbra cósmica que todo lo envuelve. En nuestra oscuridad -en toda esa inmensidad-, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. Dependemos sólo de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y yo añadiría que también forja el carácter. En mi opinión, no hay mejor demostración de la locura que es la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, recalca la responsabilidad que tenemos de tratarnos los unos a los otros con más amabilidad y compasión, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido”.

    El Papa Francisco, en 2015, publica la importantísima encíclica “Laudato sí, Alabado seas”, cuyo contenido se resume en la frase “Sobre el cuidado de la casa común”. El texto es de obligada lectura. En especial, quizás, el capítulo sexto: “Educación y espiritualidad ecológica”.

    Algunos de los subtítulos resultan muy sugerentes:

    “I Apostar por otro estilo de vida”. Un detalle: Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico” (203).

    Otro detalle: “… no pensemos sólo en la posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca” (204).

    “II. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente”.  La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos” (209). Sin embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se limita a informar y no logra desarrollar hábitos” (211). Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico…  Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida” (211). “Los ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida” (213). “A la política y a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la población. También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol importante que cumplir en esta educación” (214).

    “III. Conversión ecológica”. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (217).

    El racimo de textos que deberíamos colocar no cabe.  Me digo: ¡Stop! Alto ahí. Y les digo: ¡Queda de tarea hincarle el diente a la encíclica! Y aplicarnos el cuento.

    Y ahora nos ponemos las chancletas para andar por casa y hablar de refilón acerca de “la basura nuestra de cada día”.  Sin excepción nos bañamos todos los días y más de una vez. ¡Gente limpia! Sin embargo, como barrio, ciudad y país, somos “asquerositos”. Seguimos tropezando con la misma piedra. ¡La basura! ¡Da asco, vecinos! La inmundicia reina en nuestras calles: Desechos, desperdicios, plásticos, residuos, botellas, excrementos. ¡Y qué decir de nuestras playas! Espaguetis a diestra y siniestra. ¡Y qué de nuestras escuelas!  Tras el recreo y la merienda: ¡Qué paisaje de suciedad después de la batalla! ¡Y nuestras aulas! Ídem.  Tres cuartos de lo mismo. pintarrajeadas, regueros de papeles… ¡Y el problema del agua! ¡Y tal y cual!

    Comencemos por el abc de la ecología en la escuela.  ¡Por una escuela ecológica, limpia, ordenada, bonita! Es una labor de titanes. Y cumplamos la octava obra de misericordia que nos propone el papa: ¡el cuidado de la casa común! Ello supone “la contemplación agradecida del mundo” (214) y necesita “simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo [...] y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor” (230-231).
    ADH 844.

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