Comentario | Fr. Rubén Omar Lucero Bidondo OP.
Entre la hipocresía y la
mediocridad
Ni los fariseos ni los herodianos han dado una
solución a la dominación romana sobre Israel ni han enfrentado abiertamente el
sistema de control imperial, tanto en lo político-social como en lo religioso.
Han aprendido a convivir con una tolerancia pasiva que garantizaba los mínimos
para expresar el culto. Cuando lo religioso se vive como excusa de un no
compromiso con la realidad, se evade la responsabilidad (personal o
institucional) en la transformación de aquellas estructuras que deben garantizar
el bien común, la justicia y la paz.
La hipocresía es el presupuesto fundamental de una
falsa religiosidad que hace tiempo ha habilitado en el corazón la vivencia de
una doble espiritualidad, una doble moral y una doble pertenencia. Esta
ambigüedad degenera en posturas fundamentalistas, tanto de derecha como de
izquierda, que hieren en profundidad al hombre y a la historia.
Los fariseos se esconden detrás de un legalismo
narcisista. Los herodianos se aprovechan de su influencia política. Para ambos,
la persona de Jesús de Nazaret es un problema, ya que sus palabras y sus gestos
ponen en evidencia que sus corazones están lejos de Dios, lejos de la Ley y
lejos del pueblo que deberían guiar, acompañar y cuidar. La persona de Jesús,
la revelación del Padre y su anuncio del Reino, visibilizan la mediocridad y la
incoherencia tanto de los fariseos como de los herodianos.
Una respuesta respaldada por la vida
La adulación de los herodianos es una forma de
violencia sutil y elegante que revela la dureza de quien tiene que convivir con
la propia falta de credibilidad. Jesús no se deja enredar por unos elogios
vacíos aunque expresen una realidad: Él es un Maestro sincero, veraz e
inclusivo (cf. Mt 22, 16). En consecuencia, no pierde la libertad de decir
aquella verdad que rompe las ataduras de todo aquel corazón que busca el camino
de Dios.
Jesús sabe que los fariseos buscan una excusa para
poder acusarlo y no tiene miedo de dar una respuesta clara y comprometida. Un
fanático respondería desde una ideología sin medir las consecuencias de sus
afirmaciones (aunque ellas pongan en peligro la vida o la conciencia de los más
vulnerables). En cambio, Jesús habla desde su experiencia de Dios y desde su
fe, buscando revelar aquella verdad integral que da sentido a la vida, a las
opciones y a las acciones. Él no se ajusta al orden establecido, sobre todo
cuando se acentúa la desigualdad, la injusticia o la inequidad.
Hoy podríamos hacernos una pregunta esencial: ¿De
quién es la imagen que está grabada en mi corazón? ¿De Dios o del César? El
corazón es una realidad más radical que una moneda. La imagen acuñada en el
corazón es la que configura en toda persona una forma de vida, una forma de
espiritualidad y una forma de compromiso con la realidad.
En el corazón del mundo, dar a Dios lo que es de Dios
¿Cómo dar al César lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios, sin escaparse del mundo huyendo hacia el Cielo? Una lectura
limitada del texto presentaría la posibilidad de mantener separados el orden de
lo temporal y el orden de lo religioso, las cosas del mundo y las cosas de
Dios, las realidades profanas y las realidades sagradas.
El misterio de la Encarnación nos da una clave de
lectura: Dios ha entrado en diálogo con el hombre y ha creado un espacio
sagrado en el corazón de la historia. A imagen de Jesucristo, los bautizados
estamos llamados a crear lazos de fraternidad que rompan los esquemas de «ellos
y nosotros». La corresponsabilidad de los cristianos en la búsqueda del bien
común y en cuidado de la casa común nos llama a respetar la pluralidad de
opiniones y cosmovisiones. La solidaridad afectiva y efectiva debe llevarnos a
reconocer la dignidad de toda persona humana. La presencia en los lugares donde
se gesta y se decide el rumbo de la política, la economía, la educación, la
cultura y la fe, requiere de nosotros idoneidad y valores evangélicos.
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