En el Exilio | Ron
Rolheiser (Trad. BenjamÃn Elcano, cmf)
La
espiritualidad y la media mitad de la vida
Una misma talla de ropa no
sienta bien a todos. Esto no sólo vale para la ropa, vale también para la
espiritualidad. Nuestros desafÃos de la vida cambian conforme crecemos. La
espiritualidad no siempre ha sido del todo sensible a esto. Ciertamente,
siempre hemos tenido instrucción y actividades personalizadas para niños,
jóvenes y personas que están criando a niños, llevando un empleo y pagando una
hipoteca, pero nunca hemos desarrollado una espiritualidad para lo que suceda
cuando esos años se acaban.
¿Por qué la necesitamos?
Jesús aparentemente no la tuvo. No tuvo una serie de enseñanzas para los
jóvenes, otra para los de mediana edad e incluso otra para los ancianos. Él
simplemente enseñó. El Sermón de la Montaña, las parábolas y su invitación a
cargar con su cruz están proyectados de igual modo para todos, al margen de la
edad. Pero oÃmos esas enseñanzas en muy diferentes momentos de nuestra vida; y
una cosa es oÃr el Sermón de la Montaña cundo tienes siete años, otra cuando
tienes veintisiete, y otra no poco diferente cuando tienes ochenta y siete. Las
enseñanzas de Jesús no cambian, pero nosotros sÃ, y ofrecen desafÃos muy
especÃficos en diferentes momentos de nuestras vidas.
La espiritualidad cristiana
generalmente ha tenido presente esto, con una excepción. Excepto Jesús y algún
ocasional mÃstico, ha dejado de desarrollar una espiritualidad explÃcita para
nuestros postreros años, en cuanto a cómo debemos ser generativos en nuestra
ancianidad y cómo vayamos a morir de un modo vivificante. Pero hay una buena
razón para esta laguna. Dicho simplemente, no se necesitaba, porque, hasta este
último siglo, la mayorÃa de la gente nunca llegaba a tan avanzada edad. Por
ejemplo, en Palestina, en tiempos de Jesús, el promedio de esperanza de vida
era de treinta a treinta y cinco años. Hace un siglo, en los Estados Unidos,
aún era menos de cincuenta años. Cuando la mayorÃa de la gente en el mundo
morÃa antes de llegar a los cincuenta, no habÃa verdadera necesidad de una
espiritualidad del envejecimiento.
En los Evangelios sà hay
tal espiritualidad. Aun cuando murió a los treinta y tres años, Jesús nos dejó
un paradigma de cómo envejecer y morir. Pero ese paradigma, mientras comunica y
refuerza saludablemente la espiritualidad cristiana en general, nunca fue
desarrollado más especÃficamente en una espiritualidad del envejecimiento (a
excepción de algunos de los grandes mÃsticos cristianos).
Después de Jesús, los
padres y las madres del desierto recogieron la cuestión de cómo envejecer y
morir en el entramado general de su espiritualidad. Para ellos, la
espiritualidad era la búsqueda para “ver el rostro de Dios”; y eso, como aclara
Jesús, requiere una cosa: la pureza de corazón. Asà pues, para ellos, sin
importar su edad, el desafÃo era el mismo: intentar lograr la pureza de
corazón. Después, en la edad de las persecuciones y de los primeros mártires
cristianos, se fomentó la idea de que la manera ideal de envejecer y morir era
a través del martirio. Más tarde, cuando los cristianos ya no eran martirizados
fÃsicamente, se mantuvo la idea de que se podÃa asumir un tipo voluntario de
martirio al vivir los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.
CreÃan que viviéndolos, como la búsqueda de la pureza de corazón, te enseñaba
todo lo que necesitabas saber, sin importar tu edad. Finalmente, esto pasó a
significar que cualquiera que respondÃa fielmente a los deberes de su vida,
independientemente de su edad, aprenderÃa todo lo necesario para acceder a la
santidad por el camino de la fidelidad. Como lo dijo un antiguo aforismo: Permanece
dentro de tu celda y eso te enseñará todo lo que necesitas saber.
Entendido con propiedad, hay una espiritualidad del envejecimiento y de la
muerte en estos pensamientos, pero hasta recientemente habÃa poca necesidad de
sonsacarla más explÃcitamente.
Felizmente, hoy la
situación está cambiando y estamos desarrollando, más y más, algunas
espiritualidades explÃcitas del envejecimiento y la muerte. Quizá esto refleje
una población que está envejeciendo, pero hay ahora un naciente cuerpo de
literatura, religioso y secular, que está haciendo suya la cuestión del
envejecimiento y la muerte. Estos autores, demasiado numerosos para
mencionarlos, incluyen muchos nombres ya familiares para nosotros: Henri
Nouwen, Richard Rohr, Kathleen Dowling Singh, David Brooks, Cardinal Bernardin,
Michael Paul Gallagher, Joan Chittister, Parker Palmer, Marilyn Chandler
McEntyre, Paul Kalanithi, Erica Jong, Kathie Roiphe, y Wilkie y Noreen Au,
entre otros. Procediendo de una variedad de perspectivas, cada una de estas
ofrece ideas en lo que Dios y la naturaleza proyectan para nosotros en nuestros
postreros años.
En esencia, aquà está el
problema: hoy, estamos viviendo más y de forma más saludable en la edad
avanzada. Hoy es común jubilarnos al comienzo de los sesenta después de haber
criado a nuestros hijos, liberados de nuestros trabajos, y haber pagado
nuestras hipotecas. Asà pues, ¿qué es lo siguiente, dado que probablemente
tenemos por delante veinte o treinta años más de salud y energÃa? ¿Para qué son
estos años? ¿A qué somos llamados ahora, además de amar a nuestros
nietos? A Abrahán y Sara, en su avanzada edad, se les invitó a marchar a
una nueva tierra y concebir un hijo mucho después de que esto ya era
biológicamente imposible para ellos. Esa es nuestra llamada también. ¿A qué
“Isaac” somos llamados a dar a luz en nuestros postreros años? Necesitamos
guÃa.
Publicado en www.ciudadredonda.org.
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