Solidaridad | P.
Miguel Ángel Gullón, op
Hemos convertido lo sagrado en mercancía, y a la mercancía en lo sagrado
Dice
el papa Francisco que «la humanidad vive un giro histórico donde se están dando
grandes avances, pero la mayoría de la gente vive precariamente el día a día,
el miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas,
incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir se apaga, la falta de
respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que
luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad» (EG 52). Hoy por hoy vivimos un tiempo de inflexión. Por una parte, la vida humana
está jalonada por las fuerzas regresivas de la globalización discriminadora,
que quiere eternizarse en la univocidad del discurso y, por otra, las fuerzas
de la globalización de la esperanza la pintan de vida digna y la pueblan de
voces múltiples. La historia en nuestro tiempo está cambiando, tiene que
cambiar. El mundo está inmerso en una profunda crisis humanitaria y de
civilización, que pone en peligro tanto la vida de nuestro planeta como de la
especie humana. Nos encontramos en una situación de supervivencia. La Carta de
la Tierra afirma que «como nunca antes en la historia, el destino común nos
convoca a un nuevo comienzo. Esto requiere un cambio en las mentes y en los
corazones; requiere un nuevo sentido de interdependencia y de responsabilidad».
Estamos contemplando un cambio de
época, originado por la crisis del modelo de desarrollo industrial, cuyas evidencias
se traducen en las múltiples crisis mundiales, tales como la ambiental, la
financiera, la social, la energética y la alimentaria, que generan la
vulnerabilidad de la vida en el planeta.
Algunos han convertido lo sagrado en mercancía, y a
la mercancía en lo sagrado. El continente latinoamericano respira los síntomas
y sufre las consecuencias de un mundo enfermo. Se están produciendo una
cantidad de hechos alarmantes en los ámbitos económico, político, social,
cultural y medioambiental, que interpelan a todas las sociedades del
continente. Es preocupante que los monopolios vinculados a la extracción de los
recursos naturales continúan con sus prácticas agresivas e insostenibles. Este
modelo está fuertemente cuestionado, dada la gravedad de las señales de colapso
de los ecosistemas, entre ellos, el cambio climático y los conflictos por el
acceso a los recursos vitales para la existencia, como el agua y los bosques,
que han sido privatizados.
La corrupción, el tráfico de drogas y la emergencia
de narco-estados, así como el crimen organizado, la violación de los derechos
de las personas migrantes, la trata de personas y los índices de violencia
contra las mujeres y la niñez, siguen siendo realidades que atentan, día a día,
contra la posibilidad de una convivencia democrática, respetuosa y libre. Se
mantienen altos niveles de pobreza, vulnerabilidad y desigualdad. Aunque son
distintas las condiciones en los países de la región, según sus respectivos
procesos políticos. Mientras que en algunos se avanza hacia la conquista de
derechos, en otros se mantiene la implementación de políticas neoliberales,
como la tercerización del empleo y legislaciones laborales que rompen con el
contrato laboral justo; así es como se propicia la movilidad global al capital,
a la vez que se genera un trabajo local vulnerable, precariedad e inestabilidad
para los trabajadores. Sigue la migración del campo a la ciudad, y hacia países
con economías más fuertes.
El capitalismo desenfrenado, sin rostro humano, o el
dulcemente llamado neoliberalismo económico, mecánico y tecnológico, ha
desencarnado la actividad económica de las personas, y las ha desconectado del
tejido de sus relaciones sociales. Es un proceso que ha producido aislamiento,
empobrecimiento cultural y quiebra de la solidaridad. ADH 846
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