Ecología del Espíritu | José Cristo Rey García Paredes, CMF
Crisis,
¡Sí!” – Conflicto, ¡No!
(extractos
del Discurso del papa Francisco a la Curia Romana, 21-12-20)
Hoy, 21 de diciembre de
2020, el Papa Francisco ha dirigido a la Curia Romana (¡hermanos y hermanas!)
un importante discurso. Son “felicitaciones navideñas pontificias” que no pasan
desapercibidas. Lo comienza citando a una mujer, a la filósofa hebrea Hanna
Arend, quien afirmó que “el milagro salva al mundo de su ruina…” Y ese milagro
es la “natalidad”, la mujer grávida que “da a luz”. Por eso, los Evangelios
anuncian la “gran alegría: Hoy os ha nacido un salvador”. De este discurso
extraigo los siguientes párrafos que iluminan este momento que estamos
viviendo. Lo incorporo a mi sección: “Textos que impresionan”.
La
crisis es un fenómeno que afecta a todo y a todos
·
Está presente en todas partes y en todos los períodos de la historia,
abarca las ideologías, la política, la economía, la tecnología, la ecología, la
religión.
·
Es una etapa obligatoria en la historia personal y social.
·
Se manifiesta como un acontecimiento extraordinario, que siempre causa
una sensación de inquietud, ansiedad, desequilibrio e incertidumbre en las
decisiones que se deben tomar. Como recuerda la raíz etimológica del verbo
krino: la crisis es esa criba que limpia el grano de trigo después de la
cosecha.
Quienes no miran la crisis a la luz del Evangelio,
se limitan a hacer la autopsia de un cadáver. La crisis nos asusta no sólo
porque nos hemos olvidado de evaluarla como nos invita el Evangelio, sino
porque nos hemos olvidado de que el Evangelio es el primero que nos pone en
crisis.
¡No
confundir la crisis con el conflicto!
·
La crisis generalmente tiene un resultado positivo, mientras que el
conflicto siempre crea un contraste, una rivalidad, un antagonismo
aparentemente sin solución, entre sujetos divididos en amigos para amar y
enemigos contra los que pelear, con la consiguiente victoria de una de las
partes.
·
La crisis generalmente tiene un resultado positivo, mientras que el
conflicto siempre crea un contraste, una rivalidad, un antagonismo
aparentemente sin solución, entre sujetos divididos en amigos para amar y
enemigos contra los que pelear, con la consiguiente victoria de una de las
partes.
·
La lógica del conflicto siempre busca “culpables” a quienes estigmatizar
y despreciar y “justos” a quienes justificar, para introducir la conciencia
—muchas veces mágica— de que esta o aquella situación no nos pertenece. Esta
pérdida del sentido de pertenencia común favorece el crecimiento o la
afirmación de ciertas actitudes de carácter elitista y de “grupos cerrados” que
promueven lógicas limitadoras y parciales, que empobrecen la universalidad de
nuestra misión. «Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el
sentido de la unidad profunda de la realidad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium,
226).
La Iglesia, entendida con
las categorías de conflicto —derecha e izquierda, progresista y
tradicionalista—, fragmenta, polariza, pervierte y traiciona su verdadera
naturaleza.
El
Espíritu nos conduce en la crisis hacia un “nuevo comienzo”
·
La Iglesia es un Cuerpo perpetuamente en crisis, precisamente porque está
vivo, pero nunca debe convertirse en un Cuerpo en conflicto, con ganadores y
perdedores. En efecto, de esta manera difundirá temor, se hará más rígida,
menos sinodal, e impondrá una lógica uniforme y uniformadora, tan alejada de la
riqueza y la pluralidad que el Espíritu ha dado a su Iglesia.
·
La novedad introducida por la crisis que desea el Espíritu no es nunca
una novedad en oposición a lo antiguo, sino una novedad que brota de lo antiguo
y que siempre la hace fecunda. Jesús usa una expresión que explica este pasaje
de un modo sencillo y claro: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). El acto de morir de
la semilla es un acto ambivalente, porque al mismo tiempo marca el final de
algo y el comienzo de otro. Llamamos al mismo momento muerte-descomponerse y
nacimiento-germinar porque son la misma realidad. Ante nuestros ojos vemos un
final y al mismo tiempo en ese final se manifiesta un comienzo nuevo.
En
este sentido:
·
toda la resistencia que ponemos cuando entramos en crisis, a la que nos
conduce el Espíritu en el momento de la prueba, nos condena a permanecer solos
y estériles.
·
Al defendernos de la crisis, obstruimos la obra de la Gracia de Dios que
quiere manifestarse en nosotros y a través de nosotros.
·
Por lo tanto, si un cierto realismo nos muestra nuestra historia reciente
sólo como la suma de intentos fallidos, de escándalos, de caídas, de pecados,
de contradicciones, de cortocircuitos en el testimonio, no debemos temer, ni
negar la evidencia de todo lo que en nosotros y en nuestras comunidades está
afectado por la muerte y necesita conversión.
·
Todo lo que de mal, contradictorio, débil y frágil se manifiesta
abiertamente nos recuerda aún más fuertemente la necesidad de morir a una forma
de ser, de razonar y de actuar que no refleja el Evangelio. Sólo muriendo a una
cierta mentalidad se logrará también dar espacio a la novedad que el Espíritu
suscita constantemente en el corazón de la Iglesia.[5]
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