Reflexión | Víctor Ricardo
Moreno Holguín/RD
La Navidad se vive como ecología Integral
Nuestra Novena
Contemplativa de Navidad en la Creación nos ha ayudado a
meditar sobre la crisis ecológica, transformándose en un llamado a una profunda
conversión interior. Navidad es conversión ecológica, que implica dejar brotar
todas las consecuencias del encuentro con Jesucristo en las relaciones con el
mundo que nos rodea, y nos lleva a vivir la vocación de ser protectores de la
obra de Dios; es parte esencial de una existencia virtuosa.
Porque la espiritualidad no
está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de
este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que
nos rodea. La espiritualidad ecológica, propia de una Navidad en la Creación,
nace de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos
enseña que tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir y
alimenta la pasión por el cuidado del mundo.
Implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal
Esta conversión ecológica
de la Navidad en la Creación abre las puertas del cuidado generoso y lleno de
ternura con la Casa Común: Implica gratitud y
gratuidad, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre,
que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos
generosos, aunque nadie los vea o los reconozca. Implica la amorosa conciencia
de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres
del universo una preciosa comunión universal. El mundo no se contempla desde
fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha
unido a todos los seres. La conversión ecológica nos lleva a desarrollar la
creatividad y el entusiasmo, para resolver los dramas del mundo.
Lo que hemos meditado a lo
largo de esta Novena en la Creación, nos ayudan a enriquecer el sentido de esta
conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y
tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en
sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser,
rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento
de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que
provoca esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió
san Francisco de Asís.
La espiritualidad cristiana
de esta Navidad en la Creación, propone un modo alternativo de entender la
calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo, hacerse
presente serenamente ante cada realidad, por pequeña que sea; propone un
crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la
simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, encontrar
satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de
los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la
oración.
El Nacimiento del Verbo
entre nosotros trae la paz, porque no podremos llegar a una feliz sobriedad si
no se está en paz consigo mismo. La paz interior de las personas tiene mucho
que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque,
auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una
capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza
está llena de palabras de amor. Una ecología integral implica dedicar algo de
tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar
acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador,
que vive entre nosotros y en lo que nos rodea.
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