Grupos de Jesús | José Antonio Pagola
Jesús ante su muerte
Jesús ha previsto seriamente la posibilidad de
una muerte violenta. Quizá no contaba con la intervención de la autoridad
romana ni con la crucifixión como último destino más probable. Pero no se le
ocultaba la reacción que su actuación estaba provocando en los sectores más
poderosos. El rostro de Dios que presenta deshace demasiados esquemas
teológicos, y el anuncio de su reinado rompe demasiadas seguridades políticas y
religiosas.
Sin embargo, nada modifica su actuación. No
elude la muerte. No se defiende. No emprende la huida. Tampoco busca su
perdición. No es Jesús el hombre que busca su muerte en actitud suicida.
Durante su corta estancia en Jerusalén se esfuerza por ocultarse y no aparecer
en público.
Si queremos saber cómo vivió Jesús su muerte,
hemos de detenernos en dos actitudes fundamentales que dan sentido a todo su
comportamiento final. Toda su vida ha sido «desvivirse» por la causa de Dios y
el servicio liberador a los hombres. Su muerte sellará ahora su vida. Jesús
morirá por fidelidad al Padre y por solidaridad con los hombres.
En primer lugar, Jesús se enfrenta a su propia
muerte desde una actitud de confianza total en el Padre. Avanza hacia la
muerte, convencido de que su ejecución no podrá impedir la llegada del reino de
Dios, que sigue anunciando hasta el final.
En la cena de despedida, Jesús manifiesta su fe
total en que volverá a comer con los suyos la Pascua verdadera, cuando se
establezca el reino definitivo de Dios, por encima de todas las injusticias que
podamos cometer los humanos.
Cuando todo fracasa y hasta Dios parece
abandonarlo como a un falso profeta, condenado justamente en nombre de la ley,
Jesús grita: «Padre, en tus manos pongo mi vida».
Por otra parte, Jesús muere en una actitud de
solidaridad y de servicio a todos. Toda su vida ha consistido en defender a los
pobres frente a la inhumanidad de los ricos, en solidarizarse con los débiles
frente a los intereses egoístas de los poderosos, en anunciar el perdón a los
pecadores frente a la dureza inconmovible de los «justos».
Ahora sufre la muerte de un pobre, de un
abandonado que nada puede ante el poder de los que dominan la tierra. Y vive su
muerte como un servicio. El último y supremo servicio que puede hacer a la
causa de Dios y a la salvación definitiva de sus hijos e hijas.
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