Desde los
tejados | Manuel Maza, SJ/mmaza@pucmm.edu.do
Jesús,
verdadero templo de Dios
Cuando
Herodes, el Grande († 4 a.C.) quiso ganarse al pueblo de Israel, reconstruyó el
templo. Hacia el año treinta de nuestra era, la obra ya tenía medio siglo. En
ella trabajaron a veces 10, 000 obreros, de los cuales 1000 era sacerdotes.
Ellos laboraban en ciertas zonas expuestas a la profanación.
En las
tradiciones de Israel, encontramos dos opiniones respecto del templo. Una
realza el templo como lugar sagrado, ámbito de una presencia especial de Dios,
punto de encuentro del pueblo, sitio elegido por Dios para el culto. Otra
tradición, es contraria al templo, como un atrevimiento humano de querer
encerrar al creador del universo en un ámbito reducido para manipularlo.
En Juan 2,
13 – 25, se presenta el cuerpo de Cristo como el verdadero templo. En Jesús se
revela la santidad de Dios, pues siempre actuó con ternura y compasión. Los
evangelios lo presentan como “el preferido”, Aquél que debe ser escuchado.
Jesús salió a buscar las ovejas perdidas de Israel para reunirlas bajo un solo
rebaño y un solo pastor.
Hoy vemos
al Jesús bondadoso, expulsar del templo, látigo en mano a “los mercaderes y
cambistas”, esparciendo sus monedas por el suelo del templo. En atención a los
vendedores de palomas, ofrenda de los pobres, no les suelta las palomas, sino
les conmina: “no conviertan en mercado la casa de mi padre”.
Tercer
domingo de cuaresma, buen momento para evaluar el tipo de religión que
llevamos. Para algunos, la religión es negociación, “yo te doy y tú me das”.
Para otros, un asunto de etiqueta. Pero
el verdadero culto es reconocimiento del señorío de Dios, y pasa necesariamente
por la ética, así lo proclama Éxodo 20, 1- 17.
Nuestro
culto podrá engañar a los hombres, pero Jesús, “sabe lo que hay dentro de cada
persona”.
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