Opinión |
Raúl Berzosa, obispo emérito de Ciudad Rodrigo
"Los dos han pasado por noches oscuras y
viven integrando contrarios"
Monseñor Berzosa: "Estamos en una Iglesia de los dos 'Franciscos reformadores'"
Hoy, estamos en una Iglesia de “Franciscos” (el de
AsÃs y el actual Papa). Los dos, providencialmente dispuestos a “reformar” la
Iglesia: el primero, “il poverello”, en las primeras puertas del segundo milenio,
con una reforma desde “la base”. El segundo, Bergoglio, en las primeras puertas
del tercer milenio, con una reforma eclesial “desde la cumbre”. ¿En qué se
parecen? – Lo resumiremos, primero, en forma de “flashes” o titulares, quasi
periodÃsticos, y, en un segundo momento, en forma de decálogo.
1.- Dos franciscos reformistas, en diez titulares…
No hay mejor manera de describir las principales
reformas de los dos Franciscos, que mirando el crucifijo ante el cual rezó el
de AsÃs. ¿Qué descubrimos en él?... Un Jesucristo con cara apacible, rodeado de
todos aquellos que formamos la Iglesia, como Pueblo de Dios. ¿Qué nos está
transmitiendo?... Todo un programa de vida auténtica y de reforma profunda.
Porque la Iglesia, en sus hijos, siempre estará en
proceso de conversión; y en sus estructuras, en proceso de reforma constante
para dejar traslucir su mejor y mayor tesoro: la presencia del Resucitado. Y,
en Él, del Misterio Trinitario. He aquÃ, en titulares, las diez reformas de los
dos Franciscos, que marcan el segundo y tercer milenio de la Iglesia:
1.- Los dos viven en pobreza y en opción
preferencial por los más pobres.
2.- Los dos viven integrando contrarios: viven en
salud y en enfermedad; en soledad y en compañÃa: en consolación y en
desolación; en contemplación y en acción…
3.- Los dos han pasado por noches oscuras,
personales del espÃritu y de “incomprensión social”.
4.- Los dos se dejan sorprender por su Señor y por
los hermanos de camino.
5.- Los dos no se encuadran en planes y proyectos
cerrados de vida ni de gobierno. Viven discerniendo lo que la Providencia les
va deparando en cada momento.
6.- Los dos practican las virtudes de la paciencia
y de la misericordia. Creen más en los “procesos” que en los “eventos y
espacios” de dominación.
7.- Los dos trabajan no sólo en el centro, sino en
las periferias de la fe, en las periferias existenciales, y en las periferias
geográficas. Con creyentes y no creyentes.
8.- Los dos potencian comunidades creyentes y la
fraternidad universal.
9.- Los dos se sienten libres ante los poderosos
de este mundo.
10.- Los dos aman lo creado y la casa común, desde
una ecologÃa integral.
2.- Dos Franciscos encuadrados en un decálogo…
Ampliando los titulares anteriores, y
profundizando en otros, redescubrimos las analogÃas de ambos Franciscos, en las
siguientes claves:
1.- Los dos son “revolucionarios” desde el
EspÃritu; no desde lo social-polÃtico. Los dos, sintieron la misma llamada:
“Reconstruye mi Iglesia que amenaza ruina”, escuchó el poverello de AsÃs…“Me he
encontrado una Iglesia como un campo de batalla: llena de heridos”, afirmó el
Papa Francisco.
2.- Los dos, vuelven a hablar de lo esencial: de
la vuelta al Evangelio y de la fe en la Providencia para “vivir como si Dios
existiera en verdad”… y para “experimentar el Arte de Vivir auténtico como
vivió nuestro Señor Jesucristo.
3.- Los dos, enamorados de Jesucristo: creen en
una Persona; no en algo. “¿Qué quieres, Señor, de mÃ; qué puedo hacer por ti?”,
preguntará Francisco de AsÃs. “Cuando vengan a Roma no griten “Francisco,
Francisco”, sino “Jesucristo, Jesucristo”, dirá el Papa Francisco. Esto
conlleva vivir como discÃpulos, como misioneros y como configurados con Cristo;
no sólo seguimiento, sino identificación con Él: ser otros “Cristos” vivientes
que transmitan Vida (Gal 2).
3.- Los dos, viven la pobreza, en un triple
sentido: “llenos de Dios, configurados con Jesucristo pobre y su Evangelio, y
solidarios fraternalmente”. Es consecuencia de haber encontrado la “perla del
Evangelio”, el tesoro existencial, por lo que se deja todo. Por eso,
entendieron que los pobres, contemplados desde Cristo, no serán nunca
“manipulados” sino tratados con la dignidad que merecen y a quienes se debe no
sólo dar pan, techo o cobijo sino predicar la esperanza y el sentido a la vida.
4.- Los dos, se saben criaturas, hijos de Dios y
la misma carne de Jesucristo; a veces, carne llagada y herida. Es la
espiritualidad de la encarnación, del “realismo”, de hacer de este mundo
“otro”; no “otro mundo”: y es la necesidad de fomentar el misterio de la
EucaristÃa, la devoción de los belenes, el amor “palpable” a los pobres, la
devoción a la Virgen (la anawin, la pobre de Yahvé) y a los santos.
5.- Los dos, viven la alegrÃa y la esperanza
profundas, desde el “octavo dÃa”, desde el dÃa cristiano de la resurrección. Es
la experiencia de sentirnos peregrinos y mendicantes, sin “ser mundanos”, como
repetirá el Papa Francisco; o el, “toma, padre, hasta mi ropa; tengo otro
Padre: el del cielo”, como lo vivió el pobrecito de AsÃs.
6.- Los dos, cada cual en su tiempo, hacen posible
el deseo del Vaticano II: romper el aislamiento de la Iglesia para que esté en
medio del pueblo y sirva al pueblo. Y, sus pastores y evangelizadores, unas
veces caminen delante del rebaño, otras en medio y, otras, detrás. Y siempre
oliendo, al mismo tiempo, a oveja y al Pastor (“el pastor huele a lo que huele
Dios”, dirá San Juan de Avila).
8.- Los dos, insisten en la verdadera conversión
personal para reformar la Iglesia y la sociedad: comporta salir de nosotros, el
no ser “autorreferenciales”, dirá el Papa Francisco, para poner siempre en
primer lugar a Jesucristo y, en todo, poder servir al Señor, a su Iglesia y a
los hermanos.
9.- Los dos, predican con la vida y con el
ejemplo, y, luego, si hace falta, con la palabra. Comporta “cruz, lágrimas y
sangre” y “vencer y besar hasta los miedos”, como cuando San Francisco besó al
leproso o el Papa Francisco no teme un atentado hacia su persona.
10.- Los dos, potencian “nuevas fraternidades”:
donde seamos, unos para otros, esposos fecundados por el EspÃritu Santo, madres
que nos ayudemos a dar a luz a Cristo y hermanos para vivir el mismo Evangelio;
donde siempre veamos lo positivo de la vida y de los demás; donde se
experimente la paz y la reconciliación y “no seamos rivales ni contrincantes”;
donde se experimente una fraternidad universal desde la familia de fe y no sólo
de sangre; donde irradiemos amor a todas las criaturas; y donde no nos “matemos
con las crÃticas y con la mala lengua”.
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