Rincón de la Palabra | Hna. Ángela Cabrera, MDR
Don
de Inteligencia
El don de inteligencia permite a la
persona “leer dentro”, “penetrar hasta el interior”, “conocer a fondo”,
“penetrar en la verdad”; es un viaje de lo externo a lo interno, de lo visible
a lo invisible, en sentido trascendente, y en perspectiva de fe. Esta gracia
divina, como indica su nombre, es superior a la capacidad natural, o sea, no se
adquiere por las propias fuerzas. No se trata de una inteligencia comprendida a
la manera humana, sino de una asistencia especial, del Espíritu Santo, quien
permite asimilar lo que la divinidad, en su misericordia, revela. Las
cosas del Espíritu son sondeadas por el Espíritu (1Cor 2,10).
Este don puede compararse a una luz,
una luz que llega a la mente confusa, limitada y oscura. La súplica del ciego
de Jericó a Jesús nos ilumina: “¿Qué quieres que haga por ti?”:
“¡Señor, quiero ver!” (Lucas 18,35-43). En este sentido, los
evangelios muestran el empeño de Jesús para que los discípulos sean partícipes
de su propia visión de fe. Les cuestiona para estimularlos (Mc 7,18): “¿Están
faltos de entendimiento?”. “¿Aún no entienden ni comprenden?” (Mc 8,17-21).
“¿Quién dice la gente que soy?”. Él desea que sus seguidores superen la rigidez
mental. Marcos presenta a Pedro como modelo de quien, en un momento concreto,
recibe la asistencia del don del entendimiento, confesando, por luz divina, que
Jesús es el “Cristo” (Mc 16,17).
En sentido creyente, se trata de ver
aquellas verdades inalcanzables con el intelecto. Se trata de una inteligencia
espiritual. Inteligencia que experimentaron los discípulos de Emaús cuando, al
atardecer, se les abrieron los ojos y pudieron interpretar el ardor del corazón
mientras Jesús les explicaba las Escrituras (Lucas 24,28-32).
En contacto con la Sagrada Escritura,
el don de inteligencia actúa de manera especial. Con tal asistencia pueden
descifrarse los secretos bíblicos. Pablo intercede por los cristianos para que
reciban dicho espíritu de revelación y sean iluminados mediante los ojos del
corazón (Ef 1,15-19). En este contacto íntimo y orante con la Palabra, la
persona recibe la predicación directa de los textos bíblicos. Esta predicación
especial permite que la Palabra penetre, germine, y produzca frutos de
conversión y evangelización. De ahí que la Palabra predique antes de ser
predicada.
Los salmistas desean que Dios le
comunique inteligencia suficiente para comprender su Palabra: “Enséñame, Señor,
el camino de tu Palabra… Dame inteligencia para guardar tu Ley y observarla de
todo corazón” (Sal 119,33-34). Se trata de la inteligencia que acude a las
almas sencillas, quienes piden asistencia (Sal 119,130).
Para que el don de inteligencia se
geste y desarrolle, se le exige a la persona purgar su alma, sus intenciones.
La pureza interior, junto a la humildad, son elementos indispensables para
recibir este don que busca, en su naturaleza misma, “iluminar y no brillar”.
Junto e íntimamente con la pureza y la humildad está el amor, ya que todo don,
por su propia esencia, nace del amor y se vuelve amor, relación, vínculos
solidarios y fraternos. Por tanto, se robustece amando de forma consciente,
usándolo para llevarle los hijos y las hijas a Dios, renunciando libremente a
cualquier rasgo maldoso que pudiera empañar la permanencia en esta divina luz.
Quiere decir que no se admite un don de inteligencia sin una actitud
cooperativa con los demás necesitados. “Bienaventurados los puros de corazón,
porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). ADH 847
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