Nihil Obstat | Martín
Ballester Gelabert, OP
Precauciones para dar la comunión
Con mucha sabiduría nuestros Obispos han dictado
una serie de normas para administrar la eucaristía en estos difíciles tiempos
de pandemia, entre otras que el celebrante, antes y después de repartir la
comunión, se lave las manos con gel hidroalcohólico. Sin embargo, hay quién
tiene sus reticencias ante esta necesidad, argumentando que la divinidad de
Jesucristo tiene más poder que cualquier virus.
Para comprender que se tomen precauciones para dar
la comunión, puede ser bueno recordar algunas verdades teológicas a propósito
de la presencia de Cristo en la eucaristía. La teología siempre ha distinguido
en el sacramento la substancia de los accidentes. Los accidentes, o sea, la
apariencia de pan y de vino (con sus componentes químicos) no cambia. Lo que se
convierte en el cuerpo y la sangre de Cristo, y por tanto cambia, es la
substancia del pan y del vino. La substancia es lo que hace que algo sea lo que
es. No es una realidad física, está más allá de la física.
La Iglesia entiende que la palabra que mejor
define lo que ocurre en este sacramento es “transubstanciación”: la substancia
del pan y del vino desaparece al convertirse en substancia del cuerpo (la
persona) y la sangre (la vida) de Cristo. Precisamente porque la substancia no
es visible a los ojos, la presencia de Cristo en el sacramento no se conoce por
los sentidos, sino solo por la fe. Porque los sentidos ven lo visible. La fe
percibe lo invisible. Invisible pero muy real, porque la realidad no se limita
a lo que puede tocarse con las manos. Por eso se dice que la presencia de
Cristo en la eucaristía es verdadera, real y substancial. Estamos, como dice la
liturgia, ante el misterio de nuestra fe. Un misterio que es prenda de
inmortalidad.
Santo Tomás de Aquino tras explicar que los
accidentes del pan y del vino permanecen en el sacramento después de la
consagración, se pregunta si estas especies (accidentes, apariencia de pan y
vino) pueden inmutar, o sea, afectar a algo exterior a ellas. Y responde que
después de la consagración conservan la misma capacidad de obrar que tenían
antes de la consagración. Por tanto, si pongo encima del pan consagrado un
trozo de azúcar y me lo tomo, este pan, que contiene sacramentalmente a Cristo,
introduce también en mi boca el trozo de azúcar. Donde digo azúcar póngase
virus. Me parece que así se comprende la gran conveniencia de tomar las debidas
precauciones a la hora de dar la comunión.
Los sacramentos no son magia. Son la prolongación
en nuestra historia de la humanidad de Cristo. Y así como la humanidad de
Cristo (dicho con todo respeto) podía llevar las manos manchadas, también el
pan eucarístico puede contener polvo o partículas ajenas al pan. Cristo
resucitado no llega a nosotros espectacularmente, sino bajo apariencias
humildes. De forma muy real, muy verdadera, pero no de forma física, material,
sino en virtud del Espíritu Santo, que hace presente a Cristo bajo la
apariencia del pan y del vino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...