Evangelización | Amigo del
Hogar
San José, Padre amado de Jesús
Este viernes 19 de marzo celebraremos la fiesta de San José,
Patrono de la Iglesia Universal. La presentación de la Carta Apostólica Patris
Corde del papa Francisco, nos invita a conocerlo mejor:
Por eso, al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío
IX, el 8 de diciembre de 1870, lo declarara como Patrono de la Iglesia
Católica quisiera —como dice Jesús— que “la boca hable de aquello de lo que
está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34), para compartir con
ustedes algunas reflexiones personales sobre esta figura extraordinaria, tan
cercana a nuestra condición humana.
En medio de la crisis, agudizada por la pandemia, el papa
reflexiona:
Este deseo ha crecido durante estos meses de pandemia, en los que
podemos experimentar, en medio de la crisis que nos está golpeando, que «nuestras
vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente
olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las
grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas,
están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia:
médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los
supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad,
voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que
comprendieron que nadie se salva solo.
Tanta gente que a diario demuestra paciencia e infunde esperanza:
Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza,
cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres,
madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos
pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando
rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan,
ofrecen e interceden por el bien de todos».
San José, un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de
dificultad.
Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa
desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un
intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda
que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un
protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va
dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.
José, el Padre amado
La grandeza de san José consiste en el
hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, «entró
en el servicio de toda la economía de la encarnación», como dice san Juan
Crisóstomo.
San Pablo VI observa que su paternidad
se manifestó concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un
sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está
unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada
Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su
trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la
oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor
puesto al servicio del Mesías nacido en su casa».
Por su papel en la historia de la
salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo
cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas
iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos, hermandades y
grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre; y que
desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones sagradas.
Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de
Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y
recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la
santa persuadía a otros para que le fueran devotos.
En todos los libros de oraciones se
encuentra alguna oración a san José. Invocaciones particulares que le son
dirigidas todos los miércoles y especialmente durante todo el mes de marzo,
tradicionalmente dedicado a él.
La confianza del pueblo en san José se
resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de
hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía:
«Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55). Se
trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia
(cf. Gn 37,11-28) y que —siguiendo el relato bíblico— se
convirtió posteriormente en virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).
Como descendiente de David (cf. Mt 1,16.20),
de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta
Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de María de Nazaret, san
José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.
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