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Evangelium Vitae
Caín, ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho?
Caín dijo a su hermano Abel: "Vamos
afuera". Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano
Abel y lo mató.
El Señor dijo a Caín: "¿Dónde está tu hermano
Abel?". Contestó: "No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi
hermano?". Replicó el Señor: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu
hermano clamar a mí desde el suelo…
Caín se “irritó en gran manera” y su rostro se
“abatió” porque el Señor “miró propicio a Abel y su oblación” (Gn 4, 4). El
texto bíblico no dice el motivo por el que Dios prefirió el sacrificio de Abel
al de Caín; sin embargo, indica con claridad que, aun prefiriendo la oblación
de Abel, no interrumpió su diálogo con Caín. Le reprende recordándole su
libertad frente al mal: el hombre no está predestinado al mal. Ciertamente,
igual que Adán, es tentado por el poder maléfico del pecado que, como bestia
feroz, está acechando a la puerta de su corazón, esperando lanzarse sobre la
presa. Pero Caín es libre frente al pecado. Lo puede y lo debe dominar: “Como
fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar” (Gn 4, 7).
Los celos y la ira prevalecen sobre la advertencia
del Señor, y así Caín se lanza contra su hermano y lo mata. Como leemos en el
Catecismo de la Iglesia Católica, “la Escritura, en el relato de la muerte de
Abel a manos de su hermano Caín, revela, desde los comienzos de la historia
humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencia del
pecado original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes”.
El hermano mata a su hermano
Como en el primer fratricidio, en cada homicidio
se viola el parentesco “espiritual” que agrupa a los hombres en una única gran
familia 11 donde todos participan del mismo bien fundamental: la idéntica
dignidad personal. Además, no pocas veces se viola también el parentesco “de
carne y sangre”, por ejemplo, cuando las amenazas a la vida se producen en la
relación entre padres e hijos, como sucede con el aborto o cuando, en un
contexto familiar o de parentesco más amplio, se favorece o se procura la
eutanasia.
En la raíz de cada violencia contra el prójimo se
cede a la lógica del maligno, es decir, de aquél que “era homicida desde el
principio” (Jn 8, 44), como nos recuerda el apóstol Juan: “Pues este es el
mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No
como Caín, que, siendo del maligno, mató a su hermano” (1 Jn 3, 11-12). Así,
esta muerte del hermano al comienzo de la historia es el triste testimonio de
cómo el mal avanza con rapidez impresionante: a la rebelión del hombre contra
Dios en el paraíso terrenal se añade la lucha mortal del hombre contra el
hombre.
Después del delito, Dios interviene para vengar al
asesinado. Caín, frente a Dios, que le pregunta sobre el paradero de Abel,
lejos de sentirse avergonzado y excusarse, elude la pregunta con arrogancia:
“No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?” (Gn 4, 9). “No sé”. Con la
mentira Caín trata de ocultar su delito. Así ha sucedido con frecuencia y sigue
sucediendo cuando las ideologías más diversas sirven para justificar y encubrir
los atentados más atroces contra la persona. “¿Soy yo acaso el guarda de mi
hermano?”: Caín no quiere pensar en su hermano y rechaza asumir aquella
responsabilidad que cada hombre tiene en relación con los demás. Esto hace
pensar espontáneamente en las tendencias actuales de ausencia de
responsabilidad del hombre hacia sus semejantes, cuyos síntomas son, entre
otros, la falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad —es
decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños— y la indiferencia que con
frecuencia se observa en la relación entre los pueblos, incluso cuando están en
juego valores fundamentales como la supervivencia, la libertad y la paz.
Dios no puede dejar impune el delito: desde el
suelo sobre el que fue derramada, la sangre del asesinado clama justicia a Dios
(cf. Gn 37, 26; Is 26, 21; Ez 24, 7-8). De este texto la Iglesia ha sacado la
denominación de “pecados que claman venganza ante la presencia de Dios” y entre
ellos ha incluido, en primer lugar, el homicidio voluntario. Para los hebreos,
como para otros muchos pueblos de la antigüedad, en la sangre se encuentra la
vida, mejor aún, “la sangre es la vida” (Dt 12, 23) y la vida, especialmente la
humana, pertenece sólo a Dios: por eso quien atenta contra la vida del hombre,
de alguna manera atenta contra Dios mismo.
Caín es maldecido por Dios y también por la
tierra, que le negará sus frutos (cf. Gn 4, 11-12). Y es castigado: tendrá que
habitar en la estepa y en el desierto. La violencia homicida cambia
profundamente el ambiente de vida del hombre. La tierra de “jardín de Edén” (Gn
2, 15), lugar de abundancia, de serenas relaciones interpersonales y de amistad
con Dios, pasa a ser “país de Nod” (Gn 4, 16), lugar de “miseria”, de soledad y
de lejanía de Dios. Caín será “vagabundo errante por la tierra” (Gn 4, 14): la
inseguridad y la falta de estabilidad lo acompañarán siempre.
Pero Dios, siempre misericordioso incluso cuando
castiga, “puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara”
(Gn 4, 15). Le da, por tanto, una señal de reconocimiento, que tiene como
objetivo no condenarlo a la execración de los demás hombres, sino protegerlo y
defenderlo frente a quienes querrán matarlo para vengar así la muerte de Abel.
Ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su
garante. Es justamente aquí donde se manifiesta el misterio paradójico de la
justicia misericordiosa de Dios, como escribió san Ambrosio: “ Porque se había
cometido un fratricidio, esto es, el más grande de los crímenes, en el momento
mismo en que se introdujo el pecado, se debió desplegar la ley de la
misericordia divina; ya que, si el castigo hubiera golpeado inmediatamente al
culpable, no sucedería que los hombres, al castigar, usen cierta tolerancia o
suavidad, sino que entregarían inmediatamente al castigo a los culpables. (...)
Dios expulsó a Caín de su presencia y, renegado por sus padres, lo desterró
como al exilio de una habitación separada, por el hecho de que había pasado de
la humana benignidad a la ferocidad bestial. Sin embargo, Dios no quiso
castigar al homicida con el homicidio, ya que quiere el arrepentimiento del
pecador y no su muerte”.
Carta Encíclica Evangelium
Vitae del papa Juan Pablo II. Cap. 1, Actuales amenazas a
la vida humana.
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