Fe y Vida | Redacción ADH
¡Cuidado con el pelagianismo!
Si los gnósticos insisten en "la teoría", los pelagianos
insisten en "la práctica", o al menos en algunas prácticas. Cuidado con los pelagianos, los de la frase
"tú puedes"
"Los que responden a esta
mentalidad pelagiana o semipelagiana, aunque hablen de la gracia de Dios con
discursos edulcorados «en el fondo solo
confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir
determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo
católico», explica, citando su "Evangelii Gaudium" de 2013.
"Cuando algunos de ellos se
dirigen a los débiles diciéndoles que todo se puede con la gracia de Dios, en
el fondo suelen transmitir la idea de
que todo se puede con la voluntad humana, como si ella fuera algo puro,
perfecto, omnipotente, a lo que se añade la gracia. Se pretende ignorar que «no
todos pueden todo»", explica el Papa, citando de nuevo a San Buenaventura
("Las seis alas del serafín, 3,8) y el catecismo (punto 1735). "En esta vida las fragilidades humanas
no son sanadas completa y definitivamente por la gracia", puntualiza
el Papa, remitiéndose a la Summa de Santo Tomás de Aquino ("la gracia
entraña cierta imperfección en cuanto no sana perfectamente al hombre").
Ponte con Dios, haz camino con Él, mejora poco a poco
"La gracia, precisamente porque supone nuestra naturaleza, no nos
hace superhombres de golpe", avisa el Papa. "De ordinario, nos toma y transforma de forma progresiva",
detalla.
"En cualquier caso, como
enseñaba san Agustín, Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no
puedas; o bien a decirle al Señor humildemente: «Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras»", añade el
Pontífice.
La clave está, dice, en ponernos cerca de Dios y dejarnos transformar
poco a poco por Él:
"Si ya no ponemos distancias frente a Dios y vivimos en su presencia,
podremos permitirle que examine nuestro corazón para ver si va por el camino
correcto. Así conoceremos la voluntad agradable y perfecta del Señor y
dejaremos que él nos moldee como un alfarero".
Más adelante insisten ello: "Lo primero es pertenecer a Dios. Se
trata de ofrecernos a él que nos primerea, de entregarle nuestras
capacidades, nuestro empeño, nuestra lucha contra el mal y nuestra creatividad,
para que su don gratuito crezca y se desarrolle en nosotros".
Nos justifica la gracia, no las obras
Dedica varios párrafos a
contrarrestar la idea popular (y pelagiana) de que nos salvamos, justificamos o
vamos al Cielo por las obras buenas. "La Iglesia enseñó reiteradas veces
que no somos justificados por nuestras
obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la
iniciativa. Los Padres de la Iglesia, aun antes de san Agustín, expresaban
con claridad esta convicción primaria. San Juan Crisóstomo decía que Dios
derrama en nosotros la fuente misma de todos los dones antes de que nosotros
hayamos entrado en el combate. San Basilio Magno remarcaba que el fiel se
gloría solo en Dios, porque «reconoce estar privado de la verdadera justicia y
que es justificado únicamente mediante la fe en Cristo».
«Aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación
sobre nosotros del Espíritu Santo», afirma citando al II Sínodo de Orange. "Aun cuando el Concilio de Trento destacó la
importancia de nuestra cooperación para el crecimiento espiritual, reafirmó
aquella enseñanza dogmática: «Se dice que somos justificados gratuitamente,
porque nada de lo que precede a la justificación, sea la fe, sean las obras, merece
la gracia misma de la justificación; “porque si es gracia, ya no es por las obras; de otro modo la gracia ya no
sería gracia”.
Añade que los mismos santos "evitan depositar la confianza
en sus acciones", y cita a una gran predicadora de la gracia, Santa
Teresita de Lisieux: "En el
atardecer de esta vida me presentaré ante ti con las manos vacías, Señor,
porque no te pido que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias
tienen manchas a tus ojos".
Grupos que empezaron bien... y se fosilizaron
"Muchas
veces, en contra del impulso del Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte
en una pieza de museo o en una posesión de pocos. Esto ocurre cuando algunos
grupos cristianos dan excesiva importancia al cumplimiento de determinadas
normas propias, costumbres o estilos.
De esa manera, se suele reducir y
encorsetar el Evangelio, quitándole su sencillez cautivante y su sal. [...]
Esto afecta a grupos, movimientos y comunidades, y es lo que explica por qué
tantas veces comienzan con una intensa vida en el Espíritu, pero luego terminan
fosilizados... o corruptos. Sin darnos cuenta, por pensar que todo depende del
esfuerzo humano encauzado por normas y estructuras eclesiales, complicamos el
Evangelio y nos volvemos esclavos de un esquema que deja pocos resquicios para
que la gracia actúe. Santo Tomás de Aquino nos recordaba que los preceptos añadidos al Evangelio por la
Iglesia deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles»,
porque así «se convertiría nuestra religión en una esclavitud»".
Reflexión de “Placuit Deo”: La
salvación no se reduce a una praxis, gnosis o sentimiento. Publicada la mañana
de este jueves, 1 de marzo, la Carta de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, dirigida a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la
salvación cristiana.
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