Cultura y Vida | Leonardo Boff
Durante la pandemia qué leer y cómo leer: (III)
Occidente abraza al Oriente: Chuang-tzu y Teresa
de Ávila
Por más que el mundo moderno se haya secularizado, el hecho es que gran
parte de la humanidad encuentra el sentido de la vida en los caminos
espirituales de sus respectivas culturas. Los caminos espirituales son muchos.
Sin desmerecer otros, quiero destacar dos que están en la base de dos grandes
culturas: la de Occidente y la de Oriente. Cabe recordar que espiritualidad no
es saber sobre la Suprema Realidad, sino experimentarla a partir de la
totalidad de nuestro ser.
Occidente
afirma: existe el camino de la comunión personal con la Suprema Realidad que
incluye el Todo. El Oriente sostiene:
existe el camino de la comunión con el Todo que incluye la Suprema Realidad. En Occidente predomina la comunión personal y
dialogal con la Suprema Realidad, que en la tradición judeocristiana y
musulmana se llama simplemente Dios. No se
trata de una experiencia intelectual, de la cabeza, sino
amorosa, del corazón que siente, ama y
vibra, envolviendo todo el ser. Maestros de esta experiencia son, entre otros,
San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz y Teilhard de
Chardin. Dice San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual refiriéndose
a Dios:
“Descubre tu presencia/Máteme tu vista y hermosura/Mira que la pena de amor
no se cura/Sino con la presencia y la figura” (verso 11). Santa Teresa de Ávila
no es menos efusiva en sus Aspiraciones de vida eterna:
“Vivo sin vivir en mí, después que muero de amor/ porque vivo en el
Señor/que me quiso para sí. / Cuando el corazón le di/puse en él este
letrero:/que muero porque no muero” (verso 1).
Este modo de hablar es el del enamoramiento, el del encuentro íntimo y
profundo con Dios. A partir de esta comunión yo-tú, se entrevé Dios en el Todo
y en cada ser, como aparece en la mística cósmica de San Francisco que
emocionalmente llama a las criaturas mis hermanas y mis hermanos. San Juan abre
su primera epístola así: “Aquel que nosotros tocamos, que hemos visto con
nuestros ojos y hemos oído con nuestros oídos, ese os lo comunicamos”. Es una
experiencia concreta, tocar, sentir y ver.
En Oriente la experiencia primera reside
en el Todo. Nada está aislado. Todo está relacionado formando el Gran Todo. El
maestro yogui responde a la pregunta: “¿Quién eres tú? Él señala el universo y
dice: tú eres todo eso, toda la realidad, parte del Todo, tú eres el Todo”.
Nuestro extravío se produce porque hemos perdido la memoria sagrada de que
somos un eslabón de la única y gran corriente de la vida, parcela del Todo. No
hacemos una experiencia de no-dualidad con todas las cosas: somos árbol, somos
pájaro, somos las estrellas, estamos sumergidos en el Todo. Y el Todo
se llama Tao, la Suprema Realidad presente en todo.
Tomas Merton que vivió en Occidente la experiencia del Oriente tradujo “La vía de Chuang-tzu” (Vozes 1993).
Alguien preguntó a Chuang-tzu:” Muéstrame donde puede ser encontrado el
Tao. A lo que él respondió: No hay lugar donde el Tao no pueda ser encontrado:
está en la hormiga, en la vegetación del pantano, en el pedazo de ladrillo, en
el excremento, y concluyó: el Tao es grande en todo, completo en todo,
integral en todo. Estos aspectos son distintos, pero la Realidad es el Uno”
(p.158-159).
Como se deduce, las cosas son diversas, pero todas desaguan en el Uno, en
el Tao.
¿Cómo se lleva a cabo una experiencia de no-dualidad? Los
orientales proponen como primer ejercicio: la experiencia de la luz. Ella
incide sobre nuestras cabezas, baña todo el organismo, atraviesa las paredes de
la casa, el jardín, la ciudad, el océano, toda la Tierra y se extiende por todo
el universo. La persona, hecha luz, se siente unida a cada cosa, al Todo.
Los caminos de Oriente y de Occidente no son antagónicos sino
complementarios. Ambos intentan, fundamentalmente, crear en nosotros lo que
tanto buscamos: un centro a partir del cual todo se liga y re-liga y nos
permite vivir el Todo. Poco importa el nombre con el que llamamos a ese centro.
Corresponde a lo que significa Dios, Tao, Alá, Javé, Olorun. Ese centro está en
nosotros, pero también nos desborda. Es el misterio vivo e interior de nuestra
vida y del universo.
Entre nosotros tenemos también la experiencia espiritual que subyace a las
religiones afro-brasileras u otras que asimilan elementos africanos. Todo gira
alrededor del axé, que corresponde más
o menos al qi de los orientales o a
la ruah, pneuma, spiritus de los occidentales:
una energía cósmica que impregna toda la realidad y tiene sus principales
portadores en los seres humanos. Exu, no es el
demonio que se debe invocar, sino la principal expresión del axé. El axé actúa
dentro de nosotros, como fuerza de irradiación y de captación de buenas
energías, puestas al servicio de los demás. Por no entender la profundidad,
ecológica incluso, de estas religiones de origen africano, son difamadas y
hasta perseguidas por grupos neopentecostales que tienen poco de espiritual y
de sentido de lo sagrado de todas las cosas.
Somos seres espirituales cuando nos sumergimos en nuestra profundidad y nos
damos cuenta de que somos parte de un Todo que nos transciende. Estamos
habitados por el espíritu, aquel momento de la
conciencia por el cual tenemos la percepción de ser parte de un todo y que el
Todo está en nosotros.
La espiritualidad occidental u oriental tiene que ver con la experiencia de
la Suprema Realidad, no con un saber, expresado en doctrinas, dogmas y ritos.
Todo esto es parte de las religiones que nacieron de una experiencia
espiritual, pero que no son la espiritualidad. Pueden fomentarla igual que
pueden sofocarla por exceso de doctrinas. Ellas son agua canalizada, no
fuente de agua cristalina. De esa agua todos tenemos sed. Al beberla
nos hacemos más humanos y abiertos unos a otros y al Todo.
*Leonardo Boff ha
escrito Espiritualidad: un camino de realización, Mar de
Ideias, Rio 2016, y Meditación de la luz: el camino
de la sencillez, Vozes 2010.
Traducción de Mª José
Gavito Milano
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