Publicaciones | Francesc Torralba, filósofo
De lo líquido a lo volátil (I)
Zygmunt
Bauman utilizó el vocablo líquido, a lo largo y a lo ancho de su obra, para
definir el espíritu de nuestro tiempo. Esta terminología ha calado en el
imaginario colectivo y es profusamente referida en todo tipo de ámbitos y de
contextos académicos.
En
su bibliografía, la palabra líquido se convierte en el concepto mágico para
descifrar el espíritu de nuestra época. A su juicio, todo se ha vuelto líquido:
la política, el poder, la economía, la cultura, la religión, las emociones, los
valores y las relaciones. Esta licuación generalizada de todo cuanto existe es
lo que, según su criterio, caracteriza esta etapa de nuestra historia cultural
y social.
A
nuestro juicio, el diagnóstico de Zygmunt Bauman ha sido superado por la lógica
de los tiempos. La sociedad líquida ha dado paso a un mundo volátil e
inestable.
La
transición del estado sólido al estado líquido va siempre precedida por una
crisis. Del mismo modo ocurre con el paso del estado líquido al gaseoso. La
licuación de lo sólido abre las puertas a un universo inestable y fluyente. El
ciudadano que estaba fuertemente apegado a sus convicciones sólidas y
experimenta como se licúan no puede dejar de experimentar una honda crisis. Si,
además, las convicciones licuadas se evaporan y se volatilizan en mil
partículas elementales, la sensación de desamparo es total.
El
ciudadano que ya ha nacido en un universo líquido y lleva toda su vida
navegando por los mares, surfeando las olas y se sabe mantener de pie en la
tabla de náufrago, está mejor preparado para asumir el tránsito hacia la
sociedad gaseosa, pero, aun así, experimenta perplejidad.
Sólido,
líquido, gaseoso
Todos recordamos lo que estudiamos, en
clase de ciencias naturales, siendo niños. La materia puede adoptar tres
estados: el sólido, el líquido y el gaseoso. La idea es sugerente cuando se
aplica a cualquier realidad, pero especialmente a los vínculos interpersonales,
a las creencias, a los valores y a las ideologías.
Uno
puede distinguir tres modos de la misma realidad: un modo sólido, líquido y
gaseoso. Hay, por ejemplo, relaciones interpersonales sólidas, que se
fundamentan en la fidelidad y que persisten a pesar de las contrariedades. Las
hay, también, líquidas que son de carácter inestable, fluyente, que vienen y
que van y, finalmente, relaciones gaseosas que son vínculos esporádicos,
instantáneos, cuya temporalidad es muy breve, porque se volatilizan
aceleradamente. El hecho que sea tan fugaz en el tiempo no significa que no sea
intensa emocionalmente. La relación gaseosa es como un punto en el espacio,
pero puede dejar huella una vida entera en la estructura emocional de la
persona.
El
concepto de lo sólido evoca resistencia, solidez, fundamento y permanencia. Lo
sólido permite fundamentar. En el lenguaje filosófico y arquitectónico, la
palabra fundamento tiene mucho calado. Para levantar un edificio, el
constructor necesita unos buenos fundamentos; para elaborar una teoría
filosófica que resista a la erosión del paso del tiempo, también se necesitan
unos buenos fundamentos.
Desde
un punto de vista emocional, lo sólido da seguridad, pero es inflexible, no
posee la adaptabilidad de lo líquido. Cuando vertemos agua en una vasija, ésta
adopta la forma del recipiente. Se acomoda, pero sin dejar de ser lo que es. No
pierde su identidad, sigue siendo lo que químicamente es, pero se expande por
todos los extremos, ocupa todos los rincones.
Cuando
lo que vertemos en el mismo recipiente es un cubo de hielo, este permanece
idéntico a sí mismo, con su forma original en el centro del recipiente si no
aumenta la temperatura. Lo sólido, pues, no se adapta, lo cual es negativo en
una sociedad como la nuestra donde todo muta y se transforma a gran celeridad y
que exige al ciudadano una gran ductilidad para poder aclimatarse a los nuevos entornos,
procesos y formatos.
El
anhelo de lo sólido subsiste en la sociedad gaseosa, pues todo ser humano, para
poder asentar su existencia, necesita de un punto fijo, inamovible, un sostén
que le dé seguridad. Zygmunt Bauman, al describir la sociedad líquida, subraya
también este anhelo. El anhelo de algo sólido subsiste a pesar de la licuación
de toda realidad, a pesar de la evaporación de las ideologías y de las grandes
utopías decimonónicas.
En
su descripción sociológica es posible leer entre líneas cierta nostalgia de
solidez. No describe la sociedad líquida como algo bello y positivo; más bien
como una fatalidad. Es agotador tener que nadar constantemente para no
hundirse. El ciudadano aspira poner los pies en tierra firme y no tener que
moverse continuamente para sobrevivir.
El
cambio es hoy la única constante que conocemos. Heráclito, el gran filósofo
presocrático, adquiere, de nuevo, protagonismo cultural. Todo fluye, nada
permanece. La imagen del río ha servido para describir lo que ha sucedido en
las dos últimas décadas, pero el río se ha evaporado y ahora flotamos como
motas en el aire.
Somos
hijos de la incertidumbre y de sus caprichos, pero a pesar del estado
permanente de perturbación y de inestabilidad al que estamos obligados a
acostumbrarnos, no debemos olvidar que en nuestra mano está la capacidad de
vivir una existencia con sentido.
He
aquí la cuestión: ¿Cómo proyectar una vida con sentido? ¿Cuál puede ser el para
qué que sostenga nuestra existencia en contextos de volatilidad? En este mundo
volátil, la noción de proyecto vital desaparece del horizonte, porque ésta
requiere, necesariamente, de un relato, de una secuencia de momentos, de la
fidelidad a una idea y de la esperanza en un futuro.
Publicado en Revista Humanizar:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...